Por: Manuel Alcántara*/
Mi generación, como creo que es habitual en cualquier otra del último siglo, tiene una relación particular con el sexo que pasó de tabú a tótem, de necesidad a placer, de obsesión a hastío. La pandemia refuerza las palabras de John Gray: “es posible que mucha gente migre a… un mundo virtual en el que las personas se conozcan, comercien e interactúen en el cuerpo y el mundo que ellas elijan… es probable que… muchas de las citas en la Red consistirán en relaciones eróticas en las que los cuerpos nunca lleguen a entrar en contacto. La tecnología de la realidad aumentada tal vez se utilice para simular encuentros físicos y el sexo virtual podría normalizarse pronto”.
Así, a las distopías habituales de la creación del intelecto se añade ahora una previsión sobre la que empieza a haber evidencia suficiente como para aceptarla como un hecho. Si la pandemia ha redefinido mucho los vínculos entre las personas, también ha estimulado una nueva forma de interactuar que ahora solo requiere de ciertos perfeccionamientos técnicos para conferirle visos de una aceptable realidad.
Simultáneamente, Salim Ismail, un canadiense nacido en la India, embajador y miembro fundador de la Singularity University, el elitista centro de formación impulsado por Google y la NASA en Mountain View (California), expresaba que para “preparar a la humanidad para los crecientes cambios tecnológicos en los años setenta separamos el sexo del matrimonio, ahora deberíamos separar la gestación del sexo”.
El alejamiento del sexo de la fecundación abre una brecha enorme no solo en términos biológicos sino culturales. Si dentro de la biotecnología, la técnica de edición genética CRISPR permitirá poder editar nuestro genoma transformando por completo la forma de enfocar la medicina y el futuro de la vida, el arrinconamiento del sexo, cuanto no su eliminación directa, supondrá no solo la definitiva separación de uno de los elementos primigenios que durante siglos estuvo presente en diferentes civilizaciones sino el establecimiento de un nuevo replanteamiento de su papel tradicional en las relaciones entre las personas.
Mi amiga me dijo claramente que trata de superar la evolución del sexo como coartada para desarrollar la especie, como artificio del amor romántico, como liberación que termina siendo servidumbre o como sumisión que acaba redimiendo. Si bien lo que de ninguna manera aguantaba era que fuera banal. Por muchas historias que llegasen a sus oídos no aceptaba ni interpretaciones posmodernas, ni menos historias de robots o incluso tramas complicadas de alcance pretendidamente emancipador.
Además, se sentía confundida en la diferenciación entre sexo y género, pero celebraba que finalmente en Costa Rica se hubiera aprobado el matrimonio igualitario, cuestión que estuvo a punto de ser decisiva en las últimas elecciones presidenciales inclinando insólitamente la balanza a favor de un pastor evangélico que era candidato.
También aplaudía que una colega hubiera decidido ser madre subrogada, aunque de quien más orgullosa estaba era de su amiga del alma, madre por inseminación artificial anónima. Ella sabía que no podía ser original, solo quería ser auténtica.
*Politólogo. Universidad de Salamanca. España.