La alianza entre los servicios especiales estadounidenses y la industria del entretenimiento es de vieja data. Una de las primeras series de televisión creadas con un objetivo directo de guerra cultural en Europa fue Music in the Twenties, la que, según la CIA, debía ser epítome del sueño americano para disminuir los sentimientos antiestadounidenses en la década de los 60 en el Viejo Continente.
La serie Dallas es otro buen ejemplo. En el artículo How Dallas won the Cold War, publicado por Nick Gillespie y Matt Welch en la Razón Magazine, los autores afirman: «Esta caricatura de la libre empresa y del estilo de vida de los ejecutivos norteamericanos demostró ser irresistible… no fue una serie televisiva más, sino una fuerza cultural que cambiaba una atmósfera, que ayudaba a definir la década de 1980, de ambiciones, en la que el capitalismo, a pesar de sus fallas morales, parecía ser un sistema con swing».
El programa tuvo su premier el 2 de abril de 1978 como una miniserie en la cadena CBS. Los productores inicialmente no tenían planes de expansión, sin embargo, debido a su popularidad, el show se convirtió posteriormente en una serie regular que duró 14 temporadas, del 23 de septiembre de 1978 al 3 de mayo de 1991.
La popularidad de la miniserie inicial en países como Polonia, la RDA y Checoslovaquia tuvo mucho que ver con el aumento del presupuesto a los realizadores. La CIA canalizó millones de dólares para financiar Dallas. Cuantiosos recursos se emplearon para garantizar la visibilidad de la serie en los países socialistas de Europa del Este.
Años después, documentos desclasificados de la CIA mencionan el entusiasmo de los realizadores, Dallas había logrado impactar en los jóvenes de Europa del Este, que soñaron con usar chaquetas de cuero al estilo de los protagonistas de la serie, conducir autos de último modelo, pasar las noches en grandes discotecas acompañados de hermosas chicas, en un mundo «divertido», glamuroso, ajeno a cualquier responsabilidad y compromiso.
La guerra «silenciosa» constructora de estereotipos, de modelos de vida «ideales», falsos como oro similor, no dejó espacios por cubrir en el enfrentamiento al socialismo. Durante la inauguración en Moscú de la American National Exhibition, el 24 de julio de 1959, presidida por Nikita Jruchov y Richard Nixon, se produjo un debate sobre las supuestas bondades del capitalismo y su alegada superioridad. El llamado Kitchen-debate tuvo lugar en medio de una cocina de una casa prefabricada construida expresamente para la ocasión por All State Properties, para mostrar a los soviéticos «la cocina que todo norteamericano puede tener». El diseño correspondió a los famosos arquitectos diseñadores de las House of Future, Alison y Peter Smithson, los muebles y demás objetos fueron aportados por Macy’s y los electrodomésticos por General Electric. Dentro de la cocina ideal una modelo rubia, esbelta, sonriente, trajinaba diligente ante la vista de los observadores, manipulando con destreza todo el equipamiento electrónico de última generación. El efecto de esta puesta en escena fue devastador.
La batalla simbólica
En la guerra simbólica entre los dos sistemas que caracterizó las décadas de 1960, 1970 y 1980, una visión idealizada de la vida cultural en el capitalismo fue marcando el imaginario de muchos, especialmente de los jóvenes.
El cine de Hollywood se convirtió en una eficiente herramienta para «americanizar», o simplemente transmitir los valores del modo de vida estadounidense, divulgando los estereotipos esbozados por la sicología en sus prestigiosas universidades, hacia las culturas y forma de ser de las personas del resto de los países del mundo.
La relación de los actores de Hollywood, productores, directores y otros ejecutivos, comenzó con la precursora de la CIA, la Oficina de Servicios Estratégicos.
El escritor Tom Clancy mantuvo una relación particularmente intensa con la CIA. En 1984, el autor fue invitado al cuartel general de Langley después de escribir La caza del Octubre Rojo, de la que en 1990 se realizó una película fruto de la colaboración con la Agencia.
La CIA volvió a contactarlo cuando trabajaba en el libro Juegos de patriotas, y la adaptación al cine contó no solo con financiamiento, sino con acceso a las instalaciones de la CIA e información. Para la realización de Pánico nuclear, el entonces director de la CIA, George Tenet, puso a disposición de los cineastas un grupo de asesores que guiaron la producción e introdujeron cambios importantes en el guion.
Después del 11 de septiembre, según el historiador de cine Sasha Knezev, George W. Bush, Cheney y Carl Root solicitaron a Hollywood la cooperación en la guerra contra el terrorismo y se reunieron con el presidente de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos, Jack Valenti, con el objetivo de lograr que el cine reflejara una imagen positiva de las acciones de guerra de EE.UU. contra «oscuros rincones del planeta».
La noche más oscura y Argos son un ejemplo de cómo el cine justifica los crímenes de su maquinaria militar y presenta las prisiones secretas de la CIA y las torturas a los prisioneros como un mal necesario para garantizar la seguridad nacional.
La CIA necesitaba urgentemente cambiar la imagen, reconstruir una «credibilidad perdida», sobre todo después de la revelación de los crímenes de Abu Ghraib, de las mentiras sobre la existencia de armas de destrucción masiva, necesitaba el apoyo de Hollywood y de otros medios. De esa colaboración, que incluyó un cuantioso financiamiento, salieron series como 24 horas.
La CIA y la industria del entretenimiento
La mayor parte de la programación televisiva actual corre a cargo de empresas mediáticas interesadas en los contratos con la CIA, es una programación donde se exalta la violencia a nombre del gobierno estadounidense, se venera al hombre de acción, asesino y torturador, claro, siempre que este actúe a nombre del gobierno y en defensa de los «intereses» de la sacrosanta «seguridad nacional» de Estados Unidos.
EE.UU. tiene un desproporcionado número de series de televisión dedicadas a las fuerzas de seguridad, programas que condicionan al público para que mantengan una buena opinión sobre ellos.
No se dejan espacios sin cubrir, quien no ve los noticiarios o lee los periódicos, consume horas de conexión a internet e interactúa en las redes digitales o es seguidor de los espectáculos televisivos, de la moda o del deporte transnacional, o escucha la radio o lee libros y revistas, todo está conectado, una gran red de distribución de contenidos atrapa y sumerge en un mundo irreal a millones de ciudadanos del mundo de hoy, abrumados de información chatarra, con muy pocas alternativas valederas de enriquecimiento cultural.