Así le describe a BBC Mundo la historiadora Inés Quintero, exdirectora de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, el papel que jugaron las miles de mujeres que de una manera u otra participaron en la gesta libertadora de América Latina.
Pese a que se conoce poco, el apoyo logístico que brindaron fue impresionante.
No sólo se trató de cocinar, de hacer uniformes, de asistir a los heridos, de recolectar joyas y donar sus propio dinero y bienes para financiar la causa, sino de roles que muchas veces las ponían en peligro.
Pero al intentar contar la historia de estas mujeres, surge un problema.
La mayoría de los relatos independentistas fueron escritos por hombres, sobre hombres. Quizá por ello, hay una enorme disparidad entre la cantidad de documentos y testimonios que existen sobre ellos y los que hablan de las mujeres.
Aunque «eso no quiere decir que su rol no haya sido importante», aclara.
«Las historias de las independencias no sólo fueron los hechos políticos y los actos heroicos de los próceres, que quedaron en los libros de historia, sino que fueron posibles gracias a todo un contexto y un entramado en el que las mujerestuvieron participación activa», indica la académica.
En septiembre, un mes clave en los procesos independentistas de muchos países latinoamericanos, BBC Mundo destaca el perfil decuatro mujeres que lograron trascender, y que de alguna manera representan a las miles que fueron olvidadas.
Eso fue lo último que habría dicho antes de morir estrangulada Micaela Bastidas Puyucahua, precursora, prócer y mártir de la emancipación peruana y una inspiración en las luchas independentistas hispanoamericanas.
Junto a su esposo, José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, lideró en 1780 una rebelión que buscaba terminar no sólo con el dominio colonial, sino con los abusos de los que eran víctimas las poblaciones nativas.
Esa insurrección es considerada la base fundamental de la emancipación peruana, que culminó con la proclamación de la Independencia el 28 de julio de 1821 y la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824.
Bastidas era zamba: de raíces africanas e indígenas.
Cuando Túpac Amaru II se ausentaba, dado su rol de líder, ella era quien asumía las riendas del hogar así como también de los negocios, pues era una gran administradora.
Ya antes de la insurrección, la líder había hecho solicitudes formales «a las autoridades coloniales de Tinta, Cusco y Lima, para que los indígenas fueran liberados del trabajo obligatorio en las minas y exonerados del cumplimiento de la mita, obteniendo siempre negativas».
Así lo señala Bernardino Ramírez Bautista, investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en el artículo «Próceres campesinos en la guerra de la Independencia del Perú», de la revista Investigaciones Sociales.
Y en ocasiones era ella quien definía la estrategia a seguir y su esposo quien la implementaba.
Lo cuenta la investigadora Mary G. Berg en el capítulo «Micaela Bastidas y su época», del libro «Mujeres y emancipación de la América Latina y el Caribe en los siglos XIX y XX.
Tal era la determinación y la personalidad de Bastidas, que las autoridades coloniales la llegaron a considerar incluso más peligrosa que su esposo.
«Y ofrecieron cantidades de dinero, premios y títulos nobles a personas que las ayudaran a capturar a Túpac Amaru, pero sobre todo, a su mujer», indica Berg.
Tras el fracaso de la sublevación, en la que participaron decenas de mujeres más, fue capturada y condenada a la muerte junto a su esposo y uno de sus hijos.
En la Plaza de las Armas del Cusco, se cumplió la tormentosa sentencia. Se cuenta que tuvo que ver la ejecución de su hijo y que le cortaron la lengua.
Con el tiempo, las autoridades peruanas también reconocieron el papel de otras mujeres que en otras etapas del largo proceso independentista, como por ejemplo, María Parado de Bellido, quien murió fusilada por negarse a delatar a los patriotas.
Otro nombre que también logró trascender fue el de Juana Azurduy. Y, aunque murió en el olvido, hoy se la considera una de las heroínas de la independencia tanto en Argentina como en Bolivia.
Su madre fue mestiza y su padre, que era propietario de varias tierras en la región, era de raza blanca.
Quedó huérfana siendo niña, por lo que su infancia la pasó conviviendo con unos tíos y en conventos.
Con 25 años, se casó con Miguel Asencio Padilla, quien era el hijo de unos vecinos, y tuvieron cinco hijos.
Los dos se alimentarían sus ansías por la independencia.
«Juana Azurduy fue una mujer muy valiente, que mezclaba su rol de madre con el militar y el político», le dice a BBC Mundo Fernando Cajías, historiador boliviano y profesor de la Universidad Mayor de San Andrés.
Los esposos formaron parte de una organización conocida como «Los Leales».
Su capacidad de mando era destacada, hasta tal punto que le valió el nombramiento de teniente coronel en 1816.
«Luego de dar a luz, la soldada se unió a la guerrilla de Martín Miguel de Güemes, que operaba en el norte del Alto Perú defendiendo en seis ocasiones las invasiones realistas», se recoge en una breve biografía del Ministerio de la Cultura de Argentina.
Azurduy luchó hasta el final del proceso de la independencia.
Sin embargo, murió en la pobreza y fue enterrada en una fosa común.
Cada 12 de julio, en honor a su nacimiento, Argentina conmemora el «Día de las Heroínas y Mártires de la Independencia de América».
Perteneció a una familia de destacados militares patriotas, pero fue mucho más que la hermana mayor de José Miguel, Juan José y Luis Carrera.
De hecho, se la considera una decisiva influencia en ellos.
Se sabe que asistía a reuniones de los patriotas y que fue de las que escondió soldados y armas.
En un terreno dominado por hombres, se convirtió en una de las figuras más emblemáticas del proceso independentista chileno.
Carrera rompió con los estereotipos de la mujer de su época. En el relato histórico, trasciende como una mujer ambiciosa y muy astuta.
«Era como una ave rara», señala la historiadora chilena Alejandra Araya.
«Fue una mujer que se involucró quizás de una manera poco frecuente en la vida política del esposo», a la que se le atribuye una gran inquietud intelectual y un interés por la implementación de las llamadas «escuelas de amigas», espacios en los que las mujeres aprendían a leer y a escribir.
«Abandonó a su (segundo) esposo y a sus hijos para autoexiliarse con los hermanos (tras la reconquista). Se hizo parte de la causa, cruzó la cordillera, tiene una historia que la pone a la par de lo que los hombres hacen y que se supone las mujeres no hacen», indica la historiadora de la Universidad de Chile.
Su actuar, reflexiona, se pudiese comparar con el de las guerrilleras durante los gobiernos de facto latinoamericanos.
Fuera de su país, enfrentó penurias económicas, además del dolor de las muertes de sus hermanos que habían vuelto al campo de batalla.
Araya recuerda que en el Museo Histórico Nacional Javiera Carrera comparte una vitrina con O’Higgins, considerado el padre de la patria.
«De Javiera Carrera podríamos decir que sería la madre de la patria. Allí se ven sus zapatos y su vestuario, pero sin mayor indicación de lo que pudo significar esta mujer más allá de ser la acompañante de, la hermana de o lo que la tradición popular nos ha transmitido: que tuvo cierto reconocimiento público, incluso de los líderes de la revolución».
«Solo sabemos de ella, y de Paula Jaraquemada Alquízar, porque forman parte del grupo que protagoniza las luchas. De esa forma ingresan en el panteón con el mismo código que los hombres».
Y se pregunta qué pasó con las mujeres que no entraron en los registros históricos y que no calificaron como heroínas, pero que también fueron protagonistas de la independencia.
El de María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida como «la Güera Rodríguez».
En la versión de algunos historiadores, su figura eclipsa a otras más emblemáticas como Leona Vicario (declarada «Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria» en 1842) y Josefa Ortiz de Domínguez, incluso se le llegó a llamar «madre de la patria»
Asistió a reuniones políticas clandestinas con personajes como el cura Miguel Hidalgo, considerado el «padre de la patria» en México por su llamado a la emancipación contra el gobierno de la Nueva España.
«En 1811 la Santa Inquisición la acusó de estar relacionada con el cura Hidalgo, así como su tendencia al adulterio, mancebía y bigamia. A raíz de esto fue expulsada a Querétaro, donde estableció amistad con doña Josefa Ortiz de Domínguez y la academia literaria, adhiriéndose al grupo de conspiradores», cuenta Gaspar Hernández Ranulfo, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.
Algunos la hacen ver como «una mujer liberada, de gran inteligencia y con ansia de conocimiento, una gran seductora», señala Marta Martín, la investigadora de la UNAM.
Se casó tres veces y se dice que hasta tuvo una relación fugaz con Simón Bolívar.
Martín le explica a BBC Mundo que Rodríguez ha trascendido «sobre todo por su relación con Agustín de Iturbide y en concreto por un impulso muy decisivo que ella aparentemente le dio para que completara la causa de la independencia mexicana».
«Se llega a decir que ella organizaba las tertulias en las que se vislumbró el Plan de Iguala. Incluso se le ha atribuido la redacción parcial o una intervención muy directa en ese plan, que abrió el camino a la recta final de la independencia de México», indica la experta.
Hay quien se pregunta si sus contribuciones a la causa patriota fueron realmente voluntarias y no la consecuencia de la coacción para salvaguardar su patrimonio, incluso quien apunta a sus posibles vínculos con los adversarios de la independencia.
«Entre la leyenda y la realidad, se le ha atribuido un papel de espía», señala la investigadora, por el acceso a la información política que le habría permitido tener el hecho de que su padre fuera regidor perpetuo de Ciudad de México, así como también su relación con ciertos personajes.
Afirmar que participó en la redacción del Plan de Iguala, es entrar en un terreno «un poco más oscuro».
«Quizás es decepcionante (…) pero es que todos caemos en contradicciones y no por eso, nuestros actos o los de la Güera Rodríguez son menos valiosos», reflexiona la doctora.
Y lo interesante es que su «reivindicación contemporánea y muy reciente» la ha convertido en una especie de «ícono protofemenista» en pleno siglo XXI.