Más sociedad civil, menos políticos

Sin duda, a El Salvador le quedan por delante etapas duras a causa de la pandemia y la tensión innecesaria que alimenta continuamente el Ejecutivo. Pero los países ni mueren ni quiebran del todo. Más allá de deudas, enfermedades y del mal manejo gubernamental de situaciones socioeconómicas, nuestra gente tiene una enorme capacidad de resiliencia. Lamentablemente, buena parte del liderazgo salvadoreño sigue repitiendo los mismos esquemas de convivencia, producción y organización social y económica. Sería desolador que de nuevo una tercera parte de la gente tuviera que migrar para salir adelante. O que un porcentaje importante de nuestra juventud solo encontrara salida para sus vidas afiliándose a pandillas. O que la transmisión intergeneracional de la pobreza aumentara en el país en vez de disminuir. Sería desolador, pero es una posibilidad dada la escasa capacidad de diálogo de los liderazgos frente a problemas que nos afectan a todos.

El endeudamiento, en parte justificado, que estamos adquiriendo dificultará el retorno al de por sí escaso ritmo de crecimiento económico y de superación de la pobreza. Si continúan los enfrentamientos y la negativa al diálogo, tardaremos demasiado en volver a la situación anterior a la pandemia, que nunca fue ideal. Se podrá decir que ahora lo importante es combatir el covid-19 y que después ya se verá cómo se enfrenta el futuro. Pero ese tipo de posición no lleva a nada bueno. Porque la improvisación, la falta de planificación y el esperar a ver qué pasa para actuar llevan a la fragmentación social, a la ley del más fuerte y al enfrentamiento entre quienes se sienten marginados y quienes viven en el bienestar.

El Salvador tiene los recursos personales, intelectuales y empresariales suficientes para salir adelante. Sin embargo, los políticos, en su gran mayoría, desprecian esos recursos. Tienen puestas sus prioridades en acceder y permanecer en el poder. Han mostrado que si buscan gente independiente y capaz lo hacen no para resolver los problemas existentes, sino para provecho propio y acrecentar su estabilidad en el control del Estado y su éxito propagandístico. Hacen alianzas con intelectuales que venden pensamiento y palabra a quien les pague o con empresarios que entienden la política como un mecanismo para aumentar sus capitales. Las historias de corrupción tanto intelectual como empresarial son abundantes. En el pasado, la sociedad civil ha sido débil ante esa corrupción o fue reprimida cuando su crítica desveló la irracionalidad del poder.

Hoy la sociedad civil es más fuerte. Por eso urge su irrupción en la planificación del futuro. La crisis de la pandemia y sus efectos dejarán al país en una situación más catastrófica si quienes tienen el liderazgo de la reconstrucción buscan prioritariamente sus ventajas políticas y económicas. El recurso humano para enfrentar racionalmente el futuro está en la sociedad civil, por lo que resulta indispensable que esta inicie un diálogo amplio sobre lo que queremos para El Salvador. El liderazgo actual oscila entre un pensamiento socialista dogmático y un neoliberalismo elitista y ambicioso, y parece incapaz de dialogar desde el conocimiento y la racionalidad. En cambio, los sectores intelectuales ligados al liberalismo social y al socialismo democrático entienden la necesidad de avanzar hacia el bienestar e implementar reformas tendientes a eliminar la pobreza desde un Estado social y democrático de derecho. Urge que esta sociedad civil elabore agendas de país para reconstruirlo. Debatir ideas, lanzar propuestas a la opinión ciudadana y desde ella forzar a los políticos para que las asuman es lo que se merece el pueblo salvadoreño.

EDITORIAL UCA

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