I PARTE
“Debe estar la cosa bien complicada cuando este año no han sacado el anuncio”, me dice mi amiga que está deseando que el dicho publicitario popularizado por los grandes almacenes se haga realidad porque no aguanta más. Vive en un piso de poco más de cien metros cuadrados con una terraza orientada al sur a la que dan tres de las cinco habitaciones que tiene. El barrio es uno más concebido durante la explosión inmobiliaria de hace medio siglo. Desde marzo ella y su pareja hacen teletrabajo, aunque sus ocupaciones son distintas yendo de la actividad más estrictamente burocrática con un horario fijo a la más liberal con una agenda sin restricciones. Sus dos vástagos que están en edad escolar han vivido el marasmo de las aulas virtuales y luego han realizado un sinfín de labores tampoco presenciales con las que han ido llenando el verano que, entremedias, ha contemplado salidas esporádicas a pueblos cercanos donde pasar algunos días en casas de amigos o de familiares.
Sabe que se han establecido nuevos hábitos que van a perdurar durante mucho tiempo, si no para siempre, y que la formación de rutinas requiere de un margen. Odia la incertidumbre, la improvisación. Dice que como experiencia ya tiene suficiente, que quiere pasar página. Los cinco últimos meses han dado para toda clase de sensaciones, casi siempre moteadas de un carácter negativo: enfados, riñas menores, frustraciones, cansancio, tedio. En un momento dado el espacio se convertía en una camisa de fuerza que inhibía cualquier atisbo de imprescindible intimidad. Las interacciones entre los cuatro devengaban en un juego a veces perverso de gestos soeces e inhibiciones oscuras, silencios reiterativos y palabras recortadas entre dientes. Pero había lugar para el sosiego después de la batalla que imponía el descubrimiento de una vieja película pendiente de ver o la excitación producida por la negociación para ver quien salía a tirar la basura o a hacer la compra.
Septiembre está al caer. Siempre fue un mes especial que hacía que la vuelta al redil tuviera un carácter ritual bien recibido. Después de todo, el ritmo del verano era insostenible y el regreso a la normalidad resultaba entrañable. Los chicos avanzaban de curso en curso en una progresión numérica que solo se entorpecía cuando se cambiaba de ciclo. Los mayores estaban ya ubicados en la monotonía de la edad tardía. Pero ahora, es todo tan extraño. Nadie asegura nada. En los trabajos nadie dice nada y la mayoría parece conforme con el modus operandi establecido; al parecer “todo el mundo gana” pues se reducen costes y la productividad, subrayan, no disminuye. El asunto radicará en las clases, ¿serán como siempre, aunque con horarios salteados?, si ya está previsto en caso de algún contagio en el colegio ¿se volverá a la virtualidad? Es en este punto cuando mi amiga con los ojos desorbitados me dice que tiene que confesarme algo: “No lo aguantaría, no podría soportar más mi ignorancia ni la estulticia de los profesores”.
El rector y el gobernador tuvieron una larga conversación. La universidad había comenzado con precauciones sus clases a primeros de agosto, pero diez días después decenas de estudiantes contagiados encendieron la alarma. Una vez más había que sopesar una decisión de salud pública entre una maraña de factores con incidencia en otras facetas colaterales a la vida universitaria. Desde asuntos vinculados a expectativas personales que se veían quebradas a cuestiones relativas a la economía del entorno que quedaba lesionada. Al tratarse de una universidad estatal, la más antigua de Estados Unidos, la autoridad política tenía la última palabra frente a la académica.
La Universidad de Carolina del Norte cerró sus residencias a mediados de agosto, mandó a sus 20.000 estudiantes de grado a casa para seguir sus clases de manera virtual, y solo mantuvo distanciados a los 10.000 estudiantes de posgrado, así como al cuadro del profesorado y de la administración. Chapel Hill, la ciudad de 60.000 habitantes donde tiene su sede principal la universidad, cuya vida gira en torno a esta y que había clamado desesperadamente por la apertura irrestricta, se vació y su economía pasó del calor húmedo estival a la pura hibernación. Por otra parte, la propia universidad aumentaba su déficit pues no hay que olvidar que una de las fuentes de ingresos más saludable de aquel mundo estudiantil se deriva de la gestión de las residencias.
En un escenario paralelo se encuentra el que hasta hace poco aparecía como irreversible proceso de internacionalización del que muchas universidades hicieron su razón de ser distanciándose con fortuna de las que quedaron ancladas en un provincialismo pacato. Si en el año 2000 había dos millones de estudiantes internacionales, veinte años después esa cifra superaba los cinco millones. Un asunto nada marginal en el apogeo de la globalización no solo por la cifra sino por tratarse de jóvenes cuyo proceso de maduración conllevaba una socialización más rica que preludiaba un estilo de vida diferente con un notable impacto en su entorno. Además, sobre la fuerte movilidad internacional se gestó una red de intereses no estrictamente académicos que terminó definiendo en gran parte a las nuevas universidades cosmopolitas.
Pero la pandemia vino para complicarlo todo. Como señala The Economist, los campus son lugares excelentes para el cultivo de los virus y los estudiantes viajando de un país a otro son buenos agentes difusores. Reproduce un estudio de la Universidad de Cornell que señala que, aunque un estudiante universitario promedio comparte clases con apenas el 4% de sus colegas, “they share a class with someone who shares a class with 87%”. Por consiguiente, el potencial para la rápida propagación de la COVID-19 es máximo. Un aspecto que contribuye a la zozobra sobre el ya de por si complicado futuro de universidades perplejas, ensimismadas y con escasa capacidad de reacción ante los profundos cambios registrados en la sociedad y en el mercado de trabajo, así como por el cada vez menor interés que despiertan en el ámbito político.
Por: Manuel Alcantara Sáez. Politólogo. Universidad de Salamanca. España.