El hecho de haber recibido 44 disparos en su cuerpo, dos en la cabeza, seis en las piernas, 14 en los brazos y 22 en la espalda, además de que le cortaran la lengua y le destrozaran las manos a culatazos, revelan el grado de odio del fascismo contra este artista, nacido de las mismas entrañas del pueblo chileno.
Sus canciones, matizadas por un arraigado compromiso social, hablan de realidades no solo presentes en su país, sino en muchos del continente donde calamidades como el hambre, la miseria y la represión evidencian cicatrices que permanecen abiertas para saciar la voracidad del imperio. Escuchar ahora mismo a Víctor Jara en la canción Plegaria a un labrador, no puede menos que dejarnos conmovidos por la hondura del humanismo de un profeta para días como estos, mientras que en Zamba del Che comulga con idénticas razones por las que aquel entregara su vida a favor de una causa justa.
Otras expresan su pasión solidaria por conflictos en lejanas regiones, como El derecho de vivir en paz, dedicada a la lucha del heroico pueblo vietnamita en contra del ejército invasor estadounidense, canción que, a propósito, en cada aniversario del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, es interpretada en japonés por un coro de dicha ciudad asiática. Esta merecida expansión de la amplitud de su obra, que los asesinos no se podían ni imaginar, ha llegado hasta una figura mediática del rock como Bruce Springsteen, quien durante un concierto de hace siete años, en el propio Santiago de Chile, cantó en español, como para que nadie dudara de su compromiso con el autor, nada menos que la emblemática Manifiesto, una de las piezas en donde Jara conceptualiza el matiz de su ideología progresista. Sin embargo, su canción más universal es Te recuerdo, Amanda, hermosa historia de amor que ha sido honrada por personalidades del rango de Silvio Rodríguez; de Joan Manuel Serrat, con la agrupación Presuntos implicados, además del cantante flamenco José Mercé, y por alguien dueña de un poderoso cantar como el de Mercedes Sosa.