Las caminatas durante las noches en vela le permitieron conocer Londres al dedillo, de los barrios ricos a los tugurios del puerto
Por: Olga Merino
na bruma densa y verdosa, que mis convecinos llaman ‘pea soup’ (sopa de guisantes), apenas permite adivinar qué se cuece un palmo más allá de las ventanas de guillotina. El aire huele a gas sulfuroso, tiene un tacto grasiento y arrastra copos de hollín que tiznan la ropa, todo por la sencilla razón de que Charles Dickens ha vuelto al Hotel Cadogan.
Los huéspedes chismorrean que ha traído consigo el ‘smog’, esta vaharina que respiramos, porque él es la quintaesencia de la niebla victoriana, el chapapote que permea todas y cada una de sus novelas, desde el arranque espectacular de ‘Casa desolada’: “Niebla por todas partes. Niebla río arriba, donde fluye entre verdes isletas y vegas; niebla río abajo, donde discurre sucio entre hileras de barcos y las orillas llenas de basura de una gran y mugrienta ciudad”.
Casi cincuentón, Dickens, que había trabajado como periodista y cronista parlamentario, padece ahora de insomnio, como Nabókov, el anterior inquilino. Sale por las noches a quemar las suelas de sus botines, tip, tap, tip, tap, con la única finalidad de que amanezca (es un decir) cuanto antes, de manera que se conoce Londres como la palma de la mano.
La ciudad en todos sus matices, desde los salones de Mayfair, hasta los tinglados del Támesis, la cárcel de Newgate, el manicomio de Bedlam, las tabernas portuarias y el puente de Waterloo, donde se asoman los espectros de los suicidas.
Ha llegado a meterse incluso en un fumadero de opio en Limehouse (lo cuenta en ‘El misterio de Edwin Drood’), y las descripciones que del tugurio hicieron después el tío Oscar (‘El retrato de Dorian Gray’) y Arthur Conan Doyle en alguna incursión de Sherlock Holmes por los bajos fondos beben de la fuente primigenia.
Pero más que fumarlo en pipa, lo que se estila aquí es el láudano, un cocimiento a base de opio, vino blanco, azafrán, clavo y canela. Maldito insomnio. Dickens tiene buenas razones para no pegar ojo desde que se destapó su ‘affaire’ con la actriz de 18 años Ellen ‘Nelly’ Ternan.
El enamorado amante compró un brazalete de oro, y el joyero, creyendo que se trataba de un obsequio para la esposa, lo envió al domicilio conyugal acompañado de una carta.
¡Menuda torpeza! Dos décadas de matrimonio se acabaron de un portazo. Las paredes del hotel todavía tiemblan con el escándalo.