Por: Ludmila García Locón (MCI – Guatemala)
El mundo entero está sufriendo ante la pandemia del Covid-19 y sabemos que las consecuencias serán devastadoras a todos los niveles. Para nuestros países empobrecidos y sin servicios de salud eficientes será una catástrofe.
Este virus posiblemente pase a la historia como la pandemia que ha colocado a la humanidad ante el más riguroso examen sobre el valor de la vida. Ningún país estaba preparado para esta crisis. Sin embargo, el compromiso, la responsabilidad y la buena gobernanza de algunos países posibilitaron que este drama humano fuera menos doloroso.
En Guatemala, a tres meses de iniciada la Pandemia, se van haciendo más evidentes el desempleo, la pobreza y el hambre en varios sectores de la población y de la noche a la mañana aparecieron banderas blancas, signo y grito de hambre y desesperación. https://www.efe.com/efe/america/sociedad/las-banderas-blancas-simbolo-del-hambre-empiezan-a-asomarse-en-guatemala/
En medio de esta crisis económica agudizada por la pandemia, dos actitudes se han hecho más evidentes: la solidaridad y la esperanza. La solidaridad se ha expresado en la atención a las necesidades de las y los más pobres, en el cuidado y protección de los más débiles, superando el individualismo y la indiferencia. Varias organizaciones, empresarios, grupos y pequeños productores entregan verduras y alimentos de primera necesidad a la población más marginada.
La segunda actitud muy marcada en el pueblo guatemalteco es la esperanza. Esa certeza que “El Espíritu, nos está abriendo otras puertas a otro posible mundo, con una economía solidaria, con prioridad en los pobres y descartados de la sociedad, un mundo más ecológico, más sencillo y participativo, que no invierta en arma sino en salud y educación, con trabajo y salarios dignos vitales para todos, un mundo más interconectado y pacífico, más cercano al proyecto del Reino de Dios”, como señala Víctor Codina sj. (amerindiaenlared.org, 15/05/2020).
La Congregación de Misioneras Cruzadas de la Iglesia (MCI) presente en Centro América desde los años sesenta, fiel al lema de su fundadora Santa Nazaria Ignacia de “bajar a la calle” y que se concretiza en “repartirse entre los pobres, animar a los tristes, dar la mano a los caídos, enseñar a las hijas del pueblo, partir su pan con ellos” (March Meza, Nazaria Ignacia), además de intensificar los tiempos de oración, está apoyando a personas desempleadas a causa de la pandemia y de la tercera edad que viven solas –en el área rural y urbana- entregándoles provisiones a domicilio1.
Además de muerte, dolor, miedo, incertidumbre y angustia esta pandemia nos deja como lección que el valor de la vida es incalculable, que los pequeños gestos de solidaridad dan vida y alimentan la esperanza de construir un mundo más humano. Sin duda, que bajar a la calle en tiempos del Covid es un riesgo, pero “Estamos perdiendo lastimosamente el tiempo si no bajamos a la calle… a eso nos empuja nuestra vocación de acción social” (Santa Nazaria Ignacia).
1. Se comparten alimentos en Ciudad Guatemala, La Libertad, El Salvador, El Progreso Yoro, Honduras y en Managua Nicaragua.