Lo lograron, al fin. Imponer los intereses sobre las necesidades humanas, y la ideología vacía del consumo compulsivo sobre cualquier filosofía, arte o religión. Lo consiguieron: imponer la visión de un mundo repleto de sujetos insaciables sobre la de un mundo poblado de seres conscientes, comedidos o justos; la idea de un mundo de triunfadores arrogantes opuesto a otro que consideran de perdedores, pobres o fracasados. Aparentemente –la lucha continúa en las calles de todo el mundo– lograron que la humanidad les temiera o se rindieran ante ellos como si fuesen dioses: reyes de la banca, señores de la guerra, magnates del cielo y de la tierra. Ya no son estadistas ni humanistas, ni sabios ni legisladores justos, ni guerreros valientes: son los mandatarios globales, los amos del futuro.
La economía y la ideología neoliberales se impusieron sobre el ethos, sobre la rectitud moral, la alegría y el amor, burlándose de los parlamentos de cada país y disolviendo tribunales y cortes para violar el Derecho Internacional., sometiendo al pueblo a sus ideas absurdas, que niegan todo tipo de solidaridad.
Son capaces de comprarlo todo, y de hacer empréstitos multimillonarios para luego cobrar intereses triples para posibilitar cualquier servicio: salud, educación, transporte, energía, vivienda, agua, alimentos. Con ellos, el mundo siempre estará en vilo, suspendido en un borde, esperando que desde las opulentas casas de gobierno den una orden para disparar un misil, propagar una pandemia, perpetrar una injerencia militar, o armar una gran mentira que pulule por el globo como una gran verdad. O de crear un virus de laboratorio como el que acaban de lanzar para propagar así una enfermedad mortal y encubrir el desfalco universal que están perpetrando, atacando a países frágiles y empobrecidos por ellos mismos; quieren tener una colonia en cada uno de ellos, una base militar, o convertirlos en principados, estados asociados, patios traseros para dominarlos y expandirse más y más, como un cáncer.
Han logrado crear el caos a través de un virus. Lo planificaron meticulosamente. Los científicos trabajaron arduamente bajo la severa vigilancia de generales, jefes militares, banqueros, políticos cómplices de varios países involucrados en esta trama de permitir que Estados Unidos den órdenes al mundo, fungir de policías del planeta, declararse pioneros espaciales, garantes de la libertad universal; protagonistas y manos armadas de grandes hazañas; hasta se dan el lujo de derribar sus propios símbolos financieros (Torres Gemelas), de hundir el buque más grande del planeta en su primer viaje (Titanic), arrojar bombas atómicas en Japón, o poner a caminar astronautas en la luna sólo para probar su supremacía y su poder de intervenir países, lanzar misiles a distancia, enviar drones a cometer magnicidios, crear cómplices planetarios para sus proyectos neo-colonizadores en África, Asia y América Latina, mientras nacen otros contrincantes suyos que no se la van a poner fácil: China, Rusia, Corea, Irán, Palestina, Siria, Venezuela, que ofrecen resistencia y no se doblegan ante ellos. Venezuela, que parecía un blanco fácil, un país débil y sumiso, les ha resultado un hueso duro de roer, ha resistido todas las formas de guerra sucia, híbrida, criminal.
Ahora han lanzado a rodar un virus para poner una gran cortina de humo y distraer del gran default que han propinado a su propio Estado y a los de socios de turno del momento (Colombia, Chile, Bolivia, donde el pueblo sigue luchando por su derechos en las calles) que se han endeudado con ellos en América Latina, países cuyos gobiernos aún creen en “rescates” del FMI y del Banco Mundial. Piensan postergar su gran estafa mientras los demás gobiernos se defienden de un virus que han creado para que los demás se distraigan mientras ellos observan como si estuviesen fuera del problema, miran el espectáculo y analizan las reacciones: la humanidad entera es como un conejillo de indias y las naciones un gran escenario donde van cayendo sus víctimas una a una. Mientras se desmorona el “sistema financiero” ellos miden sus pasos para renacer de las cenizas de la gran debacle. Sabían muy bien que llegaría este día en que el inmenso colapso económico se produciría, dentro de un contexto crítico de cambios ambientales que causan la muerte de especies, bosques, ríos, mares, lagos, selvas, hombres, mujeres y niños.
Lo que va a ocurrir es lo previsible, lo que se venía presintiendo hace tiempo y se hallaba visionado en la ciencia ficción del siglo XX, pues el futuro ya nos alcanzó y según parece nos sobrepasó en el diseño de sus utopías negativas o distopías: la sociedad y el Estado se han vuelto contra si mismos de manera inevitable. Aquello que los profetas del desastre (humanistas, filósofos, poetas, novelistas) venimos anunciando hace años: el gran caos. No le llamemos Apocalipsis, término muy bello que apenas significa Revelación, dando nombre al último de los libros de la Biblia donde San Juan de Patmos nos presenta, por medio de símbolos, a las peores bestias iracundas cerniéndose sobre el mundo, devorando al planeta a través de imágenes catastróficas que nos hacen pensar que los dioses nos han abandonado. Tengo la esperanza de que no: que los dioses más bien se hayan ocultado y estén aguardando a que la humanidad reflexione, que sea capaz de organizar un mundo con otros instrumentos y otros sistemas, con ideas que surjan de una filosofía distinta y de una visión del mundo donde la vida, y no la muerte, sea el centro de su reflexión y creación.
© Gabriel Jiménez Emán
-Gabriel Jiménez Emán es Premio Nacional de Literatura de Venezuela (2019) por el conjunto de su obra.