La carrera por la vacuna

Una competencia científica como esta no se veía desde la conquista del espacio. La victoria estratégica cambiará el ajedrez mundial. Estos son los detalles de la gesta.

Desde que empezó el brote del coronavirus en Wuhan, muchos epidemiólogos sospecharon que ese patógeno tenía el potencial de convertirse en la peor pandemia de la humanidad en el último siglo. En efecto, era leve y se transmitía rápidamente, mimetizada en afectados asintomáticos que sin darse cuenta contagiaban a quienes se cruzaban a su paso. Por eso, cuando los científicos chinos dieron a conocer el genoma, los laboratorios del mundo y las mentes más brillantes empezaron sus experimentos para contenerlo. Hasta ahora, la búsqueda sigue y una eventual vacuna tomará como mínimo un año.

Es difícil recordar en la historia reciente un clamor tan unánime, con tanto sentido de urgencia y desde tantas latitudes. Hoy, la comunidad científica tiene dos carreras en una: contra el tiempo y contra la muerte. Tres potencias lideran la investigación: Estados Unidos, China y la Unión Europea. Está en juego, ni más ni menos, más de 3.000 millones de personas en aislamiento, 1,5 millones de contagiados, 87.826 muertos, la economía mundial en recesión, millones de empresas al borde de la quiebra, decenas de millones de desempleados y quién sabe qué cifra astronómica de personas que volverán a la pobreza. Por eso, la carrera científica contra la covid-19 se convirtió también en el ajedrez que puede definir la geopolítica del siglo XXI.

Mientras tanto, Colombia se prepara para aguantar el embate del virus con medidas de aislamiento, con su talento médico, su capacidad hospitalaria y la resiliencia de su sociedad. El país y el mundo están ganando tiempo mientras hay tratamientos o llega la vacuna.

En los años sesenta las potencias querían llegar primero a la luna. Ahora están interesadas en una vacuna que salve a la humanidad.

Diarios como The Wall Street Journal reportan que en cuestión de tres meses las compañías farmacéuticas solo tienen una prioridad: el coronavirusY todas han hundido el acelerador a fondo para encontrar lo antes posible una solución farmacológica que le permita al mundo volver a la normalidad. Esto incluso ha llevado a detener el desarrollo de otras drogas prometedoras para varias enfermedades.

La colaboración científica emerge en todas las esquinas. Las redes, por ejemplo, se han convertido para los expertos en un espacio de divulgación en vivo de los descubrimientos, modelos y predicciones. Las revistas indexadas, que antes publicaban solo estudios revisados por pares, ante la emergencia decidieron dejar atrás esos estrictos protocolos para compartir en el menor tiempo posible información relevante y gratuita para que los expertos del mundo tengan acceso a ella. El multimillonario fundador de Microsoft, Bill Gates, que desde hace un tiempo se ha interesado por el tema de la medicina y financia proyectos a través de su fundación, reveló esta semana que hará una generosa inyección de dólares para construir fábricas capaces de producir masivamente las vacunas.

Pero, al margen de ese altruismo, esta competencia ha exacerbado los nacionalismos como la conquista del espacio en los años sesenta. En ese momento, las potencias querían ir a la luna; hoy buscan la vacuna que salve la humanidad. Es el santo grial.
El 12 de abril de 1955, el científico Jonas Salk anunció que la vacuna contra la polio era segura y eficaz. En esa fecha, el mundo celebró en grande porque por fin le ganaba la batalla a una amenaza que solo en el brote de 1952 y 1953 produjo entre 58.000 y 350.000 casos en Estados Unidos, por encima de los usuales 20.000 casos anuales. Muchos creen que en esta oportunidad también se logrará.

Por eso, esta historia tiene ingredientes de ciencia, medicina, tecnología y patentes, pero también de seguridad nacional para las potencias mundiales. Porque una cosa es clara: los primeros que tengan la vacuna se asegurarán de dársela con prioridad a sus nacionales. Los demás tendrán que esperar. Y, por supuesto, negociar con ellos.

Esto ha dado para todo tipo de especulaciones. Recientemente, circuló en Alemania la versión de que el presidente Donald Trump había sostenido conversaciones privadas con directivos de CureVac, una farmacéutica que tiene una potencial vacuna y pronto iniciará pruebas en humanos. Su idea era invertir en ella millones de dólares para asegurar que esta produzca el medicamento en territorio gringo y así controlar su cadena de suministro. En un comienzo, ellos negaron el hecho, pero Dietmar Hopp, el accionista mayoritario de la compañía, le dijo a una revista alemana que él no había participado en las conversaciones, pero que Trump sí había hablado con directivos de la farmacéutica. Cuando el rumor empezó a rodar por los medios y redes sociales, la Comisión Europea puso 85 millones de dólares en esa firma. Y ese mismo día China ofreció 133,3 millones de dólares a otra empresa europea llamada BioNTech.

Según cálculos de expertos, en el gigante asiático 1.000 científicos trabajan en una vacuna bajo estricta vigilancia militar. Analistas políticos aseguran que su presidente Xi Jinping busca ganar esta lucha tan agresivamente como Huawei busca convertirse el líder del 5G en el mundo. Y no es para menos. Si logra desarrollar una vacuna, este país se convertiría de manera indiscutible en la nueva potencia mundial. “Estos países tienen la idea de lograr tener la producción lo más cerca posible de su territorio porque eso garantizará inocular la población primero y luego hacer alianzas con países menos desarrollados para ganar allí influencia política”, dice el diario The New York Times. De hecho, China ya ofrece ayuda a países vecinos como Filipinas, eterno aliado de Estados Unidos, así como a Serbia. Con la vacuna en mano, ese país podría ser el gran ganador.

Una gesta muy costosa

Desarrollar una vacuna y en general cualquier medicamento innovador cuesta, como mínimo, unos 2.000 millones de dólares, según los expertos. Esto se debe a que a una compañía puede tomarle hasta 15 años llegar al punto de aprobación de un producto. La bacterióloga Gabriela Delgado, doctora en ciencias farmacéuticas, dice que el proceso arranca por investigar primero las moléculas que podrían ser candidatas, luego hacer pruebas in vitro y después en animales, y finalmente probar el producto en humanos. Ese proceso a veces resulta una aventura azarosa, pues nunca se sabe dónde terminará y cuánto costará en el proceso.

Con un agravante. Una molécula que funciona en pruebas in vitro no siempre tiene éxito en humanos. Para el inmunólogo John González, profesor de la Universidad de los Andes, menos del 5 por ciento de los candidatos a vacunas consiguen la aprobación. Además, estos desarrollos para brotes y epidemias no suelen generar retorno de la inversión como ocurre con otras que pueden vender en el largo plazo.

“La última vacuna, la desarrollada contra el ébola, tardó dos años”, dice González. La FDA, la agencia que controla los medicamentos y alimentos en Estados Unidos, la aprobó en 2019. No estuvo lista para la epidemia en África occidental entre 2014 y 2016, pero es importante si surgen nuevos brotes. El caso de esta vacuna, sin embargo, es importante porque mostró que la industria farmacéutica no podía sola con la carga económica que implicó. Gregory Poland, experto de la Clínica Mayo, explica que ninguna de las candidatas en ese entonces llegó a estudios clínicos debido a la falta de fondos. La vencedora requirió una alianza entre el Gobierno estadounidense, la Organización Mundial de la Salud y varios laboratorios internacionales.

Otras enfermedades como la malaria y el VIH, a pesar del monumental esfuerzo invertido hasta ahora, todavía no tienen una vacuna. Esto se debe, según Delgado, a que tanto el parásito plasmodium como el virus del VIH son muy complejos. “Frente al nuevo coronavirus, sería como comparar a una pulga con un elefante”, dice. Por eso, aunque la covid-19 se convirtió en la amenaza biológica más grande que haya enfrentado la humanidad recientemente, tiene la ventaja de ser un patógeno sencillo del cual la ciencia ya conoce bastante debido a estudios previos del SARS y el MERS, sus parientes más cercanos. Esto facilita encontrar sus proteínas para diseñar una vacuna que active los anticuerpos para que cuando llegue el microorganismo el sistema inmune lo derrote.

(Tomado de la revista Semana de Colombia)

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