No hay niños en el parque ni coches en la calle, solo una cola de una treintena de personas enmascaradas que esperan en silencio para llenar una bolsa de la compra que no pueden pagar de sus bolsillos. Leche, verduras, pasta y arroz… lo suficiente para pasar una semana frugal en tiempos de ascetismo forzoso. «Si no fuera por esta ayuda, no podría pagar el alquiler, la luz o el agua«, dice Víctor Bastidas con una bolsa grande en cada mano. Bastidas tiene 72 años y sigue trabajando, aunque ha pasado de hacer jornada completa a media jornada en el servicio de mantenimiento de una empresa. En otra vida fue policía en Perú. Ahora cuida de su mujer enferma en un sótano de Arlington, una localidad de la periferia de Washington. No tiene seguro médico, ni pensión ni ahorros dignos de tal nombre.
«En casa limpio mucho, a veces obsesivamente. Lo hago por el virus, pero también por higiene mental. Me sirve para no estresarme», dice detrás de una mascarilla de tela violeta. Bastidas era pobre antes de la crisis y lo seguirá siendo cuando acabe, como la mayoría de las 2.500 personas que pasan cada semana por el Centro de Asistencia Alimentaria (AFAC) de Arlington a recoger unas bolsas de comida. Pero hasta ahora no había tenido que pedir ayuda para comer. «Ha crecido un 25% el número de familias a las que ayudamos. Son todas nuevas o gente que llevaba años sin venir», dice Charles Meng, el director de AFAC. «Mucha de nuestra gente era carne de salario mínimo: servicio de limpieza, restaurantes, jardineros… Se han quedado en la calle y su vida se ha complicado todavía más», añade Meng.
Colas en todo el país
Las colas gigantescas frente a los bancos de comida son una de las imágenes de esta Gran Reclusión, similar a aquellas colas frente a las oficinas de empleo que fueron la fotografía de la Gran Depresión. Está pasando en todo el país, lo que ha obligado a muchas organizaciones asistenciales a pulverizar sus presupuestos para hacer frente a la creciente demanda.
Cola para recibir alimentos en Chelsea (Massachusetts)
Antes de que empezara la crisis, 40 millones de estadounidenses recibían comida gratis en más de 60.000 bancos de alimentos, comedores, economatos, colegios o refugios para indigentes, según Feeding America. Una cifra llamada ahora a dispararse. En las últimas cinco semanas, 26 millones se han apuntado a las listas del paro. Casi uno de cada seis estadounidenses se ha quedado sin trabajo.
Los vídeos colgados en las redes sociales están dejando imágenes chocantes. En el norte de Virginia más de 5.000 personas hicieron cola la semana pasada durante horas para recoger las bolsas con productos básicos que regalaba una cadena de supermercados. En San Antonio (Tejas) 10.000 personas se alinearon en sus coches frente a un centro de distribución de alimentos que solía atender a 400 personas al día antes del inicio de la crisis, según ‘The Gardian’.
Cola en un centro de disribución de comida en San Antonio
En Cleveland y Las Vegas las filas de vehículos llegaron a alcanzar los nueve kilómetros. «La gente está desesperada, hay mucha necesidad», decía a este diario Elizabeth Blanco, la jefa de cajeras del MegaMart de Virginia, donde tuvo que intervenir la policía para disolver a la multitud una vez se acabaron las existencias.
Esta crisis ha puesto al desnudo el raquítico sistema de protección social de Estados Unidos, un país donde un mal golpe del viento te puede hundir en la ruina más absoluta. La mitad de la población (165 millones) no tenía el año pasado ahorros para hacer frente un imprevisto o para cubrir durante tres meses sus gastos básicos, según un estudio de Bankrate.
Sin seguro sanitario
Otros 28 millones tampoco tienen seguro sanitario. Un problema que esta crisis ha acentuado porque más de la mitad de los asegurados reciben sus pólizas de sus puestos de trabajo. La consultora Health Management Associates estima que entre 12 millones y 35 millones de estadounidenses perderán la cobertura sanitaria durante la pandemia.
Otra cola para recibir comida en Santa Ana (California)
«No nos sorprende ver a tantos ‘nuevos necesitados’, porque ya ante de la pandemia millones de estadounidenses vivían al borde de la pobreza, teniendo que elegir entre la comida y pagar el alquiler o las facturas de la casa», ha dicho Ellen Vollinger, directora legal del Food Research and Action Center. El Congreso ha tomado medidas con varios paquetes de rescate económico que se acercan a los tres billones de dólares. El último se aprobó el viernes: casi 500.000 millones en préstamos para las pequeñas empresas, después de que el fondo anterior de casi de 350 millones se agotara en apenas dos semanas. Lo hizo no sin controversia porque casi un centenar de grandes empresas cotizadas en bolsa se las ingeniaron para quedarse con parte del dinero, según Associated Press.
Lluvia de quiebras
Con la lluvia de billetes del Gobierno se están tapando agujeros, pero el punto de partida tenía tantas grietas que es muy cuestionable que vaya a bastar para evitar la debacle. Sectores como el petróleo, la restauración o la cultura caminan por el precipicio. La lluvia de quiebras se antoja inevitable.
No está ayudando la esclerosis de las maltratadas administraciones públicas. Millones de estadounidenses siguen esperando sus cheques prometidos por el Gobierno y estados como Florida o Pensilvania no han pagado más del 15% de las solitudes del paro presentadas en el último mes por problemas para tramitarlos. Cuando está en juego el alquiler o el pago de la luz, el problema es mayúsculo.
Esas administraciones empiezan a tener además serios problemas de liquidez. Sus ingresos fiscales se han desplomado. Para muchos estados, el IVA es su principal fuente de ingresos, una fuente que se ha evaporado con el cierre masivo del comercio y los servicios. El líder de los republicanos en el Congreso, Mitch McConnell, ya ha dicho que deberían declararse en bancarrota, lo que pondría en peligro los salarios de los profesores, policías y funcionarios. «Esto va a ser horrible para las finanzas locales y estatales», afirmó recientemente la consultora Boyd Research.
Ese aluvión de problemas ha amplificado la función que cumplen las organizaciones caritativas, en primera línea de esta mal llamada guerra. Pero la demanda sin precedentes que están experimentando y el aumento del precio de muchos productos básicos como el arroz o los huevos ha complicado su trabajo.
Y mientras el hambre se dispara, se están pudriendo millones de toneladas de comida. De acuerdo con la patronal alimentaria Produce Marketing Association, 5.000 millones de frutas frescas y verduras se han echado a perder en las últimas semanas por los problemas de distribución que la crisis del coronavirus ha generando.