(Por: Marvin Aguilar)
Esta semana se cumplen 132 años desde que Henryk Ibsen escribió «Un Enemigo del Pueblo». La obra es una crítica a una población que se siente orgullosa de la clase de alcalde y de sistema (débil y corrupto) económico que tienen. Stockmann es un médico que descubre que en el balneario (fuente de turismo y dinero del pueblo) existe una bacteria provocada por los desechos de un molino de una familia poderosa que podría enfermar a todos los habitantes.
La solución es cerrarlo para tratar las aguas y evitar daños mayores e incalculables. Empresarios, medios, ciudadanía, finalmente el alcalde que es su hermano terminan declarándolo enemigo del pueblo por querer cerrar el único medio de subsistencia de los habitantes. En aquellas circunstancias Stockmann interesado en el bien común acaba siendo una amenaza.
En la zona oriental de nuestro país bien podría estarse gestando la segunda parte de la obra de Ibsen, lo que Stockmann deseaba evitar. Según el juez medioambiental de San Miguel, en el Golfo de Fonseca, la parte que comparten al menos seis alcaldías han dejado que se contaminen las aguas del mar que ya comenzaron a arrojar moluscos muertos afectando la economía de los pescadores locales.
No solo, la población –sostiene el juez- no tiene conciencia ni cultura ambiental, abona a la tragedia que las alcaldías y los ministerios no han estado haciendo nada por resolver el problema que está afectando a todos.
En El Salvador el caudillismo malo como rémora del siglo 18 se evidencia actualmente en el poder local. Las alcaldías se han convertido en coto de caza de un elite provinciana que muy poco interesada en desarrollar a sus municipios como ciudades circulares y amigables con el ambiente poseen un culto a la infraestructura (muchas veces poco provechosa) que les facilita cobrar en negro porcentajes que van desde el 10% al 30% según la importancia del proyecto.
Este ingreso ilegal permite operar un clientelismo que les reelige indefinidamente.
El caso más paradigmático que refleja la vigencia de la obra de Ibsen lo observamos en los alcaldes involucrados en la crisis del Golfo: pertenecen al partido ARENA y llevan como máximo en la comuna 12 años. En todo ese periodo nunca miraron hacia el mar o cuando menos no se imaginaban que bajo las aguas que vieron había vida.
El FODES -que bien podría haber servido para evitar la crisis ambiental en la que están inmersos por negligentes estos munícipes- pensado para potenciar el desarrollo ha terminado siendo una fuente de corrupción que disfrazada de buenas obras ha creado derivada de la política una nueva clase económico-social en los municipios del país. Por estos lares los alcaldes honrados son como los marcianos. Nadie los ha visto hasta ahora. ¿Exagerado? No. Porque hasta el alcalde que no cobra la coima de los proyectos, vía FODES, se agencia un salario desigual en relación a sus vecinos y, no solo, además bajo la figura de gastos de representación o viáticos aumentan su patrimonio de manera escandalosa. Desde luego el Concejo Municipal no se salva porque para lograr (votos) el silencio o complicidad de sus miembros la erogación de dietas para ellos en los presupuestos es igualmente una jarana al erario municipal.
Corolario:
Cuando niño observaba al Dr. Fausto Cisneros pasando por el negocio familiar caminando desde su casa-clínica hacia la alcaldía, regresar a almorzar y luego volver a su trabajo en el despacho municipal cada día. En el oriente ya ningún alcalde va caminando a su oficina. Con FODES se compran narco-carros que les otorgan el estatus que su inculta existencia no puede darles, de allí que, así le va al Golfo de Fonseca.
Los políticos ahora son como la ropa interior de cualquier color. Hay que cambiarla seguido porque sino apestan. Las protestas a nivel hemisférico que hemos visto en los últimos días es debido al descredito de los políticos que aprovechándose de la democracia llevan ejerciendo poder demasiado tiempo, sean estos de derecha o izquierda. No es ideológico, es ciudadano el malestar. Como Ibsen hace decir al doctor Stockmann en su obra: hay una vieja equivocación popular: creer que la cultura intelectual es contraproducente, que debilita al pueblo. Lo que en realidad debilita al pueblo es la ignorancia, la pobreza y todo lo que se hace para embrutecer.
Cuando en una casa no se barre ni se lava el suelo, sus habitantes acaban por perder en un par de años toda noción de moralidad. La conciencia, como los pulmones, vive de oxígeno, y el oxígeno falta en casi todas las casas del pueblo, porque una mayoría aplastante (hasta ahora)*, que es lo bastante inmoral, quiere basar el progreso de nuestra ciudad en cimientos falsos y engañosos.