Impunidad del rebaño…

Por: Marcelo Valko*

Inmunidad…
Para contrarrestar el virus del Covid-19 se implementaron distintas medidas con mayor o menor eficacia, entre ellas algunos países pensaron en lo que se denomina “Inmunidad del rebaño” que a grosso modo consiste en que si una población (que se calcula entre un 50 o 60%) es inmune a una patología ya sea por vacunación o por sobrevivir a la infección y tener por ende anticuerpos el resto no será atacado porque no habrá suficientes sujetos vulnerables para trasmitirla. Esta suposición de la inmunidad del rebaño que preconizaba por ejemplo Boris Johnson llevó al Reino Unido casi al colapso sanitario, contagiándose el mismo primer ministro. En estos momentos que aparece la segunda ola del virus Johnson postula algo diferente como son las restricciones y aislamiento para evitar la propagación.

¡Fuenteovejuna!
El dramaturgo Lope de Vega (1562-1635) en una obra notable da cuenta de lo sucedido en un pueblo llamado Fuenteovejuna de la provincia de Córdoba. Allí el Comendador, el señor del castillo era un déspota muy cruel que se aprovechaba con total impunidad de los campesinos atormentando a todos por igual, abusando incluso de las mujeres que se le antojaba en gana. Hartos de sus atropellos el pueblo entero atacó el castillo, lo saqueó y le dio muerte. Al tiempo llegó un juez muy severo para descubrir a los culpables y castigarlos. Todos se habían juramentado a responder únicamente: ¡Fuenteovejuna lo hizo! Uno por uno comparecieron ante el juez, pese a los apremios y torturas, hombres, mujeres y niños repetían lo mismo: ¡Fuenteovejuna Señor! La gente del pueblo no mentía, decía la verdad: “¿Quién fue? ¡Fuenteovejuna lo hizo!” Lope de Vega habrá razonado con justeza que dado que no se puede eliminar a todo un pueblo, en la obra teatral el Rey termina absolviendo a Fuenteovejuna.

El Mozote
En cambio la realidad supera siempre a la ficción y propone otros finales. El 11 de diciembre de 1981 en el pueblo salvadoreño de El Mozote y caseríos linderos (Jocote Amarillo, Los Toriles, Cerro Pando, Ranchería y La Joya) el batallón de elite Atlacatl, un grupo de reacción inmediata instruido en las Escuelas de las Américas de EEUU en Panamá perpetró una masacre de proporciones durante la denominada guerra de contrainsurgencia. Al menos 988 personas fueron asesinadas en la que se considera la mayor matanza de tiempos modernos en el hemisferio Occidental. Durante años los militares negaron lo ocurrido. Incluso cuando el periodismo norteamericano publicó datos sobre la matanza con pruebas fotográficas, el subsecretario de Estado para los derechos humanos Elliott Abrams desestimó las informaciones calificándolas de montaje de prensa. El presidente era Ronald Reagan y del pueblo no quedó nada.

Todo bien pero nada…
El mandatario salvadoreño Bukele había prometido que se haría justicia con la memoria de las víctimas, incluso señaló “Nosotros vamos a luchar en contra de la impunidad, si el juez nos pide [investigar] de la A a la F, nosotros vamos a hacer hasta la Z”. Sin embargo, cuando llegó el momento en que por orden del juez de la causa los abogados intentaron entrar al Estado Mayor en busca de información los militares le cerraron el paso impidiendo dar cumplimiento a la orden legal.

Recién cinco días después, el presidente Bukele ordenó entregar al juez y a la fiscalía cinco cajas conteniendo “todo lo que hemos encontrado”, sin embargo aclaró que como es de imaginar durante estos 40 años “la mayoría de los archivos fueron destruidos”, además justificó que no hayan permitido el ingreso en su momento al Estado Mayor para que no se “revelaran planes secretos”.

Del “fuimos todos” de Fuenteovejuna a la negación sistemática de “no fue nadie porque nada ocurrió” en El Mozote existe un tortuoso camino que lo podemos graficar de otro modo. Comencé hablando de la inmunidad del rebaño, pero ahora debo hacer hincapié en algo que si bien suena parecido es completamente diferente: la impunidad del rebaño que cierra filas como en la comida totémica. Freud en Tótem y Tabú al hablar sobre la prohibición y deseo en relación al incesto expone entre otras cosas el homicidio primordial de los hijos que matan al padre. Todos los hijos al tomar parte del crimen y participar de la comida totémica reparten la culpa y de alguna manera la diluyen. Más simple es llamarlo espíritu corporativo donde se busca precisamente la inmunidad que origina la impunidad del rebaño.

En Argentina que también padeció todo tipo de violaciones a los DDHH durante la dictadura (1976/1983) hace pocas semanas se descubrió en la Agencia Federal de Investigaciones (ex SIDE) una carpeta de 77 páginas de aquella época tenebrosa con los nombres y fotografías de medio millar de personas “con la finalidad servir para la detección, identificación y posterior neutralización de personal y material utilizado con fines subversivos”. Significa que los archivos existieron y existen.

Terrorismo simbólico
El terrorismo simbólico que se ejerce desde la negación, la distorsión, la sustitución de los hechos y el silencio tienen profundos efectos y honda incidencia en la construcción de la autopercepción, del nosotros inclusivo y de la relación de asimetría que se establece con el otro que se refugia en la segura impunidad del rebaño. La culpabilidad queda en el vacío, permanece suspendida retornando de alguna manera sobre las víctimas.

El discurso de silencio sobre el terror y sometimiento genera terror y sometimiento. Y ese terror sin anclaje concreto donde fijarse produce una severa postración. Es imprescindible acceder a la palabra que contribuye a la reparación de lo traumático. Nombrar es el comienzo de la elaboración no sólo de la perdida, sino también del posicionamiento como individuo dentro de una comunidad que fue golpeada con el asesinato masivo que instauró en su relato de ser-en-el-mundo una herida profunda en su mismidad de seres humanos. Pensemos en el Holocausto judío donde el castigo a los criminales contribuyó a devolverles a las victimas su categoría de persona.

El terrorismo simbólico ejerce la más siniestra de las violencias, tan desgarradora como la física y seguramente más profunda y duradera. En principio excede la generación presencial que lo padece en carne propia. El horror tarda en decantar, se hace carne en la carne de los deudos. El espanto demora más de una vida en corporizarse y emerger en palabras. En el círculo íntimo familiar, se trasmite aun en silencio y otros heredan esas no palabras y se contagian y se atragantan de lo impronunciable. Sus efectos se perpetúan en la memoria oral de las siguientes generaciones y como si se tratase de una “humanidad subalterna”. Ojala que la justicia actué y la reparación de la memoria llegue.

*Autor de numerosos textos, psicólogo, docente universitario, especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena.

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