Disney había estado haciendo resistencia a su entrada en el negocio del streaming: el cine era el cine y no había por qué cambiarlo. Pero Netflix, HBO y Amazon abrieron caminos comerciales difíciles de rechazar.
El dueño de un cine en Francia hace añicos un cartel anunciando la última superproducción de Disney y clama que ha sido traicionado, otros hablan de golpe bajo y no faltan los que alegan que, al decidir estrenar el blockbuster Mulan en su plataforma online, la millonaria casa productora toma una decisión sin retorno que pudiera cambiar –quizá para siempre– la tradicional costumbre de ir al cine.
Detrás de los hechos se alza la pandemia que asola al mundo y pone en evidencia una verdad que aterroriza a la ya hundida industria cinematográfica: cada vez son menos los que deciden entrar a una sala oscura, allí donde estas permanezcan abiertas.
Mulan es la nueva versión de un dibujo animado de Disney de 1998 y se inspira en una leyenda china que habla de una muchacha que va a la guerra en sustitución de su padre. Participan importantes actores y, a juzgar por los avances, prima un alto nivel de producción en esta historia de fastuosos combates, brujas y efectos especiales a raudales.
En tiempos en que las nuevas tecnologías permiten llevarse el cine a casa, o convertirlo en algo más personal, los llamados blockbuster son los que sustentan el peso de la taquilla. Filmes de superhéroes e historias fantásticas promovidos para ser disfrutados por toda la familia en pantalla grande.
Varios de esos blockbuster tuvieron que aplazar la fecha de estreno con la llegada de la COVID-19, una operación de los estudios que respondía, también, a los reclamos de los dueños de cine, esperanzados en recuperarse de los malos tiempos. La jugada estaba clara: Postergamos y luego se rescatan las inversiones tras hacer de la espera un factor publicitario sin parangón.
Todo calculado, menos que la pandemia se adueñaría del almanaque.
Disney había estado haciendo resistencia a su entrada en el negocio del streaming: el cine era el cine y no había por qué cambiarlo. Pero Netflix, HBO y Amazon abrieron caminos comerciales difíciles de rechazar, entre otras razones, porque el público empezó a responder ante producciones que, en sus componentes técnicos y artísticos, no tenían nada que envidiarle al cine tradicional e, incluso, lo superaban y hasta ganaban importantes premios. No tardaron en quedar atrás los días en que renombrados actores rechazaban participar en proyectos desligados del «gran cine», y si hoy se revisa la lista se comprobará que quedan pocos de ellos por integrarla.
Cierto que durante la pandemia, y con el ánimo de recuperar capitales, se adelantaron en las plataformas producciones concebidas para las salas, pero nada que tuviera que ver con estrenar costosos blockbuster, eso, ¡ni pensarlo!
De ahí que comenzara a arder Troya una vez que Disney anunció que, al no poder esperar más por la apertura de la salas, y necesitada de recobrar inversiones, estrenará Mulan en streaming a partir del próximo 3 de septiembre. Los precios, como era de esperar, han levantado protestas: 21,99 euros en países europeos, además de 6,99 por el abono mensual, o 69,99 en caso de que se pague anualmente la suscripción a la plataforma. En Estados Unidos el costo será de 29,99 dólares para aquellos que quieran ver en caliente la nueva versión de Mulan dirigida por Niké Caro. Los que no paguen, tendrán que aguardar a que Disney –sin fecha referida– la cuelgue para todos su suscriptores.
Pero la máxima pregunta que hoy se formulan los amantes de la pantalla grande es si la estrategia iniciada por Disney con Mulan –ese ¡todo vale!– romperá los pactos tradicionales de estrenos online, lo que significaría un arrinconamiento más contra un cine tradicional ya enfermo, y no solo por las consecuencias de la pandemia.