Opinión UCA: El papa ante la política mercantilizada

Por: Rodolfo Cardenal

El Hospital El Salvador augura el futuro que parece aguardar al Gobierno de Bukele. La obra fue anunciada como el hospital más grande y mejor equipado de América Latina y, naturalmente, fue recibida con entusiasmo por los seguidores del presidente. Era prueba indiscutible de la diferencia con lo hasta entonces conocido. Los trabajos comenzaron con celeridad. Se habilitaron las dependencias de la antigua Feria Internacional para atender a los contagiados por la covid-19 y se empezó a levantar un nuevo edificio de varias plantas. En los primeros meses, Casa Presidencial informó periódicamente del avance de las obras. El presidente inauguró las dependencias habilitadas para atender a los contagiados por el virus, mientras los trabajos en la nueva edificación perdían ritmo hasta detenerse. El ministro de Salud ni siquiera conoce el costo total de la obra.

La grandiosa idea inicial ha quedado reducida a un centro para atender pacientes infectados, remitidos por los otros hospitales. Un centro bien provisto, sin duda, pero nada más. El proyecto resultó demasiado ambicioso para las disponibilidades y ha sido abandonado discretamente. Hubiera sido más práctico, ciertamente, mucho más económico, establecer hospitales de campaña bien provistos para atender la crisis como han hecho otros países. Pero eso se antojó demasiado poco a un Bukele que había llegado a la Presidencia aupado por expectativas grandiosas y planes deslumbrantes. El tiempo se ha encargado de desvanecer las pretensiones presidenciales, mientras la propaganda oficial proyecta como actividad intensa lo que no es más que agitación superficial. La edición de esta semana de The Economist asocia El Salvador de Bukele con la Nicaragua de los Ortega por la repugnancia a la crítica y a la libertad de pensamiento y opinión. En su momento, la revista saludó como novedad promisoria al joven presidente salvadoreño.

En su última encíclica, Fratelli tutti, el papa Francisco cuestiona esa forma de hacer política. Pareciera que el papa piensa en el país cuando reprueba la política mercantilizada, porque “lo único que logra sembrar es división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto común”. El papa emplaza a estos comerciantes de la política al cuestionarles “para qué” y “hacia dónde estoy apuntando realmente”. Les advierte que cuando ya hayan dejado el poder, poca satisfacción encontrarán en recordar, “¿cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”. Entonces, las preguntas oportunas, probablemente dolorosas, serán estas: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré?”.

La grandeza de la política se muestra en tiempos difíciles como los actuales. En las crisis, la política sana actúa guiada “por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo”. En tiempos seguros, se empeña en “reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas”. Desdichadamente, advierte el papa, al poder político “le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación”, y todavía más en un proyecto común para la humanidad de hoy y de mañana, porque “pensar en los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica”.

La encíclica avisa también de que los logros espectaculares, como los pretendidos por el presidente Bukele, “a veces no son posibles” o solo “se logran parcialmente”. Los que no entienden la política como simple búsqueda del poder no se angustian. Saben bien que sus esfuerzos no caen en el vacío, pues “no se pierde nunca ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás”. Por eso, lo encomiable es “desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra”. La “buena política”, confiada en “las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo”, se funda “en el derecho y en un diálogo leal”, y se renueva con la convicción de que cada generación encierra “una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales”.

La política sana y buena no es la de los líderes mesiánicos, sino la de quienes cultivan lo que el papa llama “la amistad social”, que “no excluye a nadie”, que cultiva “una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de sus apariencias físicas o morales” y que “mueve a buscar lo mejor para su vida”. Por el contrario, quien mira “con desprecio […] niega que haya lugar para todos” en la sociedad, porque divide entre personas de primera y segunda clase, “con más o menos dignidad y derechos”. La “amistad social” exige “la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”.

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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