Tiempo de resarcir

Por Valentina Portillo Fabián. Resumen Latinoamericano.

La historia es implacable, pero no es cierto que todos los infames, tarde o temprano, caerán. Son los pueblos los que, con su acción o su pasividad, permiten la continuidad o el derrocamiento del fascismo. En El Salvador, nuestro pueblo ha cambiado. No es el mismo de las décadas anteriores a 1990: No es el pueblo de 1922 y de 1932; no es quien ejecutó la huelga de brazos caídos de 1944; no es el pueblo que organizó sus luchas de 1960, 1970 y 1980. Somos sus herederos, y buen legado tenemos para defender. Y, aunque la responsabilidad no recae del todo en nuestro gran colectivo, pues nuestra conversión en lo que parece ser una masa de mercenarios y corruptos tienen su origen en el sistema de valores imperante, es momento de hacernos responsables de la debacle actual.

Responsables, somos todos: la veterana y digna generación que obligó a negociar los Acuerdos de Paz, no enseñó a sus hijos a relevar la tarea. Los dejó holgazanear, recrearse en la narcolepsia y los estupefacientes, soñar quimeras. No creó seres humanos libres, como sí parecen haberlo hecho los chilenos herederos de Salvador Allende, o los bolivianos, tataranietos de los Tupac Amaru. Esa revolución silenciosa que consiste en crear personas, es todavía la más enorme deuda de los salvadoreños. De nada sirve un aparente demócrata como el padre del presidente actual, si no pudo forjar seres humanos honestos. Ya es tiempo de luchar seriamente por la coherencia.

Algunos errores ya se dijeron y se ha repartido con suma justicia las responsabilidades sobre los líderes y los partidos políticos. Sin embargo, la revancha ha sido del tamaño de la casa de Atreo, y muchos inocentes están pagando por ella; los efectos todavía pueden empeorar. Sin embargo, por más que señalemos errores, aun no hemos efectuado el resarcimiento.

El manejo de la pandemia de 2019 por las élites mundiales reforzó en 2020 la antidemocracia: han muerto millares de seres humanos, no porque el COVID sea en efecto, una enfermedad tan letal como la peste bubónica en la Europa medieval, el ébola en África, el SIDA en el mundo, la diabetes o el cáncer. La muerte en masa se debe a la voluntariosa acción de los poderosos contra los oprimidos. Es solo otro genocidio moderno. Sin acceso gratuito a salud de calidad, sin educación verdadera, sin formación y participación política que también es económica e histórica; y con nuestras luchas fragmentadas en cada rincón del mundo, el COVID-19 es solo otra arma eficaz contra nuestras comunidades, contra nuestra salud mental y contra nuestro progreso. Ha arraigado el miedo mortal a la vida y al prójimo; nos ha aislado y, a muchos, nos ha condenado a la profundización de la miseria cultural.

El jueves 17 de diciembre de 2020, el actual presidente salvadoreño difundió una bien programada farsa posmoderna, y afirmó en demasiadas y repugnantes frases, que ningún crimen de lesa humanidad cometido durante el conflicto armado, existe o es responsabilidad del gobierno que preside. Prometió convertir a El Mozote, donde murieron poco más de mil campesinos y campesinas en 1981, en un centro turístico: las matanzas traen buenas regalías y la memoria histórica para él es otra mercancía. Provocó, como ya es costumbre, el aplauso de miles de salvadoreños condenados a la ignorancia y la imbecilidad política y cultural. Que despierten, es otra cosa: es conocido el amor de los salvadoreños por el dinero, los buenos contactos, la vida en farándula, el buen carro, el narcotráfico, la casa de lujo; es decir, el amor por lo que no tienen.

El presidente es el cumplimiento de sus sueños. Como en una telenovela o la teleseria, los espectadores viven a través de la ficción: si el personaje femenino cumple su sueño de un romance exitoso, por breves instantes cualquier ama de casa será infinitamente feliz; a través del superhéroe o del supervillano con superpoderes, el ciudadano promedio salvadoreño cumple sus sueños más viriles en su videojuego o película preferida.

A través de plataformas pagadas como Netflix, la clase media salvadoreña, con acceso a mayor enajenación mediática, cree dar salida a sus problemas más urgentes. En Twitter y en Facebook, la oposición política cree dar el golpe necesario a la creciente dictadura. Pero Twitter y Facebook también censuran. Distracción, cortinas de humo, mentiras y engaños, detrás de un lenguaje hiperbólico que pocos pueden desenmascarar: es lo que ofrece el presidente, y por ello, si fueran ciertas las encuestas preelectorales, nuestro pueblo no quiere vivir en la realidad. No lo culpamos: nuestras condiciones materiales y subjetivas son terribles. Sin embargo, algunos de sus integrantes sufrimos con dignidad, y estamos buscando los caminos para la liberación. Al menos el espacio de nuestra mente nos pertenece. Debemos salir de nuestra indignación, abrazar a quien piensa parecido, organizarnos y socavar este régimen que solamente recicla valores y los vende como nuevos.

Las perspectivas para las elecciones municipales y legislativas del 28 de febrero de 2021 son, según cuestionables encuestas de opinión pública, preocupantes. Si el pueblo vive engañado, los resultados podrían no ser diferentes. Apuntan a que los dos partidos políticos del presidente ganarán al menos la mitad de los escaños. Una Asamblea Legislativa así, le dará un tiro de gracia a la pluralidad democrática que tanto necesitamos.

Muchos activistas de la oposición política entregan a Dios sus esperanzas y su desesperación: dejemos a Dios en su cielo, lo que toca es trabajar por la verdad. Y la verdad es que El Salvador sigue dividido en opresores y oprimidos. La verdad es que no somos el presidente, y si él desfalca al Estado, no somos nosotros desfalcando a los poderosos, ni vengando nuestra larga esclavitud: es otro puño de nuevos corruptos que se sirven de nuestra ignorancia. También somos una burla, si seguimos pensando que la participación política solo se hace en las calles o en el local del partido. Se hace también en casa. La liberación política también se realiza de forma privada. Simultáneamente, en las universidades, en las calles, los partidos políticos de izquierda, y además en la realización individual, nuestras luchas deben ser colectivas y personales. No somos personajes planos de una serie de televisión publicitada por el farsante presidente; somos seres humanos complejos, esféricos, cambiantes, que aun y siempre pueden evitar nuevos holocaustos.

No podemos esperar a que las masas despierten de sus emociones confusas; necesitamos despertar en acciones concretas, en análisis profundo de la realidad y del universo, en vivir plenamente entre nuestras familias, amigos y parejas. Hablar con nuestros niños, nuestros adolescentes, en nuestros hogares, plazas y mercados: confiarles el poder de la libertad de pensamiento y de la duda necesaria, enseñarles a leer, para que comprendan la dignidad de ser herederos de hombres y mujeres sencillos y valiosos.

Ningún centímetro de nuestra esfera debe descuidarse. Todo sirve para lograr la transformación que ningún mesías nos traerá. “Solo el pueblo salva al pueblo”. Permitir que la ridiculez del presidente, sus funcionarios y cómplices, sus simpatizantes fanáticos necesitados de ser lo que no son, continúe, nos tachará de cobardes, indiferentes y perezosos en esto que se llama Humanidad. Que se sepa que peleamos de frente, resolviendo nuestros problemas, sin tener precio, y sin tener miedo.

La suerte está echada para los que creen en profecías y cegueras; para los seres humanos que saben que la vida cuesta mucho, solo existe el pasado para no repetirlo, el presente para amar, planear y hacer; el futuro es su consecuencia.

Fuente: Rebelión

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