Con el paso del tiempo surgen corrientes filosóficas como el vitalismo, el existencialismo, el marxismo y tantas más, y es El Salvador la cuna de una nueva corriente filosófica llamada el borreguismo. Parece mentira que pueda haber una degradación evolutiva donde el guanaco se mezcle con el borrego pero nada extraña en El Pinochini de América, nada. Se define en América al guanaco como mamífero rumiante de la familia de los camélidos y tristemente como persona tonta o boba, de poco entendimiento.
Aun, con tal despectivo apelativo parecía que ya nos era tan, pero tan familiar y hasta algún orgullo y calor sentimos en el alma cuando nos dicen guanacos. Si Darwin viviera fuera el salvadoreño objeto de un minucioso estudio ante esa mutación a borrego que se dice coloquialmente a una persona dócil que se somete a la voluntad ajena. En este híbrido de la sumisión no hay nadie que se escape, tenemos desde la indigencia hasta la eminencia que no le bastó con pertenecer a la especie guanaca sino que se convierte dócilmente al borreguismo, nueva corriente del pensamiento donde está abolido el criterio propio, el sentido común, el razonamiento sea éste bueno o malo pero razonamiento al fin.
Pareciera que en El Salvador de qué se escriben parábolas bíblicas donde El Buen Pastor cobra vida y mentes que dice: “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, guanacos y borregos” y en ese redil entra el guanaco-borrego que todo lo aprueba sin siquiera una pizca de crítica, de discernimiento, de análisis. Se trata de pensar que si alguien dice que me lance de un precipicio debo usar mi mente para determinar si es correcto o no y no mi cabeza para estrellarme en el fondo del risco.
Recuerdo que en la casa de unos parientes trabajaba un hombre sencillo, penoso, que apenas saludaba y agachaba siempre la mirada, mientras los efluvios del alcohol no hacían efecto en su dislocada mente, yo era el “doctor”, una vez que se zampaba el primer fogonazo de alcohol de 90 grados me convertía con su vara mágica en “Viejo patas secas, patas secas, jueputa, jueputa”; ese era Abelino y aun después de su muerte estoy seguro que el salvadoreño lleva un Abelino entre pecho y espalda pues o somos esos guanacos-borregos donde callamos todo o nos convertimos en esa señora que gritaba por comida el lunes 30 de marzo, donde poco importa cuarentenas, la cárcel y la muerte. Debemos conocer a nuestra gente y en momentos donde una sociedad colapsa se escuchan comentarios tan despectivos tales como “Denle fuego a es hijo de p..” refiriéndose al primer paciente confirmado de Covid 19; el fanatismo no es exclusivo de clase social ni profesión, sencillamente hay un espacio en el alma que permite albergar odio, rencor y un patológico deseo de destruir a quien no piense como yo, no importa si estoy equivocado pero debo defender si es posible con mi vida cualquier argumento guanaco- borrego; lo interesante del cuento es que el espécimen lapida a sus adversarios que son pobres como él y sin embargo tiene un terror al que está económicamente por arriba de él; es decir, soy guanaco-borrego y mi torpeza aderezada con docilidad está al servicio del que siempre me ha esquilmado pero no vaya ser que otro común y mortal discrepe de mi ceguera que mi análisis y pensamiento crítico queda reducido al insulto, a la burla, a la mentira y a indescriptibles vulgaridades.
La jodida es que este espécimen no se alimenta de hierbas, musgos y tubérculos sino de sopa de pitos, al final del día el chulengo o guanaco joven está totalmente adormitado, somnoliento, confundido, letárgico, comatoso y engañado. Una vez que pasa el efecto del brebaje y antes de salir de casa, el guanaco-borrego se engalana, empieza su sencillo vivir y en un zas se convierte en un especialista de la nada, todo y nada sabe, como decía el inmortal Roque somos los sabelotodos, los comelotodos, los ofendelotodos; nuevamente se abre el buche y viene esa infusión de pitos y llega esa visión nebulosa, un envalentonamiento de mentira, un sueño que apenas permite abrir los ojos y la mente y unos guanacos-borregos-sopa de pitos emiten balidos pidiendo toque de queda y muerte al salvadoreño que entró por un punto ciego y ¡Son médicos!; me aterra caer en sus manos, mejor dicho, me preocupa ser atendido por profesionales fanáticos que por un lado dan la vida y por el otro, piden la muerte.
Tristemente el guanaco-borrego-sopa de pitos se convierte en aquel tipazo que Dalton describió tan pero tan acertadamente en el eterno indocumentado como sucede en Nueva york que la sangre cuscatleca quedó esparcida en una tierra ajena y éste, huyendo de la sopa de pitos, no pudo realizar el sueño del verdadero salvadoreño. Poco a poco el salvadoreño se recompone, ya el miedo poco le importa y volverá a sus andanzas donde la solidaridad vivida por horas se convertirá en esa rivalidad que nos atenaza, que nos hunde, que nos define.
Después de la cuarentena nada ha cambiado, nada, escribí que seríamos peores seres humanos después de la cuarentena y los hechos lo confirman, llegamos a un nivel donde “El Sálvese quien pueda” será nuestro credo, nuestra nueva forma de distanciamiento social. Se avecina una de las campañas políticas de la más baja ralea donde la falta de propuestas concretas y la degradación y el insulto será la regla. Nada nuevo en el país del ayer.
Por: Francisco Parada Walsh. Médico salvadoreño.