Mártires jesuitas de la UCA imborrables recuerdos. “Este crimen se investigará”

Este año celebramos el 25 aniversario del martirio de los seis sacerdotes jesuitas y sus dos colaboradoras (Julia y Elba) en la UCA (universidad centroamericana José Simeón Cañas). Junto a los actos conmemorativos, cada vez en aumento, muchos son los recuerdos y comentarios sobre este acontecimiento, a la vez doloroso y pascual. Quienes entonces estudiábamos en esa universidad, guardamos en las telarañas de nuestra memoria, algunas anécdotas que deseamos desempolvar.

Todos recordamos los acontecimientos de la Ofensiva guerrillera del FMLN iniciada el 11 de noviembre. Como habitaba en el Instituto Emiliani de La Ceiba de Guadalupe, desde esa fecha fui testigo directo de lo más duro de los combates entre la insurgencia y las fuerzas militares gubernamentales, combates y balaceras interminables que se acrecentaron a partir del 13 de noviembre en las zonas aledañas al Instituto.

En El Instituto, en lo posible seguimos con “las actividades normales” escolares evaluativas de final de año. El 16 por la mañana al ir a la colonia Altos de Guadalupe a buscar a un profesor del Instituto él me dijo a quemarropa: “dicen que han matado al padre Ellacuría”. Con la incertidumbre todavía, pero a la vez muy impresionado y altamente preocupado me dirigí a la casa de los Jesuitas en Jardines de Guadalupe, y, allí mis compañeros de la UCA, entre ellos “Guazapo” me confirmaron la triste noticia y que luego pude confirmar personalmente al llegar al jardín de la UCA y ver todavía los cadáveres cubiertos con sábanas blancas y algunos personeros judiciales realizando los elementales peritajes; algunos periodistas y claro, varios religiosos jesuitas y personas allegadas muy consternados.

El 18 asistí a la Santa Misa de cuerpo presente en la capilla de la UCA alrededor de las nueve de la mañana, pues hubo la noticia que ese día sería el entierro; que luego avisaron sería el siguiente día. La Eucarístía siempre se celebró y allí el ambiente era de luto, llanto y dolor de todos los presentes, principalmente profesores y alumnos(as); solo los abundantes reporteros buscaban guardar alguna serenidad. Presidió la misa el padre Eduardo Váldez, nuestro maestro, acompañado alrededor de una veintena de sacerdotes entre los cuales destacaba monseñor Ricardo Urioste. La homilía la pronunció con toda serenidad y entre otras cosas dijo el padre Váldez: “esta es la contribución que la UCA da también en esta vorágine de sangre desatada en estos días, en los cuales ya llevamos alrededor de 800 muertos…..” Entre todos los presentes surgían en nuestro interior el recuerdo de las palabras bíblicas: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero” (apc 7,14). Para no ir solo solicité al joven seminarista hondureño Carlos Chinchilla que me acompañara a la celebración. Al finalizar la Santa Misa y querer regresar a mi cercana residencia no lo encontré, me regresé solo. Cuando llegué a casa le pregunté por qué se había venido y palabras más- palabras menos me dijo: “no pude aguantar el tétrico ambiente que se vivía adentro de la capilla…., hasta me quise desmayar….”

Desde el primer momento de la macabra noticia de los asesinatos, igual que el resto de la población, nos hacíamos como estudiantes de la UCA estas preguntas entre otras, ¿Si eso hicieron con Ellacuría y otros personajes académicos de talante mundial, qué no harán con el resto de gatos de la población? han quebrado la columna vertebral a la UCA. ¿Podrá reponerse? ¿Seguirán las clases normales? Sin embargo, para sorpresa nuestra, como pólvora, rápido se regó entre los estudiantes la noticia de que las clases seguían normales a partir del 25 de noviembre. Entre algunos de los que, cual fantasmas, poco a poco fuimos llegando, estaban: Maricarmen, Fernando Aragón, Sandrita Moreno, Mincho, Carmela, Víctor, Morena, Julita, Guazapo, Irma, Montano, Gloria, Marcos, Juanita, Marco Tulio, Amado, Beatriz, Martín, Pedrito, Alvaro Darío Lara, Domínguez, Góchez, Toro, Walter Raudales y otros compañeros que de momento no aterrizan en mis recuerdos. Casi todos nos encontrábamos por finalizar el profesorado y en la cintura de la carrera de la licenciatura en letras.

Al asistir de nuevo a clases en la UCA a finales de noviembre, las aulas todavía humeaban y olían a pólvora. La bota militar rechinaba a diestra y siniestra pues sus alrededores exteriores estaban todavía militarizados. En una de las mesas de la cafetería encontramos al entonces teniente Roque, quien vestido de civil departía como cualquier estudiante junto a otros “orejas”; hasta respondió el saludo que le hicimos. Este era uno de los oficiales responsables de la guarnición militar de casi trescientos soldados acantonados en el Instituto Emiliani desde el 14 de noviembre. Dicho personaje días antes, allí en el Instituto, a una pregunta sobre los asesinos de los Padres, había respondido ante varios testigos, entre ellos el Subdirector del centro educativo, profesor David Velasco, con palabras robotizadas: “Fueron los guerrilleros”. Con mi compañero inseparable Félix Montano, después de una de las clases, cuál sería nuestra sorpresa al encontrar en el estacionamiento a dos jóvenes, un hombre y una mujer con lentes oscuros, parados junto a las puertas abiertas de su vehículo contiguo al nuestro.

Cuando arrancamos, nos siguieron por todo el interior de la UCA y unas cuadras ya en la calle de la Autopista Sur. Nosotros procuramos acelerar de manera normal aunque con el alma en un hilo. Sólo los vimos pasar… Al narrar este episodio en el aula, Sandrita expresó: “No sean gallinas…” Alguien comentó que después del cateo militar realizado en el centro universitario, el padre Cardenal más menos había dicho a sus compañeros: “No sean ingenuos, éstos… nos van a matar por la noche. Vámonos a Santa Tecla”; que alguno de sus compañeros le contestó: “Vete tú si quieres; nosotros nos quedaremos aquí”. Al respecto, Mario García comentó: “A Ellacuría se le durmió el pájaro, pensaba ser amigo de Cristiani y vean lo que le pasó…”

En contraste con la “bota militar”, de los sacerdotes martirizados, recordábamos su humanismo, sus pedidos constantes por una salida negociada al conflicto armado, la seriedad académica, entre otras cualidades y virtudes. En particular, recordábamos la bondad y sencillez del padre Amando López cuando nos impartió uno de los cursos de Filosofía. De Ellacuría, como rector, eventualmente lo encontrábamos apresurado en los pasillos, sonriente respondía a nuestro saludo. En el aula contigua a la nuestra impartía filosofía a un pequeño grupo de alumnos fijos, pero el salón casi siempre rebalsaba por los visitantes eventuales (y “orejas”) a su eminente cátedra.

De lejos conocíamos y oíamos su voz elocuente y persuasiva. Algunos lamentábamos no haber participado como oyentes en sus extraordinarias clases para conocer más a su filósofo predilecto: Xavier Zubiri. Meses antes lo habíamos escuchado en el auditórium, cuando en el transcurso de una conferencia nos contó sus experiencias como mediador junto con monseñor Rivera en la liberación de la hija del expresidente Napoleón Duarte. Narró cómo al obispo le habían proporcionado una buena bestia mular pero que a él le tocó remar duro durante varias horas por el cerro Guazapa, y de esta anécdota con humorismo invitó a todos los estudiantes a practicar deportes.

Entre el temor y la incertidumbre reiniciamos con “normalidad” las clases. Nuestra sorpresa fue que los profesores y profesoras, si bien mostraban cierto nerviosismo, en vez de encontrarlos deprimidos y lamentar lo sucedido, llegaron todos con aparente entusiasmo. La licenciada Ana Fría, sólida académica española en sus clases de Lingüística e Historia de la lengua castellana, con la mirada perdida en el horizonte mientras impartía la materia, casi no comentó nada de lo sucedido, aunque la habíamos visto derramar lágrimas en la vela y el entierro de los Mártires. El licenciado Rafael Rodríguez (Lito), se atrevió a comentar un poco más sobre la tragedia; entre otras cosas, dijo que el mejor homenaje para los padres asesinados era seguir adelante y que las clases, los trabajos y los exámenes continuaban con normalidad, “Pero mirá, Lito”, le dijo Martín, “está bien que sigamos, pero tomá en cuenta que en Soyapango la situación está yuca, yo no sé si podré continuar”.

El licenciado Francisco Andrés Escobar comentó que al entierro de los religiosos se presentaron el presidente Cristiani y el embajador norteamericano William Walter, pero que los asistentes los marginaron al mostrar hacia ellos silencio y total indiferencia. Esa misma noche, Santiago, de la clandestina pero muy escuchada Radio “Venceremos” leyó el editorial intitulado algo así: “La hiena vuelve a donde dejó su carroña”, con especial dedicatoria a la presencia en los funerales de estos dos personajes. Los comentarios comunes en voz baja eran que esta cínica conducta sólo era conocida en las películas de la mafia Siciliana.

Por último, la licenciada Carmen Álvarez bien definida en la misión humanística de la UCA; en una de sus clases de periodismo, Martín le preguntó: “Mirá Carmencita ¿a estas alturas, qué sabe la universidad sobre los verdaderos asesinos de los padres, pues corren voces que fue el Ejército, Ponce, Bustillo y otros de la Tandona y el alto mando? A lo que ella, después de tomar suficiente aire, con voz suave y pausada respondió: “No les puedo adelantar nada. Sólo una cosa les aseguro: “pase lo que pase, este crimen se investigará… por favor sigamos con la clase”

Por: Mario Ramos

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