Por: Francisco Parada Walsh*
Quiero dejar vida. No quiero un ataúd de finas maderas ni arreglos florales, y menos llanto, no tiene sentido. ¡En vida, en vida, en vida! quiero una caja de pino, tanto él como yo seremos uno, será esa caja barata mi nueva esposa, celebraremos una boda sencilla, estaremos juntos hasta que seamos polvo y que la otra muerte nos separe.
A pesar de lo incómodo que será mi nueva y eterna morada debo prepararme con todo lo que en el planeta Tierra Roja amé; no sé dónde cabrán tantas cosas que deseo llevar en mi alforja de la vida pero no puede faltar el vino que en vano limpia mis venas, serán miles de litros que me acompañarán y que harán de mi estancia en esa tierra rojiza mi vida más agradable; en otro rinconcito del ataúd llevaré libros, no quiero libros pesados, quiero a Roque, a Fuentes, Borges, Mann, Dostoievski, Kafka, Nietzsche y a Roque otra vez; en ese encierro infinito apenas despierte por las mañanas y empiece el día quiero que sean los guitarrones de los Rolling Stones quienes me recuerden mi vida pasada gritándome “I cant get no” y entender que la vida y la muerte es lo mismo y que ni aun muerto encuentro “Satisfaction”; que sea Plácido que plácidamente me arrulle con “Fiebre de sábado por la noche” y que yo le responda: ¡Hoy es Domingo! Siempre te equivocas por pensar a la Carreras; ese Veloso que me hace vibrar con “Cucurrucucú Paloma” será mi ascensión al infierno, será mi felicidad; quiero que Juan Gabriel me acompañe en la eternidad y que “Amor Eterno” retumbe en ese inframundo y así, a todo volumen dedicársela a las madrecitas, a mi madre que de a poco me acerco cada día más a ella, ¡“Amor Eterno” e inolvidable! Queen no puede faltar a esa cita inmortal, que sea Mercury con su prodigiosa voz quien me sacuda y cada noche me haga sentir medio vivo y medio muerto con “I want to break free” aunque ni en mi muerte libre seré; apenas me podré dar vuelta para uno y otro lado; pero aun muerto seguiré mi revoltosa existencia pues tengo derecho a soñar y ser libre, a exigir mis derechos; son tantos los amigos que deseo que me acompañen que debo saber elegir, me encanta una flacuchenta Arielle Dombasle que me para los pelos cuando canta: “Hasta Siempre”; no puedo dejar fuera de mi ataúd a José Alfredo Jiménez, a Cuco Sánchez y a José José, a ellos como a mí nos gusta el vino y el tequila, serán largas farras y serenatas que daremos en el campo santo, solo esperaremos a que oscurezca y cantaremos “deja que salga la luna, deja que se meta el sol, deja que caiga la noche para que empiece nuestro amor, deja que las estrellitas me llenen de inspiración para decirte cositas muy bonitas, corazón; yo sé que no hay en el mundo amor como el que me das y sé que noche con noche va creciendo más y más”, mientras Cuco afina su amor y su guitarra seré quien sirva el vino que en vano limpia las venas, el tequila y el limón; José José se abraza con José Alfredo, el tequila aclara almas, amores y voces mientras juegan a los dados en un mausoleo que de ángel tiene a un diablo cachudo, juntos cantan “Diablo con vestido, diablo sin vestido” ; visitaremos a algún compañero de infortunio que no entienda que la muerte es el principio de la vida; y por supuesto será “El príncipe de la canción” que cantará “La Nave del Olvido” cada noche a aquellas mujeres bellas que nunca debieron morir, nunca.
No puede faltar un video con todos los goles del “Mágico” González, sus disparates, ocurrencias y frases célebres, lo admiro, amo su esencia, su madera pura, fina y elegante. Amo las plantas y necesito rosas rojas y no flores negras, me encantan las veraneras y debo tener un pequeño jardín en ese ataúd donde no falten las petunias, gardenias, malvas y esas pascuas que no sé qué tienen pero siempre que las veo me dejan en ascuas, siempre; no sé si sus colores u olores me recuerdan algo pero no sé qué pero me gustan y no, pero gana el me gusta.
Amo a los animales, deben acompañarme mi perra “Ministra” y una media docena de gatunos, obtuve el bachillerato en el Colegio “García Flamenco” y empecé el amor por los gatos, hoy es una pandilla de bandidos que me asaltan día a día y debe mi gata “Viridiana Nicolasa Maduro” acompañarme en ese trance, al final ella es una diosa egipcia y seguirá su eterno reinado gatuno; debo llevar una dotación de los manjares terrenales que en la migración celestial no sé si me permitirán pasar, bueno, me contó un ángel que nada está prohibido, ni hay castigo por los siete pecados capitales; quizá el que más disfruto es la gula, de a poco ese ataúd se hace un cuartito, una bodeguita, necesito una alacena donde guardar los chicharrones, la fritada, anchoas, cangrejos en alguashte, unas sabrosas costillas en “salsa a la diabla”; a pesar de mi vida solitaria no la paso mal sin embargo aún en mi soledad me he dado cuenta que mi mejor compañía soy yo, Francisco sirve vino y le sirvo a Jorge en un vaso descartable, Jorge se lo toma no con elegancia sino con sed, con ganas del otro cachimbazo; en ese diálogo entre mí mismo estoy seguro que no habrá aburrimiento en esa estancia eterna, esa es mi vida, el único que no me ha abandonado soy yo; quizá, quizá si dios o el diablo me permiten y llegamos a un arreglo quisiera cada trimestre me den licencia y volver a ser humano y me venga a ver a las diablas de verdad.
¿Qué más puedo pedir?: Amor y paz porque el hecho de estar en el Cielo o en el Infierno no significa que la paz y el amor están a la vuelta de la esquina, no, no es tan fácil: en el planeta Tierra Roja vivo en esa zozobra infinita de no tener para el ayer, lucho contra el bien y el mal y de a poco las fuerzas flaquean, poco a poco tengo esa sensación de que el viaje final empieza, es inevitable, una dicotomía que lo que empieza finaliza y viceversa; como un avión sencillo y destartalado pido permiso para despegar, poco a poco los motores están listos, calientan y mi alma se enfría; asciendo o desciendo, no lo sé, pero cuando yo muera quiero dejar vida no en hijos sino en papel, esos artículos sencillos son mi vida, si sirvieron para cambiar una forma de pensar, si desataron una sonrisa o una lágrima, misión cumplida y mi último deseo es llevar un cuaderno eterno y lapiceros con tintas imborrables para seguir escribiendo, narrarle cuentos algo subidos de tono al diablo o a dios al oído o a los cachos, quedito, y cada semana enviar mis sencillas líneas al mejor periódico de la galaxia: El Independiente.
*Médico salvadoreño