René Fortín Magaña: el socialista reformista

René Fortín Magaña. Jurista, académico y escritor salvadoreño

El 17 de julio de 2020 murió el connotado salvadoreño René Fortín Magaña quien vivió cerca de nueve décadas (1931-2020) y tuvo una vida intensa y de acciones que tienen un lugar en la historia de El Salvador.

Supe de René Fortín Magaña desde mis primeros meses universitarios en 1959 y lo vi la última vez en Chile, en enero de 2016, cuando llegó como directivo de la Academia Salvadoreña de la Lengua a una reunión de su homóloga la Academia Chilena de la Lengua.

Cuando una persona muere, las primeras reacciones es recordarla por lo que hizo más recientemente o solamente con una faceta bien vista por el comentador. Después de haber sabido de René Fortín Magaña por más de medio siglo y haber llegado a construir una relación de amistad recíprocamente respetuosa, creo oportuno referirme a algunos rasgos de su vida intelectual y política en el contexto de la historia concreta de El Salvador y, al final, se entenderá por qué llamo a René Fortín Magaña el socialista reformista.

Recuerdo que un día, al final de los años 1950, leí en un diario local la noticia de que tres jóvenes hermanos se graduaban el mismo día en la Universidad de El Salvador: uno médico, otro abogado –René- y un tercero se incorporaba como arquitecto. La noticia era destacada por el hecho de que los graduados eran hijos del rector de la Universidad de El Salvador, el Dr. Romeo Fortín Magaña (1894-1965) quien fue rector de 1955 a 1959.

Conviene decir que, entonces, en El Salvador solamente había una universidad, la Universidad de El Salvador, fundada en 1841 por el mismo órgano de poder que creó, el mismo año, al Estado de El Salvador: la Asamblea Constituyente del Estado de El Salvador. El Rector de la UES era, en sí mismo, una personalidad de mucho peso específico en la vida nacional.

El Rector Fortín Magaña, además de un jurista de los de antes: era un intelectual, escribía y hablaba muy bien, era autor de libros y, sobre todo, tenía reputación de ser de moralidad notoria. Su rectoría tuvo hechos recordados: la universidad fue destruida por un incendio y dejó para la posteridad, en una provisionalidad de siglos, el actual predio universitario enfrente del Palacio Nacional Además, el Rector Fortín Magaña fue un férreo defensor de la autonomía universitaria que estaba consignada en la Constitución Política del país. Memorable es la polémica pública que tuvo por la prensa el rector Fortín Magaña con el abogado Julio Rank Altamirano, abogado orgánico de la dictadura militar quien, por supuesto, creía en una autonomía restringida y sometida al poder de turno.

El rector Fortín Magaña escribía, algo raro en estos tiempos de frases cortas y pujidos como medios de transmitir ocurrencias y, por eso, escribió un ensayo sobre “Democracia y Socialismo” que seguramente no es fácil conseguir una copia y que explica las inclinaciones políticas de su hijo René.

El 26 de octubre de 1960, después de dos meses de turbulencias políticas, rebelión popular y represión militar, el dictador de turno, teniente coronel José María Lemus, fue depuesto por una asonada militar y se instaló la Junta de Gobierno Cívico Militar en la cual estaba el joven abogado René Fortín Magaña, de 29 años, quien recientemente había sido dirigente de la AGEUS, gremial estudiantil universitaria.

Fresca estaba en la memoria de los que leían diarios su foto de graduado como abogado. Y ahora aparecía como miembro de la Junta de Gobierno. Era la sangre nueva y estudiantil en la conducción del Estado. Estaban, además, en la parte civil del sexteto a cargo del Ejecutivo, Fabio Castillo Figueroa, médico de 39 años, Ricardo Falla Cáceres, abogado de 31 años. Completaban el sexteto el coronel César Yánez Urías, el coronel Miguel Ángel Castillo y el mayor Rubén Alonso Rosales.

René Fortín Magaña era la figura juvenil que auguraba tiempos nuevos. El gobierno de la Junta, bajo el apremio de las derechas, duró poco. Un contragolpe militar de esencia derechista y afín al gobierno de los Estados Unidos depuso a la Junta de Gobierno y entró literalmente a sangre y fuego para instalar un Directorio Cívico Militar integrado por el coronel Aníbal Portillo, el teniente-coronel Julio Adalberto Rivera, el médico Francisco José Valiente, el abogado Feliciano Avelar y el abogado José Antonio Rodríguez Porth, asesinado 28 años después, en junio de1989, mientras era ministro de la Presidencia en el gobierno de Alfredo Cristiani. Rodríguez Porth era suegro de Francisco Flores, miembro de ARENA, presidente de 1999 a 2004.

El gobierno de la Junta ofreció organizar elecciones libres. Nombró un Consejo Central de Elecciones formado por los abogados Julio Eduardo Jiménez Castillo y Guillermo Ungo y el casi abogado Rodrigo Antonio Velázquez Gamero, (fundador del partido Movimiento Nacional Revolucionario). Los tres con credenciales de credibilidad.

El 25 de enero de 1961, al día siguiente del anuncio de René Fortín Magaña que se iniciaba un proceso electoral limpio, libre y democrático, la derecha dio el golpe de Estado restaurador de la dictadura instalada el 2 de diciembre de 1931. Ese día hubo protestas callejeras, marchas hacia los cuarteles golpistas, gritos de “queremos armas”. Los golpistas pararon a balazos las protestas inermes. Fabio Castillo Figueroa se asiló en la Embajada de México. René Fortín Magaña y Ricardo Falla Cáceres se pusieron a la cabeza de una de las manifestaciones y enarbolaron una bandera nacional.

A la altura del cruce de la novena calle y la avenida España de San Salvador, la guardia nacional, bajo el mando de oficiales golpistas, capturó a los miembros de la Junta caída, Fortín Magaña y Falla Cáceres, y a la psicóloga Marina Rodríguez de Quezada (subsecretaria de Educación en el gobierno depuesto) que los acompañaba. Una vez resguardados esos civiles capturados, comenzaron a disparar bala limpia y viva. Hubo muertos y heridos y, por supuesto, silencio de la prensa por autocensura o simpatía. Los capturados fueron enviados al exilio, el nuevo gobierno se instaló y se consolidó y el vía crucis popular continuó en una estación más.

Julio Rivera tomó posesión como presidente el 1 de julio de 1962. Había desplazado al otro militar, coronel Aníbal Portillo, en el Directorio, se hizo una Constitución a la medida, puso a un civil en un gobierno de transición (el abogado Rodolfo Cordón Cea), fundó el Partido de Conciliación Nacional y fue candidato, como candidato único, en unas elecciones ridículas. Lo cierto es que era presentado como el Presidente Constitucional.

En el gobierno, el presidente Rivera dio señales de apertura política y para comenzar apoyó el regreso de los exiliados por su mismo gobierno golpista, entre los que estaba René Fortín Magaña. También regresó Fabio Castillo Figueroa en agosto de 1962 para comenzar su camino hacia la Rectoría de la Universidad de El Salvador (1963-1966) y su candidatura a la presidencia de parte de la izquierda histórica que para entonces actuaba sin fisuras (1967).

La apertura hizo posible la representación proporcional en la Asamblea Legislativa, el respeto a la autonomía de la UES y a la inviolabilidad de sus instalaciones y cierta libertad para expresarse. En lo regional, el gobierno de Rivera era un claro aliado del gobierno de los Estados Unidos y sus principios se basaban en gran medida en los postulados de la Alianza para el Progreso, programa de ayuda económica para el desarrollo de América Latina impulsado por el presidente John Kennedy “para prevenir otra Cuba”. A comienzos de los años 1960, había actividades políticas y culturales que alentaban el debate y las diferencias. Fue pionero y memorable un ciclo de presentaciones en el Auditórium de la Rotonda de la Facultad de Medicina de la UES, sita entre Calle Arce y 25 Avenida, enfrente del Hospital Rosales de San Salvador.

Por ahí desfilaron Napoleón Viera Altamirano disertando sobre el liberalismo económico y político y el “laissez faire, laissez passer”, concepto tan querido por los que les gusta acumular dineros con bajos salarios, sin riesgos y sin impuestos; Roberto Lara Velado sobre la doctrina social de la iglesia católica; Alejandro Dagoberto Marroquín sobre materialismo histórico y dialéctico; José Napoleón Rodríguez Ruiz sobre marxismo-leninismo y revolución y René Fortín Magaña sobre democracia social y socialismo reformista. En medio de la noche autoritaria de las derechas, aquellas jornadas eran un aliento fresco a la esperanza. Se comenzaba un proceso de diferenciación política. La dictadura había metido en la misma bolsa a todos los opositores.

Esa diferenciación política trajo animosidades, controversias, descalificaciones y confrontaciones a veces letales. Fue el drama nacional, durante gran parte de los gobiernos dictatoriales, de las oposiciones que surgían.

En ese decurso René Fortín Magaña cumplió varios roles políticos, sociales e intelectuales y fue parte de ese ambiente de falta de unanimidades y de búsqueda de consensos a mordiscos. Tuvo amigos y denostadores. Fue dirigente de un partido que buscaba el centro, diputado, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, profesor universitario, escritor y ensayista. Hasta hace poco leí artículos suyos en la prensa sobre el imperio de la ley, la democracia, el diálogo.

Estos comentarios se refieren a los primeros 30 ó 35 años de la vida intensa y prolífica de René Fortín Magaña, el socialista reformista de quien puede decirse que, con sus pensamientos y acciones, sus aciertos y equivocaciones, contribuyó en algo a que se instaurara la democracia que se vive en El Salvador, para cuya construcción fue necesaria hasta una guerra interna. Y en esa ruta por la democracia, René Fortín Magaña como se dice en jerga popular, a veces “se la jugó”. Se la jugó al ser dirigente de AGEUS, la histórica gremial estudiantil universitaria, en tiempos de la dictadura militar. Fue estudiante universitario durante todo el osoriato (predominio político del teniente coronel Óscar Osorio de 1948 a 1956). Ese gobierno que tuvo iniciativas reformistas, también tuvo su faceta represiva.

Fue durante el gobierno de Osorio que Salvador Cayetano Carpio, el pionero organizador de las FPL y del FMLN, fue sometido a torturas sobre lo que trató su célebre libro “Secuestro y Capucha”. En ese tiempo tuvo lugar la muy mencionada “represión de 1952”, cuando políticos opositores de una amplia gama de izquierda fueron encarcelados, torturados y exiliados con desparpajo y a pesar de que las Constituciones prohibían las prácticas infamantes y el destierro de nacionales. Ser presidente o dirigente de AGEUS en esos tiempos era “jugársela”.

Se “la jugó” cuando fue parte de la conspiración para derrocar al presidente Lemus y también “se la jugó”, y eso me consta de vistas y oídas, cuando el 25 de enero de 1961 se puso al frente de una manifestación popular y enarboló un pabellón nacional que no impidió la balacera y la muerte de ciudadanos regada por la Guardia Nacional.

Asimismo, “se la jugó cuando” , en medio de los miedos a la represión y el riesgo de ser vilipendiado como anti-comunista, proclamó su adhesión a los principios de la democracia social, la social democracia o el socialismo en libertad que, como digno heredero intelectual de su padre el Rector Don Romeo Fortín Magaña, adhirió en diversos momentos de su vida. Bebió de las reflexiones de Eduardo Bernstein en Alemania, y de la Sociedad Fabiana, de Inglaterra, que con ideas de Bernard Shaw y H. G. Wells, buscaba llegar al socialismo de manera gradual, como el general romano Quinto Fabio Máximo combatía a los cartagineses.

Por eso puede decirse que, en sus raíces, René Fortín Magaña era un socialista reformista, lo cual era desaprobado por sectores de la izquierda histórica que ni siquiera aceptaban como válida y tolerable la autogestión y la democracia socialista que proclamaba el Mariscal Tito en la ex Yugoslavia, a contrapelo de las directrices surgidas del apogeo del estalinismo en la extinta Unión Soviética.

Sean estas evocaciones para homenajear a René Fortín Magaña. Ahora muchos ven su muerte como la partida de un ex juez o un ex diputado; pero realmente él tiene un puesto en la historia de país como luchador por la democracia y un creyente del socialismo reformista.

Por: Víctor Manuel Valle Monterrosa, docente universitario salvadoreño.

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