Robar la Palabra

¿Por qué?

Hace unos años estuve en Bratislava participando de un congreso donde me invitaron a presentar mi libro sobre el Malón de la Paz. Estaban presentes investigadores de Europa y de varios países de nuestro continente, menciono esto al único efecto que se advierta que se trataba de gente habituada a trabajar “con y la palabra”. Tengo muy presente una conversación que mantuve con un grupo de colegas de habla hispana del Viejo y Nuevo Mundo. En eso estábamos cuando una historiadora colombiana me señaló a una persona y dijo “ese es el americano del que hablamos” refiriéndose a un estadounidense que estaba en otro grupo con una copa en la mano. La mire y le dije “yo también soy americano” ella me devolvió una mirada divertida y respondió: “¡No! Americano es el gringo, tu eres argentino, en todo caso eres un sudaca…” todos reímos festejando su salida. La cuestión me dejó pensando. Esa noche mientras cenábamos con el grupo de colegas propuse un brindis “por los americanos que no somos americanos”. La colombiana me miro fijo y fue el disparador de una larga serie de reflexiones. Espero que se entienda que no se trata de una cuestión menor, muy por el contrario. ¿De dónde surge llamémosle “el privilegio” que tiene un estadounidense de ser EL americano mientras que el resto de nosotros, tanto mexicanos, salvadoreños, colombianos, brasileros, chilenos y argentinos que estábamos reunidos en esa mesa de un antiguo restaurant eslovaco no alcanzábamos tal status?

Patio trasero

El Descubri-MIENTO (donde existen más Mientos que Descubris) trastocó toda normalidad y de la noche a la mañana de aquel 12 de octubre nuestro continente dejó de tener propiedad sobre su territorio que fue conquistado en su totalidad, perdió sus riquezas que se convirtieron en tesoros para ser saqueados y sus gentes ya no tuvieron dominio sobre sus vidas y se transformaron en un combustible biológico para generar enormes fortunas tanto al fisco real como a particulares despiadados. Uno de los mecanismos más prácticos del proceso de expoliación territorial y de sus bienes tiene que ver con la negación de la voz y la usurpación de la palabra de hablantes que terminan siendo hablados, pensados por otros pensamientos. Y del mismo modo que genocidio hereda genocidio y matanza hereda matanza, todo poder hereda un poder anterior. De ese modo España e Inglaterra fueron sucedidos por la ambición expansionista de las “13 Colonias” que pasando por encima de los indios las llevó al Pacifico, a incorporar Alaska y Florida y engullir la mitad de México hasta transformarse en lo que hoy significa EEUU. Es en ese contexto que debe entenderse la apropiación del gentilicio “americano”, la extracción de plusvalor lingüístico es una incautación que excluye a quienes estamos al sur del rio Bravo y nos transforma en su “patio trasero”. Cuando leemos algún artículo sobre política internacional y nos topamos con dicha expresión está tan asumido lo que significa que no existe la mínima duda que se refiere a nosotros “los americanos que no somos americanos”. Algo similar ocurre con la expresión “gran país del norte” todos saben a quién alude, Canadá por ejemplo, está en el norte e incluso tiene mayor territorio pero nadie pensaría que se refiere a los canadienses.

La no palabra

Las palabras implican más que un conjunto de sonidos o de letras, imponen la realidad. Mircea Eliade sostiene que una palabra al ser pronunciada desencadena una fuerza imposible de contrarrestar, pensemos en los sortilegios, en los conjuros, en los en-cantos de los shamanes, en una sesión de psicoanálisis, en los rituales religiosos, en los insultos y maldiciones que buscan siempre devolver elevada la afrenta del otro o en aquellos deslices verbales entre amantes que una vez pronunciados resultan imposibles de apaciguar con cataras de disculpas. Palabras… La Biblia menciona al Verbo hecho carne, del mismo modo en el Popol Vuh la Palabra del Origen es el principio de la creación, Sartre en Les mots cuenta como construyó en su infancia una constelación de palabras a efectos de ocultarse y ser otro en el mundo. Algo similar ocurre cuando escuchamos “tal o cual está en uso de la palabra”, el lenguaje coloquial tiene muy en claro que la palabra es una herramienta que “se usa”. O cuando mencionamos a los golpes militares se dice que instauran una “dictadura”, o sea un poder que lo ejerce una palabra que “dicta” una palabra que se ejerce y se detenta en soledad. Insisto: las palabras crean la realidad y apropiarse de un gentilicio que remite a todo un continente es adueñarse de algo muy real y muy concreto como es el territorio que abarca de Alaska a Tierra del Fuego. Lo interesante del caso, mejor diría lo frustrante de esta paradoja es que nosotros somos usuarios de tales imágenes verbales que nos excluyen de aquello que en realidad nos pertenece y terminamos siendo sudacas “americanos que no somos americanos” que habitamos la no palabra.

Plusvalor semántico

El poder que EEUU ejerce tiene una multitud de rostros y no se produce únicamente mediante de la política del big stick (gran garrote) que impuso hace más de un siglo Theodore Roosevelt, ni con los empréstitos a nuestros países cuyo capital y sobre todo los intereses resultan imposibles de cancelar transformándose en una erogación infinita en tiempo y espacio una transferencia de recursos que clausura la posibilidad de una acumulación originaria de capital propio. El poder se ejerce también con la palabra que transforma al hablante en un mero hablado. El rol de gendarme internacional no se impone únicamente mediante la brecha tecnológica de un impresionante nivel armamentístico que consume buena parte de su PBI sino también a través de la esfera simbólica en todos los niveles. Sin ir más lejos existe un texto escrito hace tiempo por Serge Guilbaut llamado “De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno” trata precisamente del modo en que EEUU operó para desplazar a París como epicentro de arte occidental en favor de Nueva York. El truco es simple, o piensas o te piensan y si te piensan no te vas a dar cuenta porque estarás siendo pensado. Y no estoy proponiendo un trabalenguas ni un juego de palabras.

Las palabras arrastran un plusvalor semántico, un residuo verbal en una muy compleja y sutil relación entre hablantes y hablados creando realidades desiguales en virtud de categorías mentales que logran manipular con efectividad a los otros. Estamos en un laberinto de palabras en una cárcel semántica de la que es necesario salir, pero para salir primero hay que percibir el encierro tal como entendió aquella historiadora colombiana que días después cuando nos despedimos me dijo: “chau americano”.

Por: Marcelo Valko docente universitario, autor de una docena de textos entre los que se destacan Pedestales y Prontuarios, El Malón que no fue, Cazadores de Poder, Pedagogía de la Desmemoria, Descubri-MIENTO; Ciudades Malditas Ciudades Perdidas y Los indios invisibles del Malón de la Paz.

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