Por: Jesús Arturo Navarro Ramos, ITESO – México.
El Papa Francisco ha nombrado en su periodo de gobierno a 73 cardenales electores y 23 no electores -al 25 de octubre de 2020-, que, aunque no participan en el Cónclave también juegan al involucrarse en el proceso gracias a sus allegados. Con este panorama se corre el riesgo de una lectura inadecuada de la próxima elección papal. Varios elementos se deben considerar antes de suponer que el sucesor de Francisco será afín a su línea pastoral. Veamos algunos de ellos.
Si hoy fuera el Cónclave participarían 129 cardenales electores, es decir, el Papa ha nombrado a 9 más de los que prevé la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, con lo que la correlación de perfiles queda de la siguiente manera, de acuerdo con el Papa que los creó como cardenales:
Esto implica la participación de 16 cardenales de Juan Pablo II, 40 del grupo de Benedicto XVI, y 73 nombrados por Francisco. Si el grupo fuese homogéneo la suposición de replicación de perfil sería correcta pero no es así. Pues, aunque los 73 cardenales votarán por uno del grupo de Francisco faltarían 14 para validar la elección. Vayamos ahora por partes: de los 16 cardenales que quedan del grupo elegido por Juan Pablo II sobresalen por su perfil ultraconservador, su influencia y sus prácticas negativas Crescenzio Sepe, Marc Ouellet, Juan Luis Cipriani, Philippe Barbarin, Angelo Scola, George Pell y Norberto Rivera. Todos ellos con fuertes lazos con el grupo de cardenales creados por Benedicto. De los 40 cardenales de este segundo grupo, sobresalen por su ultraconservadurismo Robert Sarah y Raymond Leo Burke, así como Francisco Robles Ortega por su mimetismo y conservadurismo. Sarah y Burke gracias a su estridencia, posición y contactos son vistos como cabeza del grupo más tradicionalista, por lo que fácilmente obtendrían el apoyo de los cardenales de Juan Pablo II para crear un bloque opositor a Francisco. Así las cosas, parecería que el grupo de Francisco al ser mayoritario mantendría el papado y la línea de su antecesor. Pero todavía hay que considerar que existen cardenales elegidos por Francisco que no se ajustan a su perfil, entre ellos se encuentra como el más visible Gerhard Ludwig Müller, el camarlengo Kevin Joseph Farrell que fue obispo auxiliar de Mc Carrick, Ricardo Ezzati Andrello y Carlos Aguiar Retes.
Finalmente habrá que señalar que a diferencia de los cardenales de Juan Pablo II y Benedicto XVI, los cardenales de Francisco destacan por su heterogeneidad y dispersión en el mapa mundial lo que positivamente indica pluralidad y apertura, pero como contrapunto debe señalarse que al proceder de las periferias, difícilmente han construido grupo, lo que les pone en situación de desventaja, frente a los cardenales acostumbrados a los manejos desde el poder central de la Curia Romana donde muchos de ellos han realizado su carrera.
La iglesia no es una democracia
Llegado el momento del Cónclave, los cardenales no tienen ya compromiso con quien los eligió pues ya está muerto, así que lo que se desarrolla son los cabildeos, los acuerdos y la elección. Por supuesto, en clave eclesial la posición oficial señala -en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis- que la elección es producto del Espíritu Santo que mediante inspiración señala la elección. Esto no impide que los Cardenales, en reuniones preparatorias del Cónclave conocidas como Congregaciones Generales, conversen sobre el estado que guarda la institución y señalen algunos rasgos deseables del nuevo Papa. Sin embargo, la iglesia no funciona como una democracia, aunque la elección sea mediante voto secreto, pues la democracia implica la igualdad de oportunidades para cualquier ciudadano que cumpla con los requisitos. En este caso, la elección está centrada en un solo tipo de personas -los cardenales-, que no pueden reclamar ninguna representatividad pues no han sido electos por los creyentes, sino por un Pontífice desde una posición vertical, de acuerdo con criterios que dependen -en última instancia- de su voluntad soberana. Así, la elección es producto de una decisión donde la voluntad del Pontífice fallecido se presenta en la participación de los electores.
El tipo de institución eclesial: vertical y que concentra en una sola persona el poder ejecutivo, legislativo y judicial; así como el proceso de elección de los cardenales y las formas de hacer política eclesial en el Vaticano, con una Curia que tiene múltiples formas de control; hace que los cardenales y obispos aprendan a moverse cuidadosamente. Muchos de ellos atendiendo más la forma que el fondo. De este modo, no se puede dar por supuesto que se conoce de manera clara el modo con el que procederá un cardenal en caso de ser elegido Papa, pues la simulación, la emulación y el cuidado de la imagen y las ideas; permiten que las palabras requieran de ejercicios hermenéuticos dado que no siempre expresan lo que realmente se cree.
Así, la suposición de que un Papa será mejor si procede de una congregación u orden religiosa que del clero diocesano, también debe verse cuidadosamente. La composición del Colegio Cardenalicio, atendiendo a su procedencia: clero religioso o clero diocesano es la siguiente:
La tabla muestra que el 14.7% de los cardenales (19) son del clero religioso, y el 85.3% (110) son diocesanos. Esto implica que, aunque actuaran como grupo, sería una voz testimonial; sin embargo, podría marcar la elección, pues el clero religioso suele tener menos compromisos de lealtad con los obispos diocesanos y la Curia Romana dado su régimen de vida. Este es el punto de quiebre de la elección del sucesor de Francisco, pues los cardenales procedentes del clero diocesano suelen ver con recelo y cuidado a los religiosos, que, aunque sean promovidos siguen sabiéndose religiosos y difícilmente revelan sus cartas, incluso como Pontífices como ha sucedido con el actual. Esta es al parecer, la apuesta de Francisco.