Carta de jefe indio a los ecocidas y a quienes arrebatan los bienes de los pueblos

Por: Jesús Solano

En el año 1854 el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Pierce, afreció a un grupo de indios Pieles Rojas de las tribus Dumamist, Suquamish y Skykomish, comprar sus tierras ricas en recursos naturales; asimismo, les prometió crear una reservación india en donde estos amos de la extensa y bellas praderas con hermosos lagos y caudalosos ríos serían confinados, lo cual motivó al Gran Jefe Indio, Noah Seattle, a contestar al Presidente una magistral carta en dialecto Chinook. En ella se nota que este gran hombre tenía una visión clara de la cosmovisión, así como, de la función que desempeñan los seres vivos en la naturaleza, también se denota el amor que tenía por la creación, coincidiendo con el pensamiento de San Francisco de Asís, patrono  de los ecologistas.

Esta carta cobra vigencia actual a pesar de haber sido escrita hace 166 años, tomando en cuenta los peligros que acechan la vida y los bienes naturales, financieros y culturales  de los pueblos de parte de sectores poderosos acostumbrados al saqueo y al subyugamiento de los débiles.

Tal misiva va dirigida a los ecocidas extranjeros y criollos que explotan, destruyen y contaminan los medios naturales que hacen posible la vida. También es un llamado a los funcionarios públicos que por unos dólares más colaboran en la destrucción de la madre tierra otorgando permisos fraudulentos y protegiendo a los ecos destructores.

Asimismo, es un reclamo a la gran empresa nacional y extranjera a los diputados, Presidentes de la República y otros que fueron parte del equipo privatizador de nuestros bienes como las pensiones, etc., para lo cual crean y aprueban leyes revestidas de legalidad pero inmorales, así como decretos que legalicen la entrega de nuestros bienes a empresas extranjeras y criollas inescrupulosas.

El gran jefe indio respondió al Presidente

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo estrellado o el calor de la tierra? Eso no lo comprendemos. Sin no somos dueños de la frescura del aire ni el brillo de las aguas. ¿Cómo podrán ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo la memoria de los Pieles Rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden su paseo entre las estrellas; en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra puesto que es la madre de los Pieles Rojas. Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por todo ello, cuando el gran jefe Washington nos envía el mensaje de querer comprar nuestras tierras nos está pidiendo demasiado. También el gran jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello, consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua si no representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo de las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos y calman nuestra sed; sostienen nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos las tierras recuerden y enseñen a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, también lo son de ustedes y deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana si no su enemiga, y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra de sus hijos, tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre la tierra y su padre el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o como cuentas de colores. Su apetito devora la tierra dejando atrás solo un desierto.

No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola visita de sus ciudades apena los ojos del Piel Roja. Pero quizás sea porque el Piel Roja es salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o donde aletean los insectos. Pero quizás también esto se debe a que soy un salvaje que no comprende nada.

El ruido parece insultar nuestros oídos y después de todo ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ramas al borde de un estanque? Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con el aroma de los pinos.

Tampoco el aire tiene precio. Todos los seres compartimos el mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días, es insensible al hedor. Si les vendemos nuestras tierras recuerden que el aire no tiene precio. El aire comparte su espíritu con todo lo que tienen vida. El viento le dio el primer soplo de vida nuestros abuelos y también recibe sus últimos suspiros. Se les vendemos nuestras tierras deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Si aceptamos la oferta que nos hacen yo pondré una condición: el hombre blanco de tratar a los animales de la tierra como a sus hermanos. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina puede ser más importante que el búfalo, al que nosotros matamos solo para poder vivir.

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si los mataran a todos, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual, porque lo que le sucede a los animales le sucederá al hombre, todo va entrelazado. Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos, digan a sus hijos que la tierra contiene las vidas de nuestros antepasados para que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos lo que nosotros enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre, todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra, si los hombres escupen el suelo, se escupen así mismo. La tierra no pertenece a los hombres, los hombres pertenecen a la tierra, todo va entrelazado como la sangre que une a otra familia; el hombre no tejió la trama dela vida, él es solo un hilo, lo que hace con la trama se lo hace así mismo.

Tal vez comprendan ustedes un día que nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes, ahora ustedes piensan que Dios les pertenece así como que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los hombres, su compasión se comparte por igual entre el Piel Roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inmenso para él y si se daña provocará la ira del creador; también los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. Los hombres blancos contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.

Pero ustedes caminarán hacia su propia destrucción, rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial dio dominio, sobre ella y sobre el Piel Roja. Ese destino es un misterio para nosotros pues no entendemos porque se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.

¿Dónde está el matorral? Destruido.

¿Dónde está el águila? Desapareció.

Termina la vida y empieza la supervivencia.

 

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