Por: Melvin Martínez*/
Dios escuchó el clamor del Papa solitario, en la majestuosidad de El Vaticano, y en el mundo agonizante resucitó la esperanza. La actitud humilde y la confianza que proyecta el Papa Francisco, diferente a la de otros jerarcas religiosos en Honduras, nos resucitó también la fe. Nos llevó a estar seguros que no debemos temer aunque la realidad se presente desesperante. “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso…”. Así lo dijo el Papa.
Luego reprendió nuestra débil fe, para animarnos en corrección fraterna.
Me sorprendió y alegró la claridad con que explicó que ante Dios todos somos iguales. Y pensé con algo de malicia que los corruptos que nos gobiernan tendrán que atenerse a ser atendidos en el sistema de salud pública que ellos han abandonado y saqueado. Recordé los más de seis mil millones de lempiras que se robaron del seguro social. El Papa Francisco dijo así: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”… “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra como habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”.
Me conmovió la alta valoración que el Santo Padre hace del rol de los que arriesgan su vida por la salud y el bienestar de todos, ese reconocimiento no se hace fácil, hay que tener la grandeza del Papa Francisco para decirlo así: “Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida… sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”. Que hermoso, me hace recordar el pasaje cuando Jesús dijo: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
En este encierro al que nos vimos obligados, para detener la propagación del coronavirus, no es fácil reconocer los papeles casi invisibles de muchos, pero el Papa en su reflexión ante Dios y los hombres para rogar por el bien de todos, lo hizo de la mejor manera: “Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos…Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad” (como pensando en los comunicadores sociales que buscan la exclusiva a riesgo del miedo colectivo y la mentira deshumanizada). Y enfatizó el Papa Francisco: “Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas … e impulsando la oración”
En toda la reflexión Papal ante el coronavirus queda bien claro que: “No somos autosuficientes… Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas” … “Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas. El Señor… nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”. Y también nos necesitamos entre nosotros, aún a los que no son de nuestro agrado. Ya no es tiempo de egoísmo, es tiempo de unirnos.
Hay fragmentos, en esta reflexión histórica, en los que se fundamenta nuestra esperanza de salvación de la humanidad que tiene que caminar bajo una filosofía nueva: Nos salvamos juntos o no se salva nadie, y aquí están identificados, quizás, los héroes más anónimos: “Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras” … “Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza” de un mundo justo y más humano, que asegure el buen vivir para todos.
*Docente hondureño