Abruptamente, las maneras de vivir han cambiado en el mundo debido al Covid 19. El trabajo, la diversión, el estudio, las relaciones interpersonales ya no son, en el 2020, como lo fueron en el 2019. Ahora la inmensa mayoría de la humanidad está encerrada, con miedo al contagio o, en algunos países, a medidas coercitivas de agentes del Estado. Las ansias de vivir y el amor a la vida han resurgido; pero ante los riesgos el miedo individual y colectivo ha aumentado. Las redes sociales, esa otra pandemia que no causa tanto miedo como el covid19, pero que puede ser muy dañina, están llenas de ideas geniales para divertirse, comprar y mantener vivo un comercio muy disminuido. Al mismo tiempo hay un vendaval de estupideces, lugares comunes, “fake news” y similares virus circulando en las redes.
Paradójicamente, el encierro generalizado ha acendrado en la mente humano la necesidad de ser incluido. La gente está separada y aislada entre sí, pero sensibilizada para pensar en los otros y encontrar formas de acompañarse y ayudarse, aunque sea a distancia y “on line”. Ojalá, cuando pase el susto este cambio de conducta quede instalado en la conciencia de las personas.
El encierro y la pandemia que lo ha originado han permitido que se conozca sobre procesos productivos, movimientos comerciales, sistemas de salud, funcionamiento de los órganos del poder del Estado, interdependencia de los países y valor e importancia de la ciencia y la tecnología.
Es posible y esperable que ahora haya más aprecio por la vida sana y sobre la prioridad primera que es conservarla en buen estado. Es notoria la tendencia desplegada por las personas para ayudar a otras en necesidad Hay aprecio por servidores públicos, del gobierno y del no gobierno, por sus funciones no interrumpidas: médicos y otros profesionales de salud, carteros, operadores de servicios, conductores de transportes, policías, distribuidores de alimentos y otros.,
Sin duda, la gente en soledad y confinamiento ha pensado más en el valor de la solidaridad. Habrá que confirmar esta hipótesis; pero, sobre todo, conservar dicha actitud como parte de una nueva cultura de alcance planetario.
Sin duda, la pandemia en marcha genera angustia, temores e incertidumbre. El fenómeno es muy singular y talentosos escritores y analistas han descrito el perfil del mundo actual en medio de la pandemia de covid19.
La pandemia y su virus parece un asunto de ciencia-ficción, pero es real: Los microorganismos, cual extraterrestres, invaden los cuerpos humanos y con mucha agresividad los destrozan. Todos los países luchan contra el tiempo para ganarle la batalla a la pandemia. La ciencia trabaja 24/7 para inventar vacuna y descubrir medicinas. Las grandes ciudades han estado vacías y el futuro se ve sombrío y angustioso. Hay espacio para varios escritos, algunos lúcidos otros no tanto.
Los movimientos sociales de protesta para dignificar a los seres humanos están en receso. Postergados; pero no acallados. La prioridad es salir con vida de esta invasión inesperada de un enemigo de la especie humana. Y ante la parálisis casi total de la producción y de toda actividad económica cambian las urgencias y prioridades de países y personas; pero se teme la complejidad y la debacle global cuando la pandemia se desvanezca.
Gobernantes y dirigentes sociales observan la bancarrota del comercio internacional, el aumento de los desempleados y de la pobreza y la insuficiencia de los servicios públicos, principalmente de salud, para enfrentar total y eficazmente los impactos inmediatos.
En el futuro, incierto e impreciso, hay cornetas y tambores que anuncian tiempos cargados de durezas para el mundo y la gente. Los economistas dicen escuetamente que se vendrá una recesión económica de mayor impacto que la vivida durante la llamada crisis “subprime” de 2008/2009, cuando una manipulación financiera en Estados Unidos en torno al negocio inmobiliario causó grandes daños a la economía de ese país y arrastró a los demás países.
Los más pesimistas sostienen un tecnicismo: la recesión se tornará depresión. Para los legos, que son mayorías, vienen al recuerdo las fotografías que recogen las precariedades y angustias de la gente en Estados Unidos durante la gran depresión económica que siguió al llamado “big crash” de la bolsa de valores de Nueva York en 1929, hecho económico que antecedió al ascenso del nazi-fascismo, en Alemania, la muy letal segunda guerra mundial (entre 70 y 80 millones de muertos en 6 años) y, como efecto colateral, una “ley seca” que alimentó el contrabando y el auge de crimen cruel y organizado, estilo Al Capone.
Los países menos afortunados y con más habitantes pobres pueden temer que, debido al achicamiento del producto económico, haya más desempleo, aumento de la pobreza y mucha necesidad insatisfecha en los estratos de menos recursos, todo lo cual podría generar un desesperado estallido social que pondría al Estado en dilemas para mantener el orden público que, con acciones no muy bien concebidas, escale la violencia política y social, viole los derechos humanos y haga posible el terrorismo de Estado.
Algunos optimistas con cautela sostienen que, a diferencia de esos tiempos del siglo pasado, no habrá depresión económica, que los países están mejor dotados de instrumentos para paliar los efectos de la crisis y aliviar urgencias inmediatas de los sectores populares. Ojalá así sea.
Ciertas consecuencias inmediatas positivas se observan, a escala mundial, durante la pandemia. La atmósfera está más limpia y el ambiente más sano. La naturaleza descansa de la galopante depredación que los humanos frenéticos por producir, consumir y sobre todo competir, han llevado a cabo por siglos.
La gente piensa y reflexiona sobre la importancia de la vida y la salud, la prioridad de lo esencial sobre la banal, el valor de la solidaridad, la sencillez y la humildad, la necesidad de respetar la madre naturaleza, desde los virus en su estado natural hasta los océanos, la importancia de la ciencia y la confianza en ella y el mérito e importancia del Estado.
Ojalá esa actitud, que se percibe amplia y global, se mantenga en el tiempo y se haga conducta y cultura; y que no sea consecuencia del susto inmediato. Los cambios de conducta social percibidos durante la pandemia serán muy necesarios para los tiempos que vienen.
Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa. Docente universitario salvadoreño.