Desextinción: levántate y anda

Vaya problema se ha echado encima la humanidad que, por curiosidad científica, corrección política o los insomnios que provoca la conciencia culpable, quiere revivir, de las viejas fotos y grabados, aquellas especies fregadas por rifles y deforestaciones.

Entonces pretende materializarlas, no como hologramas ni en sesiones espiritistas, sino como seres carnudos que serán invitados a compartir este largo viaje de tren transiberiano que es la vida, y que retomen su espacio en este planeta que, paradójicamente, parece condenado a apagarse en el oscuro firmamento con un puntico blanco, como los viejos televisores de mueble barnizado.

Algunos saltan de júbilo con la idea de recibirlos biológicamente como quien se reencuentra con su mascota extraviada, aunque no dejarán que sus hijos acaricien la aterciopelada cabeza de un tigre diente de sable. Otros son más escépticos y creen que será un buen motivo para que perezcan nuevamente en divertidos safaris con cananas llenas de adrenalina y perdigones. Unos terceros piden que ni lo piensen, que resucitarlos sería como jugar a ser Dios –como si exterminarlos no pareciera que le han quitado el mando del videojuego al Supremo.

Como sea, cada vez es más fuerte la convicción de que podría intentarse tenerlos de vuelta y, lo mejor de todo, la ciencia tiene agallas intelectuales para lograrlo. La indetenible clonación de animales desde que se replicó a la oveja Dolly en 1996 lo confirma, y hasta perfecciona cada día más sus mañas. Pero lamentablemente, con la tecnología actual, las muestras de ADN solo siguen siendo útiles por aproximadamente un millón de años.

Es decir, teóricamente se podría clonar un neandertal, pero no un triceratops, el dinosaurio que desapareció hace unos 65 millones de años a consecuencia ya ni se sabe de qué. (Científicos de las universidades de Princeton y de California en Berkeley, Estados Unidos, encontraron evidencias que ponen en duda que la extinción de los dinosaurios se produjese a causa del impacto del asteroide o cometa gigante que provocó el cráter Chicxulub en la actual península de Yucatán, como se creía hasta ahora. Ambas investigaciones, publicadas en la revista Science a principios de este año, coinciden en que una serie de grandes erupciones volcánicas en las Traps del Decán, en el centro-oeste de la India, tuvo lugar 50 000 años antes y los flujos de lava continuaron durante milenios después, acabando con dos tercios de las especies vivas que habitaban la Tierra).

El arte de replicar dinosaurios fue posible gracias a Michael Crichton en la literatura y cineastas como Steven Spielberg después, quienes con Parque Jurásico expusieron la clonación técnica, en cantidades agropecuarias, de varias especies extintas.

Pero seamos justos: antes Julio Verne y Arthur Conan Doyle habían conseguido revivir a esas gigantescas especies en sus respectivas obras Viaje al centro de la Tierra y El mundo perdido, pero no por fabricación, sino por revelación natural ante los personajes, cuando ellos y nosotros las creíamos finiquitadas.

Casos como esos, de ocurrir ciertamente, serían considerados como pseudoextinción, tal como aquellos grupos taxonómicos enteros que dijeron adiós y justo cuando dejamos de extrañarlos, reaparece algún ejemplar con mirada de “no es lo que tú piensas”, como quien sin previamente avisar no durmió esa noche en casa.

Animales Lázaro

El que más recientemente volvió del mundo de los muertos es el insecto palo de la isla de Lord Howe (Dryococelus australis). Fue descubierto en el siglo XIX y considerado extinto desde la década de 1930, cuando las ratas de los barcos balleneros que hicieron una estación en ese islote del mar de Tasmania, bajaron a tierra como tatuados marineros para darse el gran festín con la jugosa especie de 15 centímetros de longitud y 25 gramos de peso.

En 2001 fue reencontrada una colonia de 24 ejemplares del bicho y el Zoo de Melbourne, con dos parejas reproductoras, multiplicó la población que luego fue enviada a repoblar la isla.

Este insecto palo es lo que llaman animal Lázaro, por “resucitar” como el personaje bíblico. También lo es el celacanto (pez óseo prehistórico desparecido hace 65 millones de años y reencontrado en 1938); el petrel de las Bermudas o cahow (a pesar de darles temor su llamado de apareamiento, los marineros se comieron la última posta en torno a 1620, hasta redescubrirse una pequeña colonia del ave en 1951); y el calamón takahe (se cree que sus ancestros, volando, alcanzaron Nueva Zelanda desde Australia, hace millones de años. Ante la ausencia de depredadores naturales vivieron a cuerpo de rey, aumentaron de tamaño y perdieron su capacidad de volar. Desde la llegada de los europeos en el siglo XVIII, los animales importados se engulleron al sabroso y para entonces indefenso takahe, y en 1898 fue declarado extinto).

A un cuarto para la hora final

Solo sometido a tortura física alguien admitiría que los animales Lázaro son ejemplos de desextinción. Tampoco lo son aquellos que desaparecieron, pero dejaron especies descendientes o hijas que han evolucionado desde su especie padre (es el caso de las aves, que se originaron de los dinosaurios) con la mayor parte de la información genética de esta última.

La desextinción no deja espacio al azar de la naturaleza y su reino se circunscribe al conjunto de técnicas que permiten volver a engendrar un ejemplar o, incluso, revivir una especie extinta completa, ya desaparecida. Es como ordenar con la voz gutural de la ciencia: “Levántate y anda”.

Pero la ambición, vimos ya, depende de un puñado de miles de años que limitan la calidad del ADN; afortunadamente, nadie quiere resucitar a nuestros románticos primos neandertales.

Reincorporar a la lista activa al mamut lanudo o mamut de la tundra, es más accesible (y hasta existen planes turísticos futuros con esta especie). Hoy se cuenta con muestras de ADN congeladas y teóricamente se podría implantar ese material hereditario en elefantes, que son genéticamente similares (si es que no se extinguen antes). Incluso se estima que un híbrido de mamut lanudo y elefante está a tan solo unos años de conseguirse.

De momento, los obstáculos parecen ser financieros y políticos, y no tanto científicos. Xiuchun (Cindy) Tian, profesora de Biotecnología de la Universidad de Connecticut, Estados Unidos, quien está trabajando en la reactivación de ADN, basado en el núcleo, a través de la clonación, cree que solo tomaría 10 años lograr que los zoológicos puedan estar poblados con animales raros e incluso en peligro de extinción.

Pero las tasas de mortalidad de los animales clonados son muy altas por razones que aún no son del todo conocidas, aunque “si sobreviven, generalmente son saludables”.

Siendo tan caro ese camino, el único uso productivo actual de la clonación de animales es para los toros premiados, cuyo stock genético es valioso para los agricultores aunque tengan que pagar los 15 000 dólares que cuesta el semental 2.0.

Desde luego, la clonación de animales salvajes o en peligro de irse sería incluso más costosa, ya que existe poca información sobre estos y menos especímenes para usar como pruebas.

Con tales truenos, casi nadie tendría contacto directo con esos hipotéticos ejemplares desextinguidos o multiplicados mediante la clonación justo 15 minutos antes de su hora final. Solo tendrían ese privilegio, además de los científicos involucrados, aquellos ricos que pueden pagarse un paquete de “turismo de desextinción”.

Ya se habla de experiencias de viaje especializadas –como comer el ya amenazado y costoso pez globo en Japón– que pueden ser más accesibles gracias a la clonación; cazar animales clonados en Sudáfrica; o avistar clones de especies en peligro de extinción mientras hacen un safari en Estados Unidos.

La preservación, antes o después

Preguntas como esas flamean los debates éticos y prácticos sobre la desextinción.

¿Sobreviviría un mamut tecnológico en el paisaje siberiano actual, que es una tundra cubierta de musgo y no una estepa herbácea como hace 12 000 años? Sostiene Serguéi Zimov, ecólogo ruso y director de la Estación Científica del Nordeste en Cherski, en la República de Sajá, que ese cambio precisamente ocurrió cuando desaparecieron los mamuts lanudos y el suelo dejó de ser removido por estos y fertilizado con su estiércol.

De manera que la vida salvaje desextinguida probablemente se concentre en parques de conservación, si no en cotos de caza.

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