El libro Colapso del antropólogo Jared Diamond argumenta contra causas raciales o étnicas para explicar el fracaso de determinadas civilizaciones, y apunta hacia la toma de decisiones desastrosas, sobre todo en su impacto ecológico local, que provocó el declive de algunas de esas sociedades.
Por: Ernesto Estévez Rams
Jared Diamond es un antropólogo nacido en Boston, que ha intentado explicar el surgimiento y caída de distintas civilizaciones esparcidas en la historia y en la geografía. Interesado en explicar por qué Europa había prevalecido sobre otras regiones geográficas, conquistándolas y no viceversa, Jared concluyó que las razones iniciales descansaban en accidentes puramente geoecológicos. Según el antropólogo, en los inicios, el continente euroasiático, con su mayor variedad de plantas y animales adecuados para la domesticación, fue un factor esencial. A esto le añade la extensión transversal del continente, que permite la migración de los seres humanos, las plantas y los animales domesticados sin grandes cambios de latitud y, por tanto, sin grandes variaciones climáticas, permitiendo que las tecnologías agropecuarias desarrolladas en una región pudieran trasladarse a otras sin necesidad de grandes adaptaciones.
Esta ventaja inicial condujo a la posibilidad de lograr grandes concentraciones humanas que, a su vez, impulsaron el desarrollo de otras tecnologías como la escritura, las matemáticas, y de entramados sociales más complejos con organizaciones políticas más elaboradas.
Las ideas las desarrolla en su libro Armas, gérmenes y acero, publicado en nuestro país. Ocho años después, Jared publicó un libro llamado Colapso. Siguiendo con las ideas del anterior, en este el autor estudia una variedad de civilizaciones de diversas ubicaciones geográficas en el Pacífico, Asia, Mesoamérica, Norteamérica, el Caribe, Japón, y hasta el estado de Montana actual.
El libro, como el anterior, argumenta contra causas raciales o étnicas para explicar el fracaso de determinadas civilizaciones, y apunta hacia la toma de decisiones desastrosas, sobre todo en su impacto ecológico local, que provocó el declive de algunas de esas sociedades. Aquello que le falta de rigor a los libros de Jared, le sobra en carisma.
¿Un colapso geoecológico?
La tesis de Jared sobre el pecado original contiende con una visión, en el fondo supremacista, ya sea por racista, que pretende adjudicarle al hombre europeo determinada ventaja intrínseca sobre los demás. Tal idea, justificación ideológica predilecta del colonialista imperial, se parece, aparentemente, a lo que en Física llamamos rompimiento espontáneo de la simetría. Es decir, un sistema totalmente simétrico, frente a una interacción externa, responde favoreciendo una dirección que en principio parecía no distinguirse de cualquier otra. Pongamos un ejemplo, un globo perfectamente esférico lo inflamos hasta que revienta. El lugar por donde reventó, antes del rompimiento, no se distinguía en absoluto de cualquier otra porción del globo. De acuerdo con esta hipótesis llevada a la sociedad, en la tierra esférica, en principio, todas las comunidades estaban en igualdad de condiciones, pero un rompimiento espontáneo de la simetría favoreció al hombre blanco, y de ese privilegio inicial e irreversible, nace su destino manifiesto de ser el faro civilizatorio de la humanidad.
Todos descendemos de Lucy, pero los europeos, favorecidos por el rompimiento de la simetría, ya desde entonces se distinguieron de los otros. Por siglos, ese supuesto rompimiento espontáneo era (y para algunos aún es) visto como la manifestación de una voluntad divina de favorecer una tribu escogida sobre las demás. Ya no es tan espontánea.
Diamond presenta, con una variedad de ejemplos y argumentos, cómo en el inicio existieron ventajas geográficas que determinaron el derrotero de las comunidades y su subsecuente desarrollo desigual respecto a otras, desde la ventaja o la amenaza que brindaba determinado entorno botánico y animal, hasta la existencia de ciertos recursos minerales aprovechables como el hierro. Tampoco hubo una tribu divinamente escogida. La tesis de Jared es atractiva (aún si solo en apariencia) para intentar explicar por qué dos sociedades geográficamente cercanas, en términos relativos, como la azteca en el México moderno, y la taína en el Caribe, tenían desarrollos civilizatorios tan desiguales.
Uno de los principales problemas con la hipótesis de Jared es cuán lejos se quiere estirar para explicar el desarrollo social humano. Jared identifica varios factores que contribuyen al colapso civilizatorio entre los que destaca el cambio climático, los problemas del medioambiente, factores exógenos como las sociedades con las cuales una civilización interactúa, y el factor endógeno de cómo responde una civilización precisamente a los retos anteriores.
En Colapso, Jared extiende su argumento para intentar entender el declive de una variedad de civilizaciones basados en, esencialmente, la toma de decisiones erradas que han conllevado a una pérdida de adaptabilidad de ese conjunto humano respecto a su entorno. Así, habla de cómo el colapso maya tuvo que ver con decisiones que conllevaron a la deforestación y a otras calamidades ecológicas, que los hicieron declinar mucho antes de que llegaran los europeos; la población original de las Islas Papuas, también deforestaron en tal proporción que le siguieron hambrunas y una reducción catastrófica de la población, también mucho antes de que llegaran los europeos; causas similares son adscritas a otras comunidades del norte de América, con sistemas de regadíos que aceleraron la erosión de los suelos e hicieron insustentable la agricultura, y así, sucesivamente.
Termina aterrizando en Montana, donde aplica el mismo análisis, incluyendo la variable de las transnacionales, limitado a su efecto ecológico, para advertir que la modernidad no está exenta de cometer los mismos errores que condujeron en el pasado al colapso de otras civilizaciones, ahora a escala global.
Las tesis de Diamond han sido agudamente criticadas por otros antropólogos, algunas de las cuales, incluso, han terminado siendo un libro apropiadamente titulado Cuestionando Colapso. Toda tesis que parta de considerar que los factores «naturales», incluyendo los ecológicos, son la causa esencial de los colapsos sociales, convenientemente barren, bajo la alfombra posmodernista, toneladas de evidencia en los factores sociales y en particular económicos, los modos de producir y apropiarse de lo producido, en el desarrollo de la civilización humana. Confunde, en el mejor de los casos, síntomas con causas.
Quien crea, como se lee tan a menudo, que la crisis pandémica traerá de por sí una transformación social global hacia adelante, ignora otras evidencias históricas. De catástrofes, en términos de pérdidas en vidas humanas, esta, aun siendo la más rápidamente global, está lejos aún de ser la más significativa.
A las hambrunas europeas y las pestes, les siguieron el descubrimiento de América y la emergencia del capitalismo occidental como orden mundial, pero tal expansión no estaba cantada de antemano. Las hambrunas chinas no condujeron a la expansión del sistema asiático por el mundo, sino más bien lo que se vio fue un declive del imperio chino. Es popular, entre algunos, culpar de las enfermedades a la despoblación autóctona americana, pero poner esto como causa esencial es ignorar el etnocidio más grande de la historia, resultado de un proceso brutal de colonización. Y están, por supuesto, los fascismos, que suelen ser consecuencias de crisis de gobernabilidad en las clases que ya detentan el poder, pero no pueden mantenerlo como hasta ese momento.
Solo el ser humano transforma la sociedad
La pandemia puede haber puesto en evidencia la inviabilidad del neoliberalismo, pero sería de una ingenuidad tremenda pensar que lo ha derrotado. Ningún germen ha derrotado jamás un orden social. Pueden ser catalizadores, pero la reacción que conduce a la transformación es social, y en última instancia económica. Como sabemos hoy, nada está cantado de antemano. El desarrollo social ni es lineal, ni es en espiral, es un movimiento turbulento, cuyos torbellinos, por locales que sean, pueden terminar dominando la dinámica completa del fenómeno. Pero, más allá de estas ideas, lo que permanece invariante, desde que Lenin lo enunció explícitamente hasta hoy, es que un sistema social no se cae, se le tumba; desde la batalla de Adrianópolis, la de Naseby, la toma de la Bastilla, el asalto al Palacio de Invierno, hasta la batalla de Santa Clara. Quizá el asalto sea de otro tipo, pero asalto ha de ser. De no haberlo, el reacomodo de la hegemonía capitalista, en el peor escenario, conducirá a una mezcla de formas conocidas e inéditas de fascismos a escala global.
Lo nuevo en todo esto es que, por primera vez, en esta batalla nos jugamos el destino humano. En lo que Jared tiene razón, es en que la catástrofe ecológica le ha puesto una bomba de reloj al decursar humano. Ya no tenemos todo el tiempo del mundo para incubar una sociedad nueva. Cada fracaso revolucionario adelanta unos segundos ese mecanismo explosivo.
Después de la pandemia, la batalla por el mundo se acelerará de manera impredecible. Por estos días, el encono del enemigo de la humanidad sobre nuestro país solo muestra que ellos ya lo asumieron, y saben que por esta Isla pasa uno de los ejes del planeta. Que nadie se engañe con la mezquindad aldeana, que trata de vendernos que nuestra gesta es la del aldeano que anda mortificado por novias arrebatadas. El imperio global podrá cubrir el sol con sus desvergüenzas, nosotros debemos estar preparados para pelear en la sombra. Él podrá globalizar el terror, nosotros hemos de estar dispuestos a universalizar la esperanza, esa que hoy, vestida de blanco, muestra, hasta en la misma Europa, que el rompimiento de la simetría no es espontáneo, ni descansa en accidentes geográficos. Depende de la determinación que tengamos las fuerzas de bien de este planeta, para conquistar toda la justicia, social y ecológica.