En el mundo hay 3.764 millones de mujeres. Y las historias que trascienden en los medios reflejan, por lo general, dos extremos opuestos de la desigualdad de género: se destacan las que rompen estereotipos o las víctimas de violencias brutales.
Mujeres latinoamericanas de cuatro países retratan cotidianidades de una mitad de la población mundial.
Ivette Domínguez: «Juntas somos una revolución y separadas no somos absolutamente nada»
Ivette Domínguez vive en Brisas de Propatria, un barrio populoso de Caracas, al oeste. Su familia es una familia de mujeres en un mundo de hombres, aunque suene tópico. Una familia de matriarcas independientes en un país machista.
«De cada una de las mujeres de mi familia he aprendido algo valioso para mi vida y de cada una de ellas he sacado algo que ahora conforma mi personalidad», explica y agrega: «De mi mamá, el espíritu incansable de trabajo; de mi abuela, el estar para la familia por encima de todo y cuidar el hogar; y de mi tía, a no quedarme callada y decir las cosas que pienso siempre», dice Ivette.
Ivette es licenciada en periodismo y tiene diez años de experiencia trabajando en el área de marketing digital. Ahora mismo trabaja como freelance para varias empresas a las que lleva las redes sociales como su community manager.
Es una venezolana más en Venezuela, un país con al menos 15 millones de mujeres, según proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE). Su historia no es diferente a lo que ocurre en la mayoría de los países del mundo, y, como cualquier venezolana, la periodista tiene una preocupación por encima de todas las cosas en mitad de la crisis que asola el país caribeño: resolver su economía, que no es solo suya sino la del núcleo familiar porque ella, al igual que su mamá, su tía y su abuela, conforman un núcleo indestructible donde todas aportan.
Para el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Ivette cree que hay varios desafíos todavía en Venezuela. «El reto más grande que tenemos por delante las mujeres venezolanas es entender que juntas somos una revolución y separadas no somos absolutamente nada».
La Tía Doris: «Militante de la vida»
Cocinera, cantautora y exdirigente poblacional, Sara Doris Zamora lleva más de 30 años a cargo de un pequeño local de comidas en la Universidad de Chile. Allí, a sus casi 80 años, es la tía Doris para los estudiantes, encariñados con sus inspiradoras lecciones de vida y dosis de realidad.
«Hoy voy a cumplir 80 y sigo trabajando, como muchas chilenas, porque esto es mi vida», remarca.
Su historia es también la historia del Chile del siglo XX, humilde y esforzado. La tía Doris es un retrato fiel de la mujer popular, trabajadora, solitaria, de la madre y abuela latinoamericana.
La tía Doris es una incansable que hoy trabaja junto a dos de sus hijos, Jeny y Marco, atendiendo con su comida a pacientes, estudiantes, médicos y profesionales de la salud. También es voluntaria los fines de semana en el Hospital visitando enfermos sin familia, y este 16 de marzo cumple 80 años. Ocho décadas de lucha, esfuerzo y sobre todo de generosidad y entrega de una chilena de a pie.
«Ella es militante de la vida; su compromiso con los derechos de las personas es de siempre, está en su ADN. Nosotras luchamos aquí, en el negocio, de boca en boca. Aquí concientiza a las personas, porque mi madre está de acuerdo con lo que está sucediendo, con la colaboración, con la organización y con los derechos de las mujeres, es un ejemplo a seguir», señala su hija Jeny.
Adriana Rodríguez: «Son pocos los que se van dando cuenta que el machismo está dejando de existir en el mundo»
Adriana Rodríguez, podóloga uruguaya, puede leer las grietas, asperezas y delicadezas que se estampan ahí: sabe decir por dónde han andado, cómo han estado. ¿Qué historias cuentan los pies?
Rodríguez creció ahí donde vive, en la casa que era de sus padres, en Maroñas, noreste de Montevideo. Esa casa, dice, «es todo» para ella: ahí se crió, estudió, se casó, se divorció, volvió a casarse, crió a cinco hijos y a tres perros y acompañó a sus padres. Ahora vive con su marido y la hija menor, pero al igual que como pasa en la mayoría de los hogares uruguayos y del mundo, los cuidados y el trabajo doméstico están a su cargo. «Las tareas se reparten entre… yo», reconoce entre risas.
Sale de su casa rumbo a la parada de ómnibus con un bolso cargado, a veces más de lo que le gustaría, porque lleva varios juegos de instrumentales. Atiende al menos a tres personas por día, va a domicilio, recorre la ciudad: «No hay lugar al que no vaya». Ella les corta las uñas, saca los callos, usa el torno. Disfruta cuidando 120 pies al mes, principalmente de personas mayores y ancianos.
Los pies también le han mostrado cómo ha calado la lucha de las mujeres: hace 10 años la mayoría de sus pacientes eran mujeres, hoy hay más paridad.
«Es importante, por todo lo que está pasando hacia la mujer, manifestarse de alguna manera. Por los feminicidios, por un cambio importante (…) El principal obstáculo es el hombre, que siempre quiere ser el que manda. Son pocos los que se van dando cuenta que el machismo está dejando de existir en el mundo, que ha ido cambiando, que hoy por hoy la mujer está llevando las riendas… Ellos todavía están en su nube. Es el hombre que no quiere darle lugar a la mujer. Ellos no quieren perder su patriarcado, quieren ser siempre los dominadores», recalca Adriana.
Stella Maris: «El 98% de mis pacientes mujeres han sido víctimas de violencia o abuso»
Psicóloga, trabajadora incansable y madre de dos hijas, Stella Maris tuvo desde joven el impulso personal y familiar de formarse profesionalmente. A sus 75 años y con más de 50 años de carrera, sigue adelante en su apoyo a personas de todas las edades y estratos sociales.
Stella Maris dice que sigue trabajando porque lo necesita por una cuestión económica, y que no se jubila porque eso implicaría perder la matrícula. Recientemente, el Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires la reconoció con una medalla y un diploma por haber cumplido 50 años como profesional activa.
«El tema de la mujer ha sufrido una modificación muy importante en los últimos tiempos. El machismo siempre imperó y recién ahora las mujeres empiezan a tener una presencia más importante. Siempre la mujer fue un objeto, limitada a quedarse en la casa y sin mucha libertad», dijo.
Y remató: «Si tuviera que poner un porcentaje, diría que el 98% de las mujeres que atendí en estos años trajeron historias de maltrato, abuso, acoso, violación o violencia, sobre todo intrafamiliarmente. Ahora sí llegan a la consulta por esto, pero antes no aparecía el tema inmediatamente, pasaba un tiempo largo hasta que se animaba a contarlo, porque es como una confesión para la que se necesita mucho valor».