Es muy socorrida por los mandatarios chilenos de los últimos 30 años, hablar de la «época democrática», en referencia a los gobiernos posteriores a la dictadura de Augusto Pinochet.
Hay que oír con qué fuerza hablan y defienden sus «democracias» gobernantes que no se diferencian nada, o en algunos casos, muy poco, de la época de las dictaduras sudamericanas, o que toman nota de la «democracia estadounidense» y se empeñan en usarla como referencia.
A diario, el presidente de Chile, Sebastián Piñera, habla en nombre de la «democracia». Le resulta más cómodo criminalizar a los millones que protestan por la aplicación de programas neoliberales en su país, que reconocer que ese modelo de «democracia» ya feneció y por mucho que sus defensores quieran, será imposible resucitarlo.
Es muy socorrida por los mandatarios chilenos de los últimos 30 años, hablar de la «época democrática», en referencia a los gobiernos posteriores a la dictadura de Augusto Pinochet.
De ahí para acá, todos los que han ocupado puesto en el Palacio de la Moneda, lo han hecho «en nombre de la democracia» e, incluso, dos de ellos –Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006-2010)– hasta usaban, además, una que otra vez, la palabra socialista en sus discursos.
¡Vivir para ver! ¡Ver para no creer!…
Otro ejemplo: ¿Quién dice que Lenín Moreno, en Ecuador, no es un ferviente defensor de la «democracia»? Al menos eso proclamaba en sus discursos cuando era vicepresidente de Rafael Correa, aunque luego, ya como presidente, lleve adelante el desmontaje de los programas sociales de esos tiempos.
Una mano oculta y foránea, debe haber inspirado el regreso de Ecuador al neoliberalismo y su ruptura total con los procesos de integración latinoamericanos.
Recordemos que en nombre de su «democracia» entregó a Julián Assange a las autoridades británicas para que lo deporten a Estados Unidos, luego de haberlo sacado de la misión diplomática ecuatoriana en Londres sin respetar la ciudadanía otorgada por el anterior gobierno.
Otro caso, en Argentina, es el de un Mauricio Macri que todos los días hablaba de «democracia» y en nombre de ella puso de rodillas al país ante los designios del Fondo Monetario Internacional, llevó a millones de argentinos a la pobreza e hizo otras tantas cosas hasta el día que el pueblo le pasó la cuenta y eligió a nuevos gobernantes.
¿Quién pone en duda el valor de la «democracia» colombiana? Que se asesinen cada día a campesinos, líderes sociales, indígenas o exguerrilleros que entregaron las armas es el «buen» reflejo de la «democracia» que aplica el gobierno de Iván Duque.
¿Quién asesora a Duque? Nada más y nada menos que Álvaro Uribe, presidente de Colombia en los periodos 2002-2006 y 2006-2010, del Partido Centro Democrático, el mismo de Duque. Ambos, oponentes acérrimos de los Acuerdos de Paz con la guerrilla que debieron poner fin a más de 50 años de violencia armada.
Cuánta carga de odio e injerencia aplican Uribe y Duque cada día contra la vecina Venezuela, nación que tiene varios millones de colombianos viviendo dignamente allí.
En Brasil, un Jair Bolsonaro cuyo «mérito», que exhibe con sumo orgullo, es el de ser el «Trump del trópico», al parecer cuando se enseñó la palabra democracia en las escuelas a las que asistió, se ausentó a clases o bloqueó su mente para no conocerla ni en la teoría ni en la práctica.
De esa forma la emprende, «democráticamente», contra miles de médicos cubanos que salvaban vidas en su extenso país, promulgó leyes contra los pueblos indígenas, sacó a Brasil de los acuerdos sobre el cambio climático, exhibe un alto aval de racismo, machismo y nacionalismo exacerbado y apela a la fuerza para reprimir a trabajadores sin tierra, personas sin casas, madres sin comida para sus hijos, enfermos sin médicos que les atiendan…
No olvidemos que la «democracia» brasileña de estos tiempos tiene al expresidente Lula en prisión, víctima de la más cruel de las injusticias, para alejarlo de la posibilidad de ser un seguro nuevo presidente del pueblo que lo aclama y necesita.
En Bolivia, en nombre de esa «democracia», no se acepta la reelección del presidente Evo Morales, aunque ganara con más de 600 000 votos de diferencia a su rival opositor Carlos Mesa.
Ahora acompaña a Mesa otro personaje de la oligarquía santacruceña, Fernando Camacho, que hasta da ultimátum al presidente electo para que renuncie y convoca a los militares a que lo acompañen en esta cruzada fascista.
¡Qué clase de «democracias» esas que se quieren imponer como matriz en las naciones latinoamericanas!
Nos corresponde a los pueblos, como se manifestó en el recién concluido Encuentro Antimperialista, de Solidaridad, por la Democracia y contra el Neoliberalismo, unir fuerzas y hacernos sentir cada vez más hasta alcanzar la victoria.