¡Preparen, apunten, fuego!

Todo sucede en el país del Hielo. Es una fila interminable. La encabeza un ex presidente, atrás, con ojos llorosos caminan ex funcionarios, la mayoría tiembla, sus movimientos son incontrolables, saben que serán fusilados.

Todos piden que  les venden los ojos, no tienen valor para ver cara a cara a sus asesinos. Se  escucha una voz fuerte pero piadosa, ¡Detenerse! Todos se quedan inmóviles, de fondo está una casa de cartón, de esas casas tristes, llorosas; sus ocupantes son los hijos de los “guaraguao”; en una pared se puede leer un grafiti que reza: “El Gremio Médico es y será Inmortal” Se escucha el trote de un grupo de soldados, todos cargan sus armas, los gritos de los condenados son ensordecedores, no se distinguen hombres de mujeres, algunos piden perdón, la mayoría perdió el habla.

El jefe del pelotón de fusilamiento lee la sentencia: “Se les acusa de robar a un país pobre, de mentir a una sociedad hedonista, de blasfemar contra el mundo , de difamar al adversario, de adorar a falsos dioses, de poner a los ciudadanos unos en contra de otros y el delito más grave y por el que serán fusilados es por asesinar a un gremio médico valiente a quien no se le brindó el equipo de bioseguridad requerido para enfrentar la indolencia y el virus, gremio que dio la vida a cambio de que sus pacientes vivan”. Es esa voz fuerte pero piadosa quien da la orden: Preparen, apunten, fuego: No se escucha un disparo, al contrario, todo el pelotón de fusilamiento se abraza, se hincan, luego se paran firmes, mano al pecho, es el gremio médico que al unísono empieza a rezar: “Juro por Apolo médico, por Asclepios, Higia y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplieren cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia. Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren…” Los condenados no pueden dar crédito a lo sucedido, todos están desconcertados, a pesar de estar entre los condenados a muerte quien dio el tiro de gracia a nuestros hermanos médicos, nadie repara en ese vil y cobarde asesino.

Mientras se les quitan las esposas y las vendas de los ojos a los condenados, se escucha nuevamente esa piadosa pero fuerte voz, todos los condenados están sorprendidos; el jefe del pelotón es un hombre bello, viste una túnica blanca, camina sobre las aguas, sucias a veces y llenas de algas pero aguas al fin, empieza a ordenar a su batallón que preparen su equipo, habla en arameo, nuevamente todo el pelotón carga sus armas: Revisan que no falte el estetoscopio, el tensiómetro, termómetro, mascarilla, lentes protectores, gabachon, baja lenguas, las fotos de sus familias (esposas esposos, hijos) y la Biblia.

Todos suben a la cama de viejos y destartalados camiones, poco importa la incomodidad, ¡Hay que salvar vidas! Mientras, los condenados se abrazan, cantan himnos a la muerte, poco a poco su miedo se convierte en soberbia, voces de mando retumban en la sencilla polvareda, a lo lejos se acerca una caravana de lúgubres y negros carros, mas parecen carrozas fúnebres que automóviles de lujo; mientras se disponen a iniciar la marcha, se escucha esa voz piadosa, fuerte y amorosa voz que les dice: “Hijos míos, deben aprender a  sembrar amor en vez de odio, compasión en vez de indiferencia, humildad en vez de grandilocuencia, entrega en vez de desprecio, paz en vez de guerra, verdad en vez de mentira, debe ser el amor al prójimo lo que prevalezca; fue gracias al pedido del batallón que se les perdonó la vida, el gremio médico no guarda rencores, claro, duele ver día a día  a sus hermanos caer pero siguen adelante, sin embargo deben saber que Mi amor y Mi ira para mis hijos es Palabra de Dios y nunca se olviden de mi poder: “Y se encendió la ira del Señor contra Israel, y los hizo vagar en El Salvador por cinco años, hasta que fue acabada toda la generación de los que habían hecho mal ante los ojos del Señor”. Mientras, “el batallón del amor al prójimo” canta alegremente: “Yo solo quiero tener un millón de amigos y así mas fuerte poder salvar…”

Por: Francisco Parada Walsh, médico salvadoreño

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