Por: Rodolfo Cardenal*
La oración es como el fuego: necesaria y útil para calentarse, para comer, para iluminar y para purificar. Pero con el fuego no se juega. El segundo mandamiento advierte con claridad que no se debe tomar el nombre de Dios en vano. La oración creyente es buena y necesaria, aunque, como cualquier actividad humana, es proclive a la perversión. La oración del soberbio, que da gracias a Dios por no ser pecador como los demás, se pierde en el vacío. La oración puede ser camino de salvación, pero también una de las mayores formas de engaño y perdición.
En la actualidad, proliferan expresiones religiosas con dosis muy altas de superstición. Algunas de ellas afirman que todo lo que sucede es enviado directamente por Dios y, por tanto, si Él quisiera, podría evitarlo. Esta forma de pensar surge con fuerza en las catástrofes. Nunca faltan predicadores que interpretan los fenómenos naturales o las epidemias como castigo divino. Este dios castigador es muy injusto, porque la mayoría de las víctimas suelen ser pobres, que así resultan doblemente sancionados: a la penuria en la que sobreviven se agregan las calamidades asociadas a los desastres. Los ricos, en cambio, aunque igualmente pecadores, viven en la abundancia y en sitios seguros, donde difícilmente los alcanzan los embates de la naturaleza y la enfermedad. En cualquier caso, disponen de medios para recuperarse.
Las crisis impulsan mecánicamente a dirigirse a Dios para pedirle clemencia, como si fuera responsable directo de ella. El decreto ejecutivo sobre “el día nacional de oración” adopta esa actitud. Atribuye a Dios calamidades cuyo origen es la irresponsabilidad humana. El presidente Bukele invita a rezar para “pedir a Dios que nos proteja” de la pandemia y del huracán Iota, “y [que] nos libre del sufrimiento que ambas situaciones, ajenas a nuestra voluntad, pudieran ocasionar”. En principio, el origen de esas “situaciones” es natural, pero su incidencia es obra de la irresponsabilidad individual y social, y de la desidia e incompetencia de los gobernantes. La prevención, el cuidado mutuo y la responsabilidad reducen drásticamente la devastación. Es falso, pues, que sean situaciones “ajenas a nuestra voluntad”.
La pandemia y los huracanes son un llamado de atención para cambiar el estilo de vida. No podemos seguir como hasta ahora, indiferentes al medioambiente y abandonados al consumo desenfrenado. La covid-19 y los desastres provocados por las lluvias son señales claras de que la naturaleza ya no puede cargar con el peso de una sociedad depredadora y que el progreso no es indefinido. Los desastres ponen de manifiesto que la sociedad de consumo ha llegado al límite. Si el presidente Bukele desea proteger la vida y la salud, debe actuar en consecuencia y no trasladar esa tarea a Dios. Este entregó la creación a la humanidad para que se sirviera de ella y la cuidara. La sabiduría popular, con experiencia genuina de Dios, enseña que “a quien madruga, Dios lo ayuda” y recomienda “rogar a Dios y dar con el mazo”.
La oración presidencial tiene otras notas falsas. Pide continuar “unidos trabajando para sacar adelante” al país y para “seguir convirtiendo a El Salvador en una nación prospera para todos”. Es imposible dar continuidad a la unidad inexistente. La división no solo prevalece, sino que es cultivada intensamente. Lo mismo ha de decirse de la prosperidad. No se puede pedir prolongar un bienestar ausente para la inmensa mayoría. Estas son peticiones miopes. Mejor dejar a Dios fuera de la política partidista. El Dios de Jesús es padre de todos y todas, no desconoce a nadie y se hace cercano a todos. El Dios cristiano no es causa de ningún tipo de mal, porque es bueno y solo puede ser bueno, incluso con los malos y los pecadores. Dios protege la vida y la salud de sus hijos e hijas, de los buenos y de los malos, porque los ama a todos por igual y porque no puede hacer otra cosa que amarlos. Su amor es desinteresado e incluyente, no discrimina a nadie. No se reza con verdad cuando al mismo tiempo se alimenta la división y el odio. La oración predilecta de Jesús invoca a un “Padre nuestro”, de todos. Por eso, pidió orar por los enemigos y bendecir a quien maldice.
La invitación al “día nacional de oración” está viciada desde la raíz. Es políticamente interesada y, en ese sentido, egoísta y, por tanto, anticristiana. Se vale del profundo sentido religioso del pueblo para fines políticos ajenos a la fe. Es una oración dirigida a los consumidores de las redes sociales, no al Dios de Jesús. No busca ser escuchada por Él, sino por los electores potenciales. Es una oración dirigida a un dios fabricado por manos humanas. En fin, es una oración supersticiosa, que brota del miedo a perder la popularidad. La superstición es una forma degradada de idolatría, el pecado más fustigado por la Escritura.
*Director del Centro Monseñor Romero.