Difícil retorno

En un clima político muy enrarecido, los salvadoreños inician el regreso paulatino a la vida ordinaria. Y en este contexto, tan esencial es la reapertura ordenada y por etapas como la transparencia y el diálogo. Difícil será alcanzar alguna normalidad mientras comentaristas y personas en las redes sigan hablando de supuestos intentos de golpe de Estado. Mientras el Ejecutivo siga amenazando con vetar toda ley que sobre el retorno produzca la Asamblea Legislativa si la normativa no dice automática y textualmente lo que viene de Casa Presidencial. Los insultos y descalificaciones en las redes contribuyen a mantener una tensión y una desunión que no produce nada bueno de cara al esfuerzo común requerido para superar la crisis económica, que amenaza con intensificarse y producir más hambre y pobreza.

El tema del golpe de Estado es absurdo, pues en El Salvador la única institución que puede darlo es el Ejército. Y en las actuales circunstancias, es muy difícil que quiera hacerlo. Ciertamente, puede llamarse golpe de Estado al hecho de atentar contra uno de los tres poderes del Estado. Pero, de nuevo, eso solamente se puede hacer en el país con el apoyo del Ejército. Acusar a personas o a instituciones de propiciar un golpe de Estado es una maniobra política para desprestigiar a aquellos con los que no se está de acuerdo. Las condiciones nacionales e internacionales son tan adversas, y el país está en una crisis tan severa que pensar en golpes de Estado es un desatino, un imposible.

Es evidente que en muchas de sus acciones el actual Gobierno hace política electoral, incluso en medio de la pandemia, con el deseo de lograr en las elecciones de febrero del próximo una fuerte presencia en la Asamblea Legislativa. También los partidos de oposición, presionados por la difusión de encuestas favorables a la administración de Bukele, hacen sus maniobras. Para colmo de males, esa especie de propaganda electoral larvada está centrada en el insulto, las acusaciones falsas y la ruptura de la necesaria colaboración en estos tiempos de emergencia. Las teorías conspirativas y los bulos no hacen más que enturbiar el presente y anular las posibilidades de diálogo constructivo.

El Salvador necesita entrar en la etapa de reconstrucción del desastre por las tormentas y la prevención de la pandemia con los ánimos pacificados. El país está severamente endeudado. Y aunque toda deuda es posible justificarla, lo cierto es que todos los Gobiernos, independiemiente de su signo, han recurrido a ella con demasiada facilidad. El hambre, un problema casi controlado antes de estos tiempos de emergencia, ha vuelto a surgir con fuerza. Los severos problemas de vivienda y trabajo, la caída de las remesas, el calentamiento global, el aumento de la pobreza y los ánimos exaltados y polarizados no dibujan un panorama propicio para el desarrollo nacional. Es urgente poner alto a la confrontación, los insultos y la falta de colaboración como estrategia electoral.

Los desafíos son de tal tamaño que no basta un líder individual ni un solo partido, sea del color que sea, para enfrentarlos. Poner calma y sosiego, establecer mecanismos de cooperación y diálogo resulta indispensable si no queremos vivir en un país roto y sin futuro. Si en las encuestas se preguntara si los salvadoreños queremos vivir cuatro años más de gritos, mentiras y polarización constante y sistemática, seguramente la gran mayoría respondería que no. El retorno ordenado a la vida cotidiana solo puede lograrse si se atienden las necesidades de ese casi 80% de la población que vive en hambre, pobreza o vulnerabilidad, y si las instituciones políticas, estatales y sociales detienen la confrontación y llegan a consensos en torno a temas básicos de prevención y desarrollo.

Editorial UCA

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