“Creían que eran Dioses,
pero tal vez no eran dioses”
Libro de Chilam Balam
El fuego y sus fieles
El mundo tiene tantos rostros como luces y oscuridades… El 6 de junio de 2020 en pleno corazón del imperio a raíz de la convulsión desatada por el crimen de Geroge Floyd fueron decapitadas estatuas de Cristóbal Colón en Boston, Richmond, Saint Paul, otras en Miami y Houston fueron atacadas con pintura roja representando la sangre que se derramó en América tras el Descubri-MIENTO. Mientras sucedía esta rebelión contra una historia de pedestales impuestos por las elites, en Chimay una remota aldea del norte de Guatemala que posee más templos evangélicos que escuelas un hombre acusado de brujería fue quemado vivo por algunos de sus vecinos. Todos los matadores son fieles devotos de estas iglesias cristianas cuyos exaltados pastores vienen despreciando a quienes mantienen prácticas indígenas acusándolos de herejes. Vale consignar que dichos fieles evangelistas como sus pastores reniegan de su ascendencia indígena. La zona de Chimay es considerada puerta de entrada del narcotráfico y el contexto regional es de extrema pobreza y de una crónica desnutrición infantil que azota la esperanza de vida de los menores.
La persona asesinada se llamaba Domingo Choc y era un sabio maya instruido en el conocimiento ancestral. Junto a varias universidades se encontraba realizando un inventario de especies medicinales para documentar y proteger el conocimiento medicinal. A lo largo del continente las culturas indígenas tienen sus propios sabios que utilizan una medicina basada en las propiedades curativas de las plantas. Según las regiones se llaman machis en patagonia, amautas o yatiris en el altiplano y zona andina, yachaj en Ecuador o payes en Paraguay y parte de Brasil. La antropología clásica los denomina shamanes. Quizás por eso me llamó la atención un artículo de la publicación local Al Día Social donde deplora lo sucedido con “el acusado de brujo” aunque no tiene muy en claro cómo llamarlo y por eso naufraga en un abanico de calificativos como “curandero, guía espiritual, herborista maya, artes mágicas, mago y científico maya”.
Choc tenía 55 años y la noche previa a su muerte un grupo de vecinos que lo acusaban de haber causado la muerte a un familiar lo captura en la casa donde se encontraba durmiendo. Fue torturado durante horas. No satisfechos con semejante muestra de violencia, al amanecer lo llevaron al campo de futbol de la localidad y delante de numerosas personas, todos vecinos, lo rociaron con nafta y lo prendieron fuego. Uno de estos testigos se limitó a filmar ese horror como si fuera un acontecimiento más y lo subió a las redes con el título “lo quemaron por brujo”. Otras personas también realizaron filmaciones de Choc convertido en una dolorosa antorcha humana hasta caer muerto. En una localidad donde tanta gente se conoce y sabe lo que ocurre, nadie hizo nada para evitar lo evitable.
Modos y maneras
Se puede matar a una persona de múltiples maneras y por muy distintos motivos. Hay crímenes durante un robo, asesinatos pasionales donde actúan en simultaneo el amor y el odio, otros por motivos políticos o ideológicos que siempre esconden un sustrato económico pero existen otros donde si bien confluyen algunos de estos factores presentan un matiz muy diferente. Pese a encontrarnos en un continente donde las dictaduras impuestas por el Departamento de Estado realizaron matanzas de proporciones y luego las actuales democracias acotadas propician o toleran las muertes por goteo de dirigentes sociales, ambientales o indígenas existen casos que saltan las “normas” como lo sucedido en Chimay.
La inverosímil acusación de los criminales no merece mayores comentarios, máxime cuando Resumen Latinoamericano publicó un informe al respecto. En cambio creo pertinente mencionar otras cuestiones que subyacen en lo ocurrido y que nos retrotraen a un proceso inquisitorial. En principio que feligreses de templos cristianos de una comunidad pequeña por el motivo que fuese acusen a una persona conocida de “brujo” por practicar una sabiduría originaria percibida como herética, torturarlo para que confiese “su crimen” y condenarlo a “morir quemado” no en un sitio oculto, en un descampado sin miradas delatoras, por el contrario lo llevan a la cancha de futbol del pueblo y allí lo rocían con gasolina y lo prenden fuego a la vista de numerosos testigos que hasta tienen tiempo de realizar filmaciones del crimen, estos hechos dicen más que una circunstancial brutalidad homicida.
Llama la atención que tanto medios locales como otros internacionales que se hacen eco de la noticia resalten “que no era brujo”. En ningún momento nadie plantea que de haber sido brujo tampoco merecía ser linchado y quemado. ¿Con que categorías metales están narrando lo ocurrido? Indudablemente esas notas sorprenderían a Gramsci que sin duda les haría ver que están empantanados en categorías verbales opresoras que arrastran un poderosos resabio y un plus valor sígnico que huele a Inquisición donde la hoguera estaba legalizada, como es sabido era licito quemar brujos y brujas.
Existe otro dato que tiene que ver con la herencia del espacio geográfico que sobrevuela la región en donde la tierra parece tener una memoria de sangre y fuego.
Herencias humeantes
Hacia el norte de Chimay actuó el tristemente célebre fray Diego de Landa. Persuadido de su misión divina asumió como pocos la necesidad de enmudecer los vestigios del pasado y silenciar “las tradiciones idolátricas extirpándolas” en sus raíces más hondas. La represión ideológica para combatir demonios llegó a un punto álgido el aciago 12 de julio de 1562 cuando ejecutó el llamado Auto de Fe de Maní condenando a la hoguera a 27 Códices Mayas en una acción tan devastadora como fue la destrucción de los incunables que atesoraba la biblioteca de Alejandría. Pero “la obra” del franciscano fue aún más allá. Capturó sacerdotes yucatecos, chontales y lacandones que sabían interpretar las imágenes y terminaron en la hoguera junto con otros ya muertos que mandó desenterrar para que ardieran juntos por “apostatas de la Santa Fe”. Conservar esa historia demoníaca y la posibilidad latente de que en algún momento los indios pudieran recuperar su cultura era peligroso. Dejemos al clérigo sintetizar su accionar:“Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese supersticiones y falsedades del demonio; se los quemamos todos, lo cual sintieron a maravilla y les dio mucha pena”.
Por desgracia esa hoguera, cinco siglos después continuaba encendida y produjo el Auto de Fe de Chimay…
Robarse a sí mismo
Que dirían los matadores y los espectadores inmóviles del crimen si supieran que toda la zona de Yucatán, y en especial la selva del Petén es objeto de un intensiva biopiratería debido a la notable biodiversidad que posee. Grandes laboratorios farmacológicos de Europa y USA se dedican a usurpar los conocimientos botánicos que los originarios heredaron de sus ancestros. Es decir, los laboratorios llegan de modo amistoso para conocer de boca de esos mismos sabios mayas las propiedades farmacológicas de las plantas que luego se llevan a sus casas centrales, patentan como únicos propietarios y venden recaudando mucho dinero gracias a una investigación que no realizaron. Eso se llama Biopiratería, es decir piratas que en lugar de andar en barco con un parche en el ojo y pata de palo van recorriendo las comunidades para espiar que plantas emplean como remedio para llevarlas a su laboratorio sin pagar nada a los indígenas, pues ellos son los que experimentaron durante años sobre su uso medicinal. Precisamente para evitar estos robos, Domingo Choc estaba trabajando con Universidad del Valle de Guatemala y en contacto con la Universidad de Zurich en Suiza y la University College London del Reino Unido.
Más de una vez los asesinos habrán comprando en alguna farmacia esa sabiduría empaquetada que en su ignorancia fueron a quemar en el cuerpo del sabio maya. Mataron sin saber que mataban, quemaron sin saber a quién quemaban, odiaron desde una intolerancia religiosa impuesta y sin saberlo, terminaron robándose a sí mismos.
Vientos de Fuego
En los últimos tiempos hemos visto en el continente emerger un virulento fundamentalismo religioso que sin duda habría complacido al extirpador de herejías Diego de Landa aplaudiendo los nuevos Autos de Fe.
Basta escuchar a Jair Messias Bolsonaro un ignoto capitán que triunfa en la primera elección presidencial que participa, presentándose ante el electorado como un enviado de Cristo asegurando “Yo tengo una misión ordenada por Dios”. Diariamente lanza un sinfín de frases de tinte mesiánico con las que machaca una y otra vez como “Dios por encima de todo” e instando “a que la mujer regrese al hogar y la cocina de donde nunca debió haber salido”. Tras sobrevivir al ataque que recibió se autoconvenció “que fue obra de Dios, porque así lo quiso”. Recuerdo que cuando Hitler sobrevivo al atentado de 1944 también lo leyó como un signo y se convenció de “su misión”…
Jair Bolsonaro recalcando su rol de mensajero divino capitaliza la acelerada transición religiosa que experimenta Brasil. Desde 1970 a la fecha, quienes se consideran católicos decrecieron de 92 a 64% en favor de las sectas evangélicas y sus pastores electrónicos con casa central en Estados Unidos. Algunos datos. Los cultos pentecostales, bautistas, carismáticos y presbiteranos poseen 6213 templos en Brasil controlando casi un 25% de la Cámara de Diputados sin olvidar la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios. A poco de asumir, Bolsonaro fue el primer presidente que participo de La Marcha por Jesús que cada año se realiza en San Pablo.
Vimos algo parecido tras el golpe de Bolivia del año pasado con policías haciendo procesiones, enarbolando cruces, mientras otros pisoteaban y quemaban wiphalas. Otros atacando a mujeres indígenas al grito “por colla te pasa esto”. La misma usurpadora Yañez afirmó “sueño con una Bolivia libre de ritos satánico indígenas, la ciudad no es para los indios que se vayan al altiplano o al chaco”. O ese patético show de Guerra Santa del racista Camacho ingresando de rodillas al Palacio de Gobierno en La Paz con una Biblia para expulsar al Diablo: “La Biblia vuelve al Palacio”, “Ahora atamos a Satanás… Y a todos los demonios de la brujería, los atamos y los enviamos al abismo”.
Alejandro Giammattei que asumió la presidencia el pasado 14 de enero durante su campaña electoral utilizo en cada acto “Dios bendiga a Guatemala” asumiéndose en papel del mensajero que trae esa bendición divina. Consecuente con estas muestras de religiosidad, todos los diputados entrantes en la primera sesión recibieron una biblia con su nombre grabado en moldes dorados en la portada. Al comenzar la cuarentena Giammattei propuso combatir al Covid-19 con ayunos y oración…
El cruel homicidio de Choc se produce en un contexto de exaltada religiosidad en medio de una pandemia que muchos consideran un castigo de Dios por los pecados y desviaciones humanas. De pronto la intoxicación religiosa de un grupo familiar y sus amigos adjudican con total seguridad la dolencia y muerte de un enfermo debida a “la magia del brujo”. Ante un mal invisible como el coronavirus, Domingo Choc es un vecino cercano y concreto, alguien visible en quien descargar no solo la frustración por el fallecimiento del pariente sino también por la pandemia. Y si se quiere escarbar un poco más allá en estas mentalidades medievales, podríamos hasta encontrarnos con una víctima ofrecida en holocausto arrojándolo al fuego.
Síntomas e ironías de un estructura enferma
Dostoievski analizando el accionar de Raskolnikov se preguntaba: ¿De dónde emerge la violencia y que impulsa al crimen? El interrogante es más que pertinente. En este caso podríamos sumar al asesinato de Domingo Choc las 350 personas que en la última década fueron linchadas en distintos puntos de Guatemala incluyendo una veintena de médicos ancestrales. La mayoría de los asesinatos ocurrieron dentro de sus comunidades y muchas de las víctimas fueron quemadas además. Tras el crimen del sabio maya el embajador de EEUU en Guatemala Luis Arreaga emitió un compungido comunicado señalando que se trata de “un recordatorio trágico de la violencia generalizada que continúa afectando a los Pueblos Indígenas en Guatemala” e instó a que “se haga justicia por el crimen” (El periódico 12/06/2020). Repugna semejante ironía sobre un modus operandi en cuya creación los EUU tuvieron una participación crucial. Dostoievski y también nosotros, advertimos que dichas prácticas vienen de más atrás, de la cruda represión a un pueblo que buscaba otro destino. Para no regresar a la Conquista y sus extirpadores recordemos el golpe de 1954 contra lo que significaba Jacobo Arbenz y luego en la década del ´60 donde comienzan a proliferar grupos parapoliciales de ultraderecha como “Ojo por ojo” y “Mano Blanca”. El impune atrevimiento de la violencia llegó al extremo de atacar con lanzallamas la Embajada de España el 30 de enero de 1980 donde ardieron 39 personas entre ellas diplomáticos españoles y Vicente Menchú padre de quien luego sería premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú. Pocos años después el dictador Efraín Ríos Montt anuncio por televisión “Este es el momento de hacer lo que Dios ordena” y lanzó la política de tierra arrasada de las comunidades “mejor muertos que guerrilleros”.
La política contrainsurgente de EEUU de la mano de Ríos Montt & Cia. implementó la tierra arrasada para acabar con la guerrilla causando a muerte de millares de personas y el desplazamiento de cientos de miles de la zona de conflicto, que no solo provocaba el desarraigo con su geografía comunal sino la destrucción de los medios de vida. Así implementaron programas como “Frijoles y fusiles” luego maquillado como “Techo, Trabajo y Tortilla” obligando a los campesinos, en su mayoría indígenas a incorporarse a las Patrullas de Autodefensa Civil. Un accionar que fue atomizando y enfrentado a la población entre sí, quebrando no solo vínculos sociales horizontales, sino también verticales, es decir, entre generaciones. La publicidad electoral del presidente Giammattei hizo un permanente llamamiento a que “los distintos grupos de guatemaltecos caminen juntos” en un implícito reconocimiento al quiebre y distanciamiento social causado por la guerra. Por desgracia, sobrevive una suerte de anomia de la memoria que propicio el abandono de sistemas de creencias y respeto por el conocimiento ancestral frente al fanatismo de las sectas. La hoguera intolerante en la que ardió Domingo Choc y en la que también se quemaron conocimientos heredados desde generaciones, es un síntoma que habla a gritos del enorme daño realizado ex profeso contra los lazos sociales de las comunidades deshaciendo vínculos ancestrales. El síntoma de una estructura enferma que será necesario sanar.