Opinión UCA: Las opciones del presidente

El prolijo discurso del 9 de agosto deja al presidente Bukele ante tres opciones: dar un golpe de Estado, continuar como hasta ahora o asumir un liderazgo constructivo. El golpe militar es una posibilidad dado que la institucionalidad del Estado democrático es, para él, un impedimento para gobernar. El presidente no encuentra más que obstáculos jurídicos, enemigos y conspiradores. Planteado en estos términos, la alternativa es un golpe de fuerza que acabe de una buena vez con esos estorbos. Tiene el motivo y cuenta con los recursos. Aparentemente, el Ejército y la Policía, sus bases de poder, estarían bien dispuestas. El golpe es tentador para los poseídos de mesianismo. Indudablemente, el país demanda reformas drásticas y urgentes. Algunas incluso radicales, como la reforma fiscal. Otra cosa muy distinta es que el poder absoluto pueda realizarlas. En cualquier caso, esta opción es poco viable. La Casa Blanca de Trump, pese a su “invaluable” apoyo, no iría tan lejos. Tampoco la comunidad internacional, donde el presidente ya es conocido como un dictador latinoamericano más.

La segunda opción es mantener el rumbo actual: continuar con la centralización y la desorganización, la incompetencia y la ineficiencia, la administración malsana y el despilfarro. Un ejemplo típico es la gestión de la covid-19. Como Casa Presidencial no se salió con la suya, abre de un portazo la actividad económica y social, sin la gradualidad que aconsejan la ciencia y la prudencia. Otro caso ejemplar es la negación del agua potable a sectores populosos, mientras la propaganda difunde la apertura de nuevos pozos. La tasa insólitamente elevada de personal sanitario fallecido es otro dato que evidencia descuido e ineptitud gubernamental. La prensa independiente descubre cada vez más órdenes sospechosas para adquirir bienes y servicios, y contrataciones de personal vinculado familiar y políticamente con los altos funcionarios. Mientras el presidente eleva la deuda pública a cotas desconocidas y peligrosas, su ministro de Agricultura gasta millones de forma opaca y pretende convertir su dependencia en banco; y el de Salud invierte en su despacho-centro de monitoreo una suma inexplicable. El ataque sistemático a los detractores y adversarios políticos ha sido muy eficaz para disimular el desconcertante curso tomado por el Gobierno de Bukele. Pero cada vez es más difícil esconder la desorganización, la incompetencia y la corrupción.

La tercera opción es asumir un liderazgo constructivo que erradique el hambre; que universalice la cobertura del sistema de salud y la seguridad social; que eleve las pensiones; que aumente el salario mínimo hasta cubrir la canasta básica y garantice el ingreso mínimo vital; que establezca un ingreso máximo; que reemplace la tributación regresiva actual por otra que grave progresivamente a la mitad mejor situada de la sociedad, obligándola a devolver lo que ya no es suyo, porque tiene todas las necesidades suficientemente satisfechas; que cierre la brecha abismal entre el 1% que percibe el ingreso más alto y la mitad de la población; que someta el salario de los altos funcionarios al “mercado de trabajo” que aceptan para todos los demás salarios, menos para el suyo; que suprima la inviolabilidad de las transnacionales; y que reduzca la dependencia de los servicios y el consumo, y la sustituya por una economía productiva.

Trabajar para introducir estas reformas daría una razón de ser a un Gobierno de novedades como el que pretende el presidente Bukele. Incluso es muy probable que sus seguidores aspiren, inconscientemente, a esa clase de reformas. De lo contrario, la obsesión por romper con el pasado de algunos de los partidos tradicionales es incomprensible. No tiene sentido detentar el poder total del Estado si la mayor parte de la ciudadanía continúa sumida en la miseria, la enfermedad y la muerte temprana, y si la emigración y el crimen organizado son las alternativas.

Contrario a la desnortada propaganda de Casa Presidencial, el presidente Bukele no tiene la solución mágica para hacer de El Salvador “un gran país”. Los países no son grandes ni pequeños; más bien pasan por épocas de más grandeza y más miseria. De hecho, llama la atención que el mandatario no problematice el pasado del PCN y GANA. Los políticos de estos partidos, junto con los de Arena y el FMLN, han buscado esa solución mágica sin hallarla. El presidente Bukele tampoco la encontrará, porque no existe. Esa solución hay que construirla con visión, inteligencia, consensos amplios y sensibilidad solidaria. La sabiduría popular dice que algunos nacen estrellas y otros estrellados. Algunos hay, sin embargo, que, en lugar de pasar a la historia como estrellas, prefieren estrellarse ellos mismos.

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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