(Por: Andrés Osorio Guillot)
Un mayo de 1936, dos meses antes de la hecatombe de la Guerra Civil Española, André Malraux llegaría como delegado de la Asociación Internacional de Defensa de la Cultura para defender las ideas del Gobierno Republicano de Manuel Azaña.
El rol con el que llegó el escritor francés a España no fue gratis. Luego de 35 años de vida y un trasegar literario compuesto por siete obras antes de la Guerra Civil en España, André Malraux habría de consolidarse como uno de los mejores escritores de la época en Europa. Principalmente, su prestigio y credibilidad se dieron cuando el mundo conoció la que fue, quizá, la novela más representativa de su narrativa: La condición humana.
Su método autodidacta lo alejó del canon académico en Francia. Sus decisiones lo encaminaron a cultivar todo tipo de conocimientos: arqueología, poesía, arte y lenguas orientales fueron algunos de los campos en los que el novelista habría de encontrar su lugar en el mundo y su compromiso con el mismo. Dedicó, también, buena parte de su vida a estudiar y admirar las ideas de Trotsky, por lo cual se ubicó en el terreno del comunismo, ideología que lo llevó a conocer a Mao Tse Tungen en el 66 y a escribir Los conquistadores (1928) y La condición humana (1933), novelas que datan de las revoluciones sociales en China.
Estos antecedentes llevarían a Malraux a participar del bando republicano de la Guerra Civil Española, en el cual se defendía no solo el voto popular por el cual fue elegido Manuel Azaña, sino que también buscaba mantener en alto la ideología de izquierda que por aquel entonces era defendida por las centrales obreras, el mismo Gobierno Español y sectores del agro. La fuerza con que el Bando Nacionalista -encabezado por el ejército y el General Franco, la burguesía y la iglesia católica- llegó a dominar el territorio por medio de las armas, se dio gracias al apoyo de Alemania para asegurar la expansión de los ideales nacionalistas en Europa.
André Malraux se encargaría de comandar la Escuadrilla España -posteriormente la escuadrilla llevaría el nombre del escritor-, la cual se encargaba de controlar bombardeos y transporte de aparatos para el manejo y la enseñanza de aviones de caza. El conocimiento del escritor, adquirido por uno de los ministerios del Gobierno francés (Ministerio del Aire), permitió que éste se pudiera encargar de manejar y enseñar a las tripulaciones que iban a manejar buena parte de la flota aérea republicana. Su labor como administrador de la Escuadrilla duraría casi dos años, pues a pocos días de darse la Batalla de Cataluña a finales de 1938, el escritor se había dedicado a realizar ejercicios de propaganda para el gobierno republicano, además de haberse dedicado a su producción artística al escribir L’Espoir (La esperanza) y grabar Sierra de Teruel, película inspirada en el libro y realizada junto al dramaturgo Max Aub.
Como si se tratara de autoreferenciar su pensamiento y el objetivo de su obra, Malraux escribe en un apartado de La esperanza “El arte no es un problema de temas. No hay un gran arte revolucionario. ¿Por qué? Porque se discute todo el tiempo sobre directivas en vez de hablar sobre fun-ción. Hay que decir a los artistas: ¿necesitáis hablar a los combatientes? (A algo preciso, no a una abstracción como las masas). ¿No? Bueno, haced otra cosa. ¿Sí? Bueno, ahí está la pared. La pared, hombre, y eso es todo. Dos mil individuos van a pasar por delante cada día. Los conocéis. Queréis hablarles. Ahora, arregláoslas. Tenéis libertad y necesidad de serviros de ellos. Muy bien. No crearemos obras de arte, eso no se hace por encargo, pero crearemos un estilo.”
Años antes, en uno de los Congresos Internacionales de Escritores para la Defensa de la Cultura, el escritor francés le dijo a los soviéticos que estaban presentes en el evento que: Una obra de arte, es un objeto, pero también un encuentro con el tiempo {…} Creamos las obras de arte, cuando ellas nos crean a nosotros. Y con esa misma seguridad en sus palabras fue que logró hacer de la guerra y del activismo político una herramienta para su escritura comprometida con la verdad que acaecía sobre él y sobre un continente que atravesaba grandes tempestades a causa del florecimiento de los sentimientos nacionalistas y de la conquista de una buena parte del territorio por parte de los discursos de la ultra derecha.
André Malraux abandonaría España a finales de 1938. Su legado en la guerra y en la literatura ya había quedado saldado, o por lo menos con esta parte de la historia ya lo era. Sus relatos sobre el primer año de la Guerra Civil y su visión humana sobre la muerte, el conflicto y las diferencias hicieron que La esperanza se convirtiera en un referente de su narrativa y de uno de los episodios más crudos en España, pues en esta obra no solo se enmarca la utopía de la libertad que toda revolución busca, sino que también se describen los momentos de tensión y de algarabía que se vivieron en Madrid y en Barcelona, respectivamente, los días en que el país se vio fragmentado por la reivindicación de los valores por parte del Bando Nacionalista y la defensa de los valores democráticos y de igualdad del Bando Republicano.
Tiempo después se uniría a la Resistencia Francesa en la Segunda Guerra Mundial. Y, a pesar de continuar con la vida política, su credibilidad y reconocimiento como comunista se ven abolidas por su participación en el gobierno del presidente Charles de Gaulle, pues la ideología del partido era, precisamente, aquella que en años anteriores Malraux pretendió evitar en otros lugares del ‘viejo continente’.