Por :Tomás Lobo
Son las 8:00 de la noche en la capital salvadoreña, y desde las colonias de clase media-alta emerge un retumbo de cacerolas, claxons, silbatos y algún que otro cohetazo, producido por un sector acomodado, pero hastiado de tanto encierro.
Por otro lado, en los barrios pobres y en los cantones perdidos entre el monte y el hambre, las cacerolas vacías tienen más resonancia, pero sus dueños no tienen fuerzas ni ánimos para hacer bulla.
Así, una parte de El Salvador protesta con una sinfonía nocturna que no dura más de cinco minutos, y la otra lanza el grito mudo de miles de familias que no pueden salir a la calle a buscar el sustento, y optaron por colgar telas blancas en sus puertas y ventanas, para dejar claro que en esa casa se pasa hambre. Y no solo de noche…
«En todo el mundo ha habido estas protestas, no es solamente en El Salvador donde se están expresando así», matizó la comisionada presidencial Carolina Recinos, al ser interrogada sobre el tema por la radioemisora local 102.9.
Recinos, mano derecha del presidente Nayib Bukele para operaciones y emergencias, cree que se trata de una reacción natural y humana, que expresa la frustración y el desespero luego de dos meses de cuarentena domiciliar, impuesta para impedir un contagio masivo del coronavirus.
«Yo creo que las protestas son una válvula [de escape], la gente expresa su cansancio, y si lo razonan bien, es un cansancio contra el coronavirus, porque el Gobierno lo único que está haciendo es aplicando medidas», aseguró la funcionaria.
¿Qué desató los cacerolazos?
La moda de los cacerolazos comenzó hace dos semanas, después que fue aprobada una cuarentena domiciliar más severa.
Sin embargo, los días pasan, y quienes han cumplido disciplinadamente las medidas de confinamiento y aislamiento social se desesperan, y ven con frustración cómo sube la cifra de contagios, y muchos se cuestionan si la crisis es enfrentada de la mejor manera.
Fruto del encierro ya comienzan a darse los casos de depresión, ansiedad y expresiones de psicosis sobre las que advirtió el psicólogo salvadoreño Nicolás Guzmán en una charla con Sputnik en los albores de la pandemia.
«Este temor genera malestar, pero supone un estrés adicional para quienes tienen una situación económica más vulnerable y no pueden salir a buscar el sustento», afirmó el especialista de la Clínica de Tratamiento Psicológico de San Salvador.
Razones hay para el susto: un reciente estudio de la Universidad Francisco Gavidia (UFG) reveló que el COVID-19 podría generar la pérdida de 95.000 y 110.000 empleos en el sector formal, que es apenas una quinta parte de la fuerza laboral activa del país.
La UFG estimó que la pobreza aumentaría entre 4,5 y 5,5 puntos porcentuales, y llegaría al 30% en los hogares salvadoreños, o sea, a unas 390.000 personas.
A su vez, la Organización Internacional del Trabajo alertó que la mitad de la población en edad laboral está en «riesgo» por la pandemia, en tanto la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador cifra en millones de dólares las pérdidas diarias.
El Gobierno se moviliza
La primera medida del Gobierno para proteger a los sectores más vulnerables consistió en entregar un bono de 300 dólares mensuales, que generó a su vez un nuevo problema, por las aglomeraciones para cobrarlo.
Luego se decidió entregar canastas de frijoles, leche en polvo, azúcar y otras vituallas: un total de 3.4 millones de paquetes alimentarios en cuya repartición participan cerca de mil efectivos militares y cuadrillas de empleado públicos.
La comisionada Recinos aseguró que ya la canasta llegó a la mitad de los 262 municipios de esta nación centroamericana, y el resto recibirá el apoyo durante esta semana, llegando —afirmó— hasta donde ningún gobierno anterior llegó.
Por lo pronto, los poderes Ejecutivo y Legislativopactaron una tregua e iniciaron pláticas para definir una eventual reapertura de la actividad económica, que podría darse entre el 6 y el 11 de junio próximo, si logra aplanarse la curva de contagio.
Tomado de Sputnik