El cine y la transformación de las audiencias

(Por: Rolando Pérez Betancourt)

La década que transcurre puede marcar el final del cine como lo hemos conocido. Ni fatalismo ni ciencia ficción, más bien realidades y suma de opiniones de especialistas que pronostican el fin de una era vinculada con hábitos desdibujados al paso del tiempo.

La competencia de internet, con todas sus variantes, y los nuevos ritos de consumo, hacen tambalearse a una industria cinematográfica vinculada con la exhibición convencional y, desde hace rato, urgida de nuevas formas de supervivencia.

Menciono el rechazado (culturalmente) término de «consumo» a partir del hecho de que si los hermanos Lumière obtuvieron el reconocimiento de ser los inventores del cine se debe a que lo imaginaron como espectáculo público de índole comercial, en tanto el más modesto kinetoscopio, patentado por Edison en 1891, debía disfrutarse de manera individual, lo que le otorgaba una nula trascendencia en el campo de los negocios.

Y he aquí que un siglo más tarde, el mundo de las imágenes en movimiento, el cine, ¡el gran invento!, da una voltereta tecnológica que permite pensar en un Edison socarrón recordándonos que después de todo no estaba tan errado en eso de «mirar películas» separados de los demás.

Diariamente se cierran salas de cine en el mundo y las que se mantienen se apoyan en lo fundamental en los llamados blockbusters de superhéroes, concebidos con altísimos presupuestos de producción y marketing, dirigidos a jóvenes audiencias, cuyos padres deben pagar elevados precios en taquilla para que sus muchachos se mantengan «actualizados».

Efectos especiales, el 3d, narrativas de fácil discernimiento y el destierro de la originalidad en función de repetir lo que ya se conoce y se sigue buscando –gracias a campañas de publicidad vinculadas a industrias paralelas (juguetes, vestimentas, videojuegos)– engrasan los resortes de un cine que campea en las taquillas. Pero no es suficiente y los dueños del negocio se preocupan ante el ultimátum de agoreros y especialistas: o hay transformación, o se termina de perder las audiencias.

Televisores de alta definición y con ellos el terreno ganado por los seriales de elevados presupuestos, tan populares y ajenos a la salas de cine, ordenadores, memorias, tabletas, celulares, han venido cambiando los hábitos del espectador, a lo que habría que sumar las facilidades del streaming; Netflix, Amazon, hbo, Disney y otras firmas capaces de generar sus propios contenidos; seriales como Juego de Tronos y filmes de la talla de Roma y Joker, que por su calidad han obligado a los académicos del Oscar a cambiar las reglas del juego en lo concerniente a solo premiar títulos concebidos para ser estrenados públicamente.

Esas alternativas de exhibición estremecen la primacía de los cines, pues el monopolio de los exhibidores ha logrado hasta ahora que las películas se presenten primero en las salas y, concluido el ciclo comercial, vayan a otros formatos.

También, el abusivo costo de las entradas en la salas ha hecho que no pocas películas se coloquen en la red para disfrute de una vasta audiencia.

Hasta las cuantiosas horas dedicadas a navegar en YouTube y otras posibilidades similares preocupan a los empresarios, que ven cómo la taquilla disminuye, al tiempo que «adentrarse en los contenidos», en el formato que sea, se ha convertido para las nuevas generaciones en una opción más importante que el disfrute estético ofrecido por el cine.

Ante el peligro de que las salas terminen por convertirse en rara avis, surgen propuestas e inventivas: ya Spielberg había vaticinado que los filmes terminarían por estrenarse en internet, o en la televisión, y solo las grandes producciones quedarían reservadas para cines espectaculares y «muy caros». Se habla de crear sistemas de tres pantallas, con el espectador en el centro recibiendo cuanto influjo de imágenes y sonidos pueda imaginarse, de realidad virtual que integre al público a la narración, y otras variantes que ya vinculan a lo mejor de la industria, todos unidos en un solo frente contra la tendencia ¿implacable?, ¿imparable?, del cine en casa.

En nuestro caso, y a nuestro modo, no somos ajenos a la llamada crisis generalizada de los cines. Excepto algunos eventos, como el Festival de La Habana, las salas permanecen con escasa asistencia de público. La transformación de las audiencias es un fenómeno que también nos ha alcanzado en los últimos años y hacer que el público vuelva a trasponer la magia oscura de los cortinajes no es asunto solo de buenos propósitos, entre otras razones porque nos hemos acostumbrado a ¡verlo todo! recurriendo a la televisión y a otros recursos alternativos que se seguirían empleando en caso de que, un poco a la manera de como se hacía en los viejos tiempos, se exhiban los filmes primero en los cines y luego en la pequeña pantalla.

Los tiempos son otros y las soluciones no pueden ser las mismas en el intento de, sin dejar de ver películas, volver al cine.

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