¡Que adicción! Consumo líneas de drogas. No me limito a una droga en específico, básicamente debería estar ingresado en una institución de salud mental o quizá en una biblioteca por esa desenfrenada e imparable inhalación de drogas; de a poco fui entrando en ese sub mundo o quizá infra mundo donde no puedo estar ni un minuto sobrio, debo estar endrogado, así transcurre mi vida; apenas me despierto inhalo la primera línea y empiezo a escribir, escribir y escribir; entre más escribo más droga necesito y así, viene una idea, llega otra y con disimulo me levanto como queriendo dar la impresión que lo escrito no me importa y volteo a ver rápidamente y las líneas de droga me están viendo fijamente, tengo las pupilas dilatadas, enrojecidas como efecto del consumo de drogas. Hago un alto. Vuelvo a aspirar otra línea.
Ya poco a poco el esqueleto literario va tomando forma, le falta vida, necesita sazón, a ese condimento nunca le sé la medida, a veces le echo poco y otros días se me pasa la mano, a veces el caldo es algo chirle, algo insípido y lo pruebo con una cuchara de pasión y decido cocinarlo más, ya el potaje está listo, ya la droga termina su efecto. Vuelvo a aspirar otra línea. Alucino, escucho ruidos coloridos cuando el lápiz besa al papel, es un romance prohibido, solo ellos lo saben pero no pueden ocultar su amor, ese ruido silente, hacen el amor calladitos, apenas se escucha el gemir del papel siendo amado por el lápiz; es cuando el lápiz se clava en el corazón del papel y mi adrenalina sube, más y más; jamás compararé el sonido enojado del teclado de esta computadora con las sonrisas que se brindan el cuaderno barato y los garabatos escritos; de a poco empiezo a contar palabra por palabra, entro al mundo de sumar en vez de restar, debo tener un estimado del número de palabras, ya endrogado no me importa si son seis cientos o un millón de palabras, al final sé que fui, soy seré feliz cuando inhalo mi droga favorita: Escribir.
Siempre releo lo escrito y antes que llegue a sus manos primero debo reírme, debo llorar, debo preocuparme, debo sentir que los trazos o garabatos deben generar algo en mí, sino, nada sirve, nada; de a poco el bisturí dio paso a un lápiz, a una pluma, a un lapicero barato que deben cortar no la piel ni las capas de temores que me cubren sino que deben cortar, penetrar en el alma del lector, a veces y quizá la mayoría de ocasiones no son cortes quirúrgicos, milimétricos sino renglones torcidos y debo entablillarlos, debo poner ese renglón en su lugar para que la operación tenga éxito. Aspiro otra línea.
El cuaderno se acaba como mi vida, lo guardo y queda para el olvido; hubo un gran amigo que mientras tomábamos vino que en vano limpias mis venas y le entrábamos a unos deliciosos chicharrones vio los cuadernos tirados y me preguntó:¿Y ahí está lo que escribe usted?: le respondí afirmativamente y me pidió que le regalara uno pero pudo más el olvido que el vino hizo a nuestra mente que llevarse el cuaderno lleno de vida, de dolor, de fe, de verdad y de recuerdos; viene la deprivación de la droga, me levanto al alba, inhalo otra línea y me siento mejor, empieza el café a hervir, estoy presto a consumir otra fascinante y amarga droga, ese café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza, después de tres peroles de café decido ingerir éxtasis, lo máximo, es el éxtasis de sentir el bisturí convertido en lapicero, en un teclado de piano cibernético que toca bellas melodías que se plasman en papel, en una pantalla y en mi corazón; alguna coincidencia con el cirujano hábil es que ambos entramos a un mundo desconocido, él o mis grandes amigos cirujanos llegan cual dioses o diablos a tener la vida y la muerte como amigas; mi mundo y mis dioses son los amigos lectores, es el teléfono que suena y es un amigo que quiere venir a mi montaña embrujada a consumir mi droga, siempre el lector será bien venido, será siempre mi amigo, mi soporte, mi verdad. En mi vida me he considerado escritor, soy la nada, que la droga no la puedo dejar es diferente pero ni que fuera ganador del premio nobel de literatura creyera que soy mejor que alguien, que soy escritor, no; prefiero ese éxtasis del sonido del lápiz declarándole su amor al papel a creer que juego un papel importante en una sociedad que poco se importa, sigo mi vida. Inhalo otra línea. Soy un miserable drogadicto.
Ni el vino, amor de mi vida puede lograr la felicidad que me brinda escudriñar en el alma del lector, en esa intimidad de la lectura, ese diálogo sincero entre el ego y el alter ego, donde quedamos desnudos frente a la droga llevada a la lectura. Desde niño fui drogadicto, por ahí aparecía una Selecciones y la devoraba, me encanta esa sección “Enriquezca su vocabulario”, tan necesaria en estos días de oscuridad; luego aparecían los cuentos de mi abuela Marcos, dignos de ser llevados a Hollywood por Stephen King; hacer crucigramas era un deleite, un reto, un gozo; luego aparecieron unas revistas que le llegaban a mi tata, “Tribuna Médica”, y luego vino esta etapa en mi vida de inhalar droga, de escribir; mi sueño fue, es y será escribir tangos y poesía, tengo una deuda conmigo. En otra vida me la pagaré.
Cuentan los adictos a la piedra que son segundos de sensaciones astrales, esos segundos para mí se convierten en minutos, horas de escribir, no hay noche ni día que detenga la adicción. Inhalo otra línea. El bisturí está guardado. Cada vez más viejo, más lento, más temeroso. Nací genio, recién nacido sabía el universo entero, poco a poco, año con año me hago ignorante, más ignorante por los miedos que me atenazan. Inhalo otra línea del artículo, inhalo el cariño del lector, inhalo una patria mejor donde todos aspiren paz, unión y libertad…y no guerra, desunión y cautiverio.
Por: Francisco Parada Walsh. Médico Salvadoreño