Por: VICENÇ NAVARRO
Dentro de los principales establishments económicos y financieros de España (y de aquellos establishments políticos y mediáticos que les son afines) existe una postura muy extendida de que hay un trade-off entre dar prioridad a intervenciones encaminadas a controlar la pandemia o, por el contrario, dar preferencia a facilitar el desarrollo y la recuperación económica del país.
En esta manera de pensar se asume que el haber dado prioridad al control de la expansión de la pandemia de coronavirus ha estado afectando negativamente a la capacidad del país de recuperar su vida económica. De ahí que se concluya que es necesario y urgente dar prioridad a esta recuperación económica (que supuestamente afecta a la mayoría de la población), aunque ello sea a costa de diluir la intensidad de las medidas de contención y prevención de la pandemia (la cual se supone -según este razonamiento- que infecta solo a una minoría de la población, causando una mortalidad sobre un sector pequeño de esta minoría –predominantemente ancianos–).
El trumpismo en EEUU y en España
Una forma extrema de esta postura es la defendida por el presidente Trump en Estados Unidos, la cual, por cierto, está también presente primordialmente (aunque no exclusivamente) en amplios sectores de las derechas españolas (incluyendo las catalanas). Según éstas, hay que dar prioridad al desarrollo económico, poniendo el acento en las políticas públicas de recuperación económica, incluso a costa de relajar (o incluso dejar de lado) el control de la pandemia, cuya gravedad suele ser subestimada, considerándola un mal menor para la mayoría de la población (algo así como una gripe) de pronta y fácil solución con la próxima aparición de la vacuna.
Tal pensamiento es predominante en las organizaciones empresariales a los dos lados del Atlántico Norte, que temen que el parón de la economía como consecuencia de las medidas de confinamiento haya podido significar una pérdida de sus beneficios al haber reducido la disponibilidad de trabajadores (para realizar tareas en sus empresas) y de consumidores (para estimular la demanda de sus productos). De ahí su postura que defiende que la primera responsabilidad del Estado (en sus distintos niveles, ya sea central, autonómico o local) en estos momentos deba ser la de asegurar que los trabajadores vuelvan a su trabajo y los consumidores a sus tiendas, aunque sea a costa de una reavivación de la pandemia.
El gran error de este supuesto trumpiano (que es la máxima expresión del neoliberalismo)
El punto débil de tal supuesto es que sin una reducción notable del alcance de la pandemia no habrá recuperación económica posible. La evidencia empírica, que ya se ha ido acumulando durante estos meses de pandemia, no puede ser más contundente. Ninguno de los países que han enfatizado la recuperación económica sin primero intentar controlar la pandemia ha tenido éxito en sus intentos por recuperar su economía. Y el ejemplo más claro de ello es lo que ha ocurrido en EEUU, que siempre ha sido el modelo y el referente del pensamiento neoliberal, cuya expresión más extrema es el trumpismo. Analizando la experiencia de sus estados podemos ver que la creación de empleo y el crecimiento económico han sido menores en aquellos Estados (como Arizona, Georgia, Florida o Texas) donde no se dio prioridad o importancia a las medidas de control de la pandemia (tales como la utilización masiva de mascarillas, el respeto por mantener la distancia social o la ralentización del desconfinamiento para hacerlo lenta y pausadamente) que en aquellos Estados (como Nueva York, Nueva Jersey, Maryland, Massachusetts o Washington D.C.) donde dieron máxima prioridad a controlar la pandemia, permitiendo la aplicación de las medidas que facilitaron la recuperación económica solo cuando la pandemia estaba controlada.
En el lado trumpista, las medidas de control de la pandemia no se tomaron en serio, hasta tal punto que el gobernador del Estado de Georgia, el Sr. Brian Kemp, prohibió hasta día de hoy a los alcaldes de su Estado que hicieran obligatorio para la ciudadanía el uso de las mascarillas. Detrás de esta supuesta defensa de la «libertad» de los individuos (característica del liberalismo), existe un profundo sentimiento insolidario que es muy dañino para toda la población, incluyendo para las personas que, como consecuencia de su profunda ignorancia, quieren ser «libres» y no ponerse mascarilla. Este individualismo insolidario va acompañado de un edadismo (muy acentuado también en España) que desmerece las enfermedades que afectan predominantemente a los ancianos, como es el coronavirus. Este sentimiento discriminatorio alcanzó unas dimensiones enormes con las declaraciones del vicegobernador del Estado de Texas, el Sr. Dan Patrick, que pidió a los ancianos que aceptaran, por razones patrióticas y a fin de salvar el país, su posible muerte por coronavirus, permitiendo así frenar las medidas orientadas a controlar la pandemia que estaban dificultando la recuperación económica.
Este individualismo y edadismo van acompañados en EEUU de un inmovilismo a nivel del Gobierno Federal, indicando que son los estados (aquí en España, las CCAA) los que tienen que encargarse de tales «medidas antipandemia». En realidad, hay bastante consenso entre los expertos en salud pública en que la falta de liderazgo del Gobierno Federal ha sido una de las principales causas del preocupante estado de la pandemia en EEUU. Según Catherine Bosley y Reade Pickert, de Bloomberg Economics:
«La incapacidad de Estados Unidos para controlar la pandemia está frenando su recuperación en comparación con muchos países en Europa, donde muchos puntos calientes del virus lograron reanudar la actividad económica sin causar un aumento similar en las infecciones«.
Una situación semejante ha ocurrido en España, donde las derechas se han caracterizado por una gran hostilidad hacia el gobierno de coalición de izquierdas, obstaculizando una respuesta del Estado central que permitiera un mayor control de la pandemia. Esta oposición se ha extendido también a otras opciones políticas, que incluso se han opuesto al establecimiento de un Centro Estatal de Salud Pública que permitiera la dirección y coordinación de las actividades salubristas de diecisiete servicios autonómicos de salud. La situación contrasta con la de Alemania, un estado federal en el que los Lander (regiones gobernadas por políticos de distintas sensibilidades) apoyaron y se beneficiaron de un liderazgo federal. Su labor de control de la pandemia y consiguiente recuperación económica han sido exitosas. No tanto en España, como consecuencia de que las derechas españolas son muy distintas de las derechas alemanas.
La importancia fundamental de los sectores sociales tanto para salvar vidas como para recuperar la economía
Una consecuencia de esta experiencia es que, a no ser que las autoridades públicas den prioridad a las intervenciones encaminadas a mantener la salud y el bienestar de la población, la recuperación económica no tendrá lugar y, de hacerlo, será mucho más lenta de lo que ya ocurre en aquellos países que están dando prioridad a los sectores sociales, como indiqué en un artículo anterior, basado en la presentación que realicé ante la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica del Congreso de los Diputados (ver «Elementos esenciales pero olvidados de la reconstrucción social y económica», Público, 22.06.20). Tales sectores públicos, como son la sanidad y los servicios sociales (incluyendo el escasamente desarrollado Cuarto Pilar del Estado del Bienestar, que incluye los servicios de ayuda a las familias, como los servicios de atención y educación a la infancia y los servicios de atención a la dependencia) son clave para garantizar la salud y el bienestar de la población, así como el desarrollo económico orientado a optimizar el bien común. La evidencia científica es abrumadora sobre que estos sectores sociales son esenciales para garantizar la seguridad y el bienestar de la población, así como el buen hacer y eficiencia económica.
¿Qué quiere decir «recuperar la economía»? Volver a la normalidad no puede ser volver a la situación económica y social que existía antes
Para responder a esta pregunta hay que conocer y comprender las principales causas de la enorme extensión de la frecuencia y del tamaño de las pandemias. Solo desde el principio de este siglo hemos visto siete pandemias (Gripe aviar, SARS, MERS, Gripe A, Virus Zika, Ébola y Coronavirus) y no hay ninguna duda de que vendrán muchas más. Ha habido un gran número de voces en la comunidad científica que han estado alertando sobre toda esta situación, indicando además que todavía no hemos visto la peor – que podría incluir una pandemia que sería tan mortífera como lo fue la de ébola y tan contagiosa como es la actual. Todas estas voces han sido ignoradas. Como también han sido ignoradas, cuando no silenciadas, las voces que han denunciado las conocidas causas de este incremento de la frecuencia y letalidad de las pandemias, incluyendo, entre otras, las políticas económicas neoliberales que han conducido a una globalización económica con gran movilidad de personas, bienes y servicios a nivel mundial con muy escasa regulación, protección y prevención de tal movilidad y sus riesgos; a una gran deforestación y cambios en la naturaleza que afectan negativamente la relación de la población con las demás especies (incluidas las salvajes), cambios, de nuevo, muy poco controlados y regulados; y a la creación de enormes urbes, con grandes desigualdades donde junto a sectores pudientes conviven comunidades y barrios en situación de gran pobreza y carentes de las más mínimas condiciones higiénicas.
Además de éstas, otras consecuencias de las políticas económicas neoliberales han adquirido mayor visibilidad, como ha sido el escasísimo interés de la industria farmacéutica en producir vacunas y medicinas antivirales. Un ejemplo de ello es la falta de una vacuna universal contra el coronavirus y de medicamentos para curarlo. Nada menos que el Council of Economic Advisors del Gobierno Federal de EEUU ha señalado que las causas de este enorme déficit de vacunas y medicamentos es:
«Un claro desequilibrio entre los intereses comunes de la población y los de los inversores de la industria farmacéutica. La rentabilidad de las innovaciones farmacéuticas prioriza los productos que les garantizan rápidos beneficios inmediatos a costa de enfermedades futuras, inciertas y problemáticas, pues no se sabe cuándo, cómo y dónde ocurrirán».
Todos estos datos determinan que sea profundamente erróneo y arriesgado para una colectividad depositar su confianza y esperanza en industrias con grandes beneficios que han prestado tan poca atención a una de las mayores amenazas que vive hoy la humanidad: las pandemias. La raíz del problema es, sin embargo, política, concretamente el enorme poder político que tales industrias tienen. La industria farmacéutica es uno de los lobbies más poderosos e influyentes sobre el estado federal de EEUU y sobre la gran mayoría de países europeos. De ahí que la gran mayoría de productos farmacéuticos sean para tratar enfermedades crónicas predecibles y no enfermedades infecciosas agudas menos predecibles.
El gran error de querer continuar las políticas neoliberales
Las grandes crisis de nuestro tiempo, las crisis ambientales y las pandemias señalan cómo el orden económico internacional sigue con su único objetivo de optimizar los intereses y los beneficios de los grandes grupos financieros y económicos a costa del bien común, en buena parte gracias a que tienen un enorme poder político y mediático. Todos los problemas llamados económicos son, en realidad, problemas políticos que se basan en el enorme poder y concentración del poder económico, lo cual se acentuó todavía más con la aplicación de las políticas neoliberales tanto a nivel mundial, como a nivel europeo y nacional. De ahí que esta situación se haya reproducido también en España, donde la pandemia ha sido particularmente dañina y donde es posible que los repuntes vayan a ser también muy intensos. Ya he escrito extensamente sobre cómo las políticas neoliberales (reformas laborales regresivas y recortes del gasto público) dificultaron enormemente la capacidad de respuesta frente a la pandemia, al empobrecer al sistema sanitario y los servicios sociales, ya en sí poco financiados.
A esta situación hay que añadir el enorme impacto negativo que las políticas neoliberales produjeron en la eficiencia económica del país. Parece haberse olvidado que la crisis económica comenzó antes de que se paralizara la economía como consecuencia del confinamiento. En realidad, los datos económicos del Estado (concretamente el empleo) del mes de enero de este año fueron los peores desde 2013. La destrucción de empleo había sido muy acentuada. El deterioro tan marcado del mercado de trabajo causado por las reformas laborales del 2010 y del 2012 habían ya caracterizado la situación española.
De estos datos se deriva que volver a la normalidad no debería ser volver a la situación de enero. La enorme hostilidad de las derechas en España hacia el gobierno español es, por desgracia, previsible teniendo en cuenta la escasa cultura democrática que han demostrado tener desde el fin de la dictadura. Pero lo que es sorprendente es que dentro del nuevo gobierno de coalición de izquierdas parecen existir voces que desearían volver a una alianza con esas derechas a fin de recuperar las políticas neoliberales que han hecho tanto daño a la población española. No parecen ser conscientes de que el gran daño causado por la pandemia (uno de los mayores de la OCDE) fue, precisamente, consecuencia del deterioro que tales políticas causaron en el bienestar de la población y en la eficiencia de la economía española.
Parecen haber olvidado que España estaba sufriendo una gran desaceleración económica antes de la pandemia. Las reformas laborales de 2010 y 2012 deterioraron enormemente el mercado de trabajo español, una de las mayores causas del deterioro de la demanda doméstica, consecuencia del enorme descenso de las rentas derivadas del trabajo (a costa de que subieran las rentas del capital). Es más, el abaratamiento del trabajo afectó negativamente a la productividad, algo que el establishment financiero y económico es reacio a reconocer. Los salarios bajos son una de las principales causas de la baja productividad ya que reduce los incentivos del mundo empresarial para invertir en mejoras de dicha productividad. La agricultura española es un claro ejemplo de ello. Y un tanto igual ocurre con la industria, donde es frustrante ver que la automovilística continúa produciendo (hoy con la ayuda del Estado) coches contaminantes que quedaran pronto obsoletos.
Últimas observaciones: trumpismo, egoísmo y barbarie o solidaridad, bienestar y progreso
La realidad está imponiendo una necesidad de grandes cambios mayores en nuestra economía y bienestar social. La dinámica del orden financiero y económico dominante ha sido la de facilitar la globalización económica, por un lado, y garantizar el mantenimiento de la seguridad, por el otro, definiendo «seguridad» como mantenimiento de las relaciones de poder existentes a nivel internacional. Su eje ha sido una visión militar y policial del concepto de seguridad.
Esta visión está en profunda crisis. Está llevando a la humanidad a ver su posible fin dentro de este siglo. Pero todo ello era previsible. EEUU, el país que tiene más armamento en el mundo y más bases militares en el globo, tiene hoy una de las crisis sanitarias más profundas. Lo alertó ya nada menos que el jefe de las fuerzas armadas en EEUU, el General Eisenhower, que en su discurso de despedida como presidente de EEUU en 1961 dijo lo siguiente:
«Toda arma, todo crucero, toda artillería, todo torpedo, en resumen, todos los instrumentos llamados de defensa y de seguridad significan un coste social, que incluye la expansión del hambre, de los que no tienen techo, y no tiene ni para vestirse, al que se les dice que no hay dinero para ello. Pero en realidad estamos hablando más que de dinero. Estamos hablando del sueldo de los trabajadores, del genio de nuestros científicos, de la esperanza de nuestras criaturas, que están siendo malgastados con un coste social enorme, utilizándose una retórica muy altisonante, el defender la patria. ¿Qué patria? Mientras tanto, el coste de un avión de bombardeo que se construye es el coste de dos hospitales que no se construyen«.
El presidente Trump es el que ha aumentado más el gasto público militar en tiempos de paz, a la vez que ha recortado más el gasto público social, dificultando el acceso de la población a los servicios sanitarios y sociales. En España (incluyendo en Catalunya), los gobiernos que se consideran a sí mismos más «patriotas» son los que más han recortado el gasto en tales servicios.
Y permítanme que termine este artículo con otra cita relevante, la de un gran luchador por los derechos humanos, Martin Luther King, que en su famoso discurso en Riverside en 1967, dijo:
«Una nación que continúe año tras año gastando dinero y más dinero en defensa y seguridad militar y policial, a la vez que esté recortando sus programas sociales está causando su muerte espiritual«.
Hoy, en un mundo súper armado, los neoliberales tienen la osadía de decir que no hay dinero para proteger a la ciudadanía y darle auténtica seguridad. La seguridad y el bienestar sociales (y la propia supervivencia hoy de la mayoría de las poblaciones) depende de la existencia de estos servicios que aseguran la vida y el bienestar de la población. Sin esta supervivencia, todo lo demás deja de tener sentido para la mayoría de la población, pues son estos servicios los que son percibidos como los más importantes por parte de las clases populares que, en cualquier país, son la mayoría de la ciudadanía. Se requieren grandes movilizaciones de estas clases para conseguir un aumento masivo de los recursos públicos en estos servicios esenciales que centren y permitan la necesaria y urgente reestructuración económica del país, creando un New Deal Social que considere el bien común como el objetivo prioritario de la actividad económica.
Vicenç Navarro
Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas, Universitat Pompeu Fabra; Profesor Política Social y Sanitaria, Johns Hopkins University y Director del JHU-UPF Public Policy Center.
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