Esta semana, el Papa Francisco caminó unos centenares de metros, hasta el monasterio Mater Ecclesiae. En este pequeño convento, situado en el centro del Vaticano, reside desde que renunciara, hace seis años, Benedicto XVI. El 16 de abril, Ratzinger cumplía 92 años, y Bergoglio quiso visitarle para «ofrecer, con especial afecto, sus felicitaciones de cumpleaños al Papa Emérito». Esta fue la versión oficial de la Santa Sede. Sin embargo, la relación entre los dos papas está, hoy, más rota que nunca.
¿La razón? La polémica carta (18 folios) que la pasada semana firmó y publicó –a través de las terminales mediáticas más cercanas a los cardenales opositores a Francisco– el Papa emérito sobre las supuestas razones del auge de los abusos sexuales en la Iglesia. Un escrito en el que Ratzinger achaca a la teología surgida del Concilio Vaticano II un «colapso» que permitió una «moral laxa» que dejó la puerta abierta a abusadores y a la «revolución sexual», y que ha molestado, y mucho, en el entorno del actual Pontífice.
¿Escribió realmente Ratzinger esos folios? ¿Lo hizo con el consentimiento de Francisco? Han surgido muchas las dudas al respecto, y mucha la perplejidad de buena parte de los teólogos españoles. Por el momento, lo único que se conoce es que, antes de publicar el texto, Ratzinger «ha contactado» con la Secretaría de Estado y con el propio Francisco, pero no que pidiera permiso para hacerlo,ni que mostrara el artículo antes de hacerlo público.
«En mi opinión, el texto no es de Benedicto XVI bajo ningún supuesto. Responde a su estilo, pero suyo, no. Otra cosa es firmado», sostiene el teólogo vasco José Ignacio Calleja. No es el único que lo hace. Así, el vaticanista Marco Politi, insiste en que «hay algo que no va con el panfleto» de Benedicto XVI, incluyendo el momento de la publicación, unas semanas después de una cumbre histórica de obispos sobre los abusos.
«El papa emérito tendría que haber elegido el silencio. En los momentos más importantes, se tiene que oír una única voz (…) sino se crea confusión», apunta Politi, quien ve detrás del texto la influencia y la estrategia rupturista de los cardenales ultraconservadores Müller, Burke y Brandmüller, «implicados en una amplia operación de distracción para endosar los pecados de pederastia en el seno de Iglesia a la cultura gay y a la pérdida de la fe», con el indispensable apoyo de George Ganswein, secretario personal de Ratzinger, o del cardenal Sarah, uno de los pocos opositores directos a Francisco con mando en plaza en la Curia (es el prefecto de Culto Divino)
El propio Ganswein quiso dejar claro, en declaraciones a The New York Times, que Ratzinger decidió escribir el texto «absolutamente por su cuenta», aunque después matizó que lo hizo con ayuda de una secretaria, que le ayudó a pulir el texto. Lo cierto es que todos los expertos consultados ven improbable que Benedicto XVI escribiera un texto con tantas referencias y ejemplos personales. «Es un texto muy triste», destaca el teólogo Xabier Pikaza.
En cambio, el cardenal Robert Sarah dio las gracias a Benedicto XVI por «haber tenido la valentía de tomar la palabra». «Su último análisis de la crisis de la Iglesia me parece de una importancia capital», recalcó el purpurado guineano.
Silencio vaticano
Por su parte, el que fuera prefecto de Doctrina de la Fe, y hoy uno de los mayores opositores a Francisco, Gerhard Müller, defendió «el derecho, y el deber» de Benedicto XVI de «hablar para defender la fe», y criticó a los que piensan, como el propio Bergoglio que el abuso de poder está entre las causas de la pederastia. «El clericalismo es una respuesta falsa», denunció el purpurado alemán.
En su opinión, «la intervención de Benedicto XVI es muy importante en este momento de la Iglesia, porque obliga a enfrentarse a la raíz de esta profunda crisis… Quien quiere que el papa emérito permanezca callado es gente que razona según el mundo y desconoce la misión de los obispos».
Sea como fuere, la estrategia vaticana ha sido simple: no hablar del documento y sí ofrecer imágenes de Francisco abrazando a Benedicto por su 92 cumpleaños. A la espera de una nueva tormenta, desde el Vaticano quieren evitar a toda costa que, tras la utilización de la figura del Papa emérito, los ultras den un paso más, que pueda culminar en un cisma. Es el último paso que les queda.