Opinión UCA: Iglesia e independencia

El 15 de septiembre se celebra la Independencia de Centroamérica y, por supuesto, la nuestra. Nuestras posteriores divisiones e incluso guerras nos han hecho olvidar, con frecuencia, la fuerte corriente humanista y religiosa que inundó aquellos años de construcción de la independencia. Centroamérica tenía un clero ilustrado, estudioso e inquieto que estuvo no solo en el corazón de los movimientos independentistas, sino también en la generación de un humanismo cristiano de mucha hondura. Es impactante releer hoy el discurso en el que proponía la abolición de la esclavitud el sacerdote salvadoreño José Simeón Cañas, Rector de la Universidad San Carlos de Guatemala y diputado de la Asamblea Constituyente de Centroamérica. Nuestros países, mucho antes que otras naciones que ahora calificamos del primer mundo, liberaron a los esclavos desde la conciencia de la igual dignidad  de todos los seres humanos.

Como en muchos procesos independentistas, nuestros países heredaron dependencias económicas y sociales. Y las élites políticas con frecuencia se plegaron a las dependencias del pasado, ocupadas por nuevos contratos y países, y no supieron aprovechar los valores iniciales de la independencia e incluso formas tradicionales, muy presentes en los pueblos indígenas que tenían un gran sentido comunitario y muy diversas formas de solidaridad social. Hoy, a punto de celebrar los 200 años de independencia (exactamente dentro de un año), debemos hacer un serio examen de conciencia sobre los valores que heredamos, su negación, que solo atraso nos ha traído, y su permanencia, manifestada en comunidades y personas. Muchos de los fundadores de la patria grande centroamericana, a la que debemos retornar en muchos aspectos, consideraban desde sus valores cristianos a la libertad, la cultura y el bienestar de personas y comunidades, como los grandes objetivos de la independencia. Ésta no era solamente un acto político, sino sobre todo un proyecto de realización común. Los intereses particulares nos dividieron y limitaron los ideales poniéndolos al servicio de grupos más reducidos.

Hoy necesitamos volver a considerar El Salvador y la misma Centroamérica, como proyectos de realización común. Por supuesto en democracia y aceptando “la legítima pluralidad de opiniones discrepantes” de los diversos partidos políticos. Pero con una claridad enraizada en nuestros valores que no permite anteponer intereses particulares al bien común. Como miembros de una Iglesia seguidora del Señor corresponde sobre todo a los laicos impulsar, desde sus propias posiciones políticas, la integridad moral y la honestidad frente a las tendencias que con frecuencia nos llevan hacia la corrupción. La injusticia, el autoritarismo y la intolerancia, se oponen a los valores cristianos que tratan de construir la paz desde la fraternidad y la justicia social. El Concilio Vaticano II animaba y sigue animando a quienes entran en la política a consagrarse “con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos” (LG 75).

Afortunadamente en Centroamérica, y en El Salvador en particular, siempre hemos tenido personas que en medio de problemáticas muy intensas, incluso en guerras civiles y conflictos armados, han sabido dar testimonio de valores cristianos. En El Salvador, desde una posición explícitamente cristiana, hemos tenido la gracia de contar con Mons. Romero, cuyo pensamiento político, enmarcado en el bien común y en la Doctrina Social de la Iglesia, no solamente tuvo un efecto reparador y resistente frente a la locura de la guerra y de la violación de derechos humanos, sino que ha merecido, por la hondura y calidad de su mensaje cristiano, que haya sido nominado para ser declarado como Doctor de la Iglesia. Un hombre santo que sigue diciéndonos hoy que la independencia, como esfuerzo de la libertad en favor de un proyecto de realización común fraterno, no puede construirse desde las idolatrías del dinero, del poder o de la organización. En demasiadas ocasiones cantamos a la independencia como libertad frente a una tiranía externa. Pero la libertad, para ser vivida humana y racionalmente, necesita ponerse al servicio de ideales que, en el campo político, necesariamente deben ser solidarios y llevar al bien común. Como cristianos y como ciudadanos, celebremos la independencia una vez más, hoy con menos desfiles, pero con ideales más potentes, que destierren la injusticia y las desigualdades ofensivas, y nos conduzcan hacia la fraternidad, la justicia y el bien común.

* José María Tojeira, director del Idhuca.

 

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