Elio Masferrer Kan, ENAH-INAH
La pandemia ha generado un conjunto de transformaciones en las personas, en muchos casos como una estrategia para controlar los altos niveles de incertidumbre que genera una situación impredecible, tanto en lo personal como lo laboral, económico y social. En esta situación la polémica está centrada en los mecanismos para controlar la percepción de la situación crítica.
Amplios sectores de la población simplemente ignoran la peligrosidad de la pandemia y el contagio, otros están convencidos que por su edad y condición física cuentan con las suficientes defensas y anticuerpos para afrontar el contagio. Los desbordes de contagios y el abarrotamiento de hospitales en España son una prueba de esto último: la apertura de bares y centros nocturnos han mostrado que toda la población es vulnerable al contagio y que no es una enfermedad mortal exclusiva para personas de la tercera edad o que padecen comorbilidades.
Mas interesante es la polémica desarrollada por ciertas iglesias y organizaciones religiosas que confían en “El Plan de Dios” que éste tiene para todas y todos los integrantes de la especie humana. Desde una perspectiva similar, aunque con otra concepción religiosa, un sector de la Iglesia Católica también se resiste al cierre preventivo de los templos y realiza servicios religiosos en la “clandestinidad”; la idea que guía estos “servicios especiales” parte de la estrategia de los sacerdotes de crearse un entorno de laicos interesados en tener una relación, trato especial y preferente con su sacerdote de confianza. Esto es muy frecuente en América Latina
La Doctrina de la Predestinación guía a ciertas iglesias que se resisten al cierre de sus templos por razones menos sociales y más radicales en términos religiosos. Este comportamiento es más frecuente en Estados Unidos y en América Latina tiene seguidores entre ciertas iglesias neopentecostales y transpentecostales:
Tomo como referente a la Grace Community Church de California, dirigida por John MacArthur, quienes critican al Estado de California por permitir las manifestaciones de protesta por los excesos policíacos que culminaron con el asesinato de George Floyd y consideran que no se pueden prohibir sus reuniones, alegando en el juicio de amparo para protegerse contra las disposiciones sanitarias:
“La Iglesia no existe para proteger a las personas de la gripe” sino para “protegerlos del castigo eterno y el infierno”. Este es el “único mensaje salvador que rescata a hombres y mujeres del juicio eterno”, lo cual es “mucho más alto que tratar de proteger a algunas personas de la gripe, dándose cuenta que finalmente todos van a morir”, afirma con cierto pragmatismo, en su alegato, la abogada Jenna Ellis, quien también se desempeña como asesora legal senior de la campaña presidencial de Trump. Esa es una verdad incontrovertible, la única duda es si los interesados están de acuerdo en que sea ahora.
Aplicando mi oficio como antropólogo, me pareció importante consultar a los “informantes claves” en cuestión. Entrevisté a personas que participan de coros no religiosos y ellos me explicaron que por la dinámica de éstos, los aerosoles que expiden pueden ser focos de contagio; muy gráficamente me comentaron, que cuando un miembro del coro “se resfría, a la semana siguiente todos están engripados”.
Los epidemiólogos consultados, tanto creyentes como no creyentes, consideran que los servicios religiosos pueden ser importantes, no lo niegan, pero están convencidos que las liturgias son peligrosas y alegan planteos similares a los de los coristas.
Esto no convence a los fundamentalistas, quienes están convencidos que son víctimas de “una conspiración sobrenatural masiva contra el Reino de Dios, pues Satanás trabaja con aquellos que aceptarán su liderazgo en cualquier nivel”. Debo suponer que esta peligrosidad incluye a los epidemiólogos, políticos, ciudadanos de todos los colores que proponen cuarentenas y aislamiento social, clausurando templos y otros lugares de reunión masiva y el autor de estas líneas que se atreve a plantear el problema. Mi pregunta es quién nos protege de estos “protectores divinos”, quiénes están convencidos que “el diablo anda como león rugiente buscando a quién devorar y que no debemos ignorar sus artimañas” 1Pedro 5:8. Con estas definiciones, la capacidad de crítica y análisis están descartadas.
Dr. en Antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH