En El Salvador la izquierda política partidaria no fue capaz de mantenerse en el poder más de diez años, y a casi dos de la derrota electoral, en el FMLN todavía no parece asentarse el vendaval que le sacudió.
No es la pretensión hablar acá y pensar en la derrota definitiva de la izquierda. Al contrario, de lo que se trata es de reflexionar para participar en su reanimación. Tampoco se trata de pretender una revancha verbal y retórica señalando sólo lo que se hizo mal. Descalificar los diez años de gobierno sin señalar las corresponsabilidades de otros sectores y actores, sería irresponsable. Mucho se ha dicho sobre las causas de esa derrota: la prepotencia de la izquierda subida al globo del éxito, que le hizo falta un poco de humildad. Una izquierda que mostró desconexión con la realidad en la que vivía el pueblo.
La sobradez y desatención en algunos temas estratégicos. El abandono del acompañamiento a luchas y exigencias sociales que frenó la inercia popular que se había construido siendo oposición. La falta de coraje para adoptar un discurso y una acción antineoliberal. Al contrario, algunas veces se mostró hasta antisolidario con las causas populares y justas.
Fue un error no haber mantenido la formación política y activa sobre el debate de la legitimidad ideológica de izquierda. Hubo una especie de acobardamiento y acomodamiento para seguirlo abordando. Se dio cierta propensión a la mala gestión de sus propios éxitos, incluso se descuidó y perdió la bandera en temas clave que se impulsaron desde la izquierda. Tampoco se desarrolló la capacidad de hacerse visible y audible en el mercado mediático de las nuevas tecnologías.
Y por qué no decirlo, y también aceptarlo: se perdió el rumbo ante petulantes apuestas políticas en el poder que actuaron sin escrúpulos, al grado de caer en actos de corrupción. Ahora, es posible que la izquierda no se sienta conforme con la cultura política que construyó, ni siquiera con su propio discurso. Todavía predominan algunas justificaciones como una especie de autoengaño consolador. Lo cierto es que la izquierda vive una crisis aguda de credibilidad, se niega aceptarlo, y mientras esto ocurra su capacidad de adaptación a los cambios sociales seguirá conspirando contra ella, mientras no deje de mentirse a sí misma ni a sus adeptos.
Hoy por hoy, se tiene una izquierda sin respuesta ideológica a los desastres que se están dando en el país. La izquierda parece sonámbula, no está en las calles, ni tampoco en las casas. Se tiene una izquierda que carece de reflejos y su incomparecencia sigue siendo parte del problema. El desencanto social por la izquierda tiene fisonomía propia y se llama frustración política, y las causas de esa frustración son ideológicas, y sobre ellas es donde debe trabajarse, tarea nada fácil.
Ser de izquierda en la era post acuerdos de paz era relativamente sencillo porque la realidad política salvadoreña fue estable durante dos décadas de gobiernos de Arena, y donde el FMLN era oposición. La zona de confort que en casi 30 años tuvo la izquierda ha desaparecido. A la militancia de izquierda le ha tocado por partida doble porque, por un lado, ha tenido que soportar la decadencia del partido, y por el otro, porque le ha tocado vivir la aparición de una nueva fuerza política tentadora, aunque muy inconsistente y parlanchina.
Con todo, la izquierda sigue siendo importante porque la demanda social en las condiciones en que está el país será cada vez más grande, pero la izquierda tendrá que restituir sus certidumbres y consolidar las nuevas, deben cuajar política e ideológicamente sus discursos de acción y pensamiento. Es en este contexto, el debate que hay que activar es sobre la necesidad de creer todavía en la izquierda del siglo XXI. En si la izquierda tiene posibilidades sin aires marginales o coyunturales, y así construir una izquierda más verás y consecuente consigo misma y más exigente democráticamente. Hay que reflexionar sobre si es posible y conveniente hablar de una nueva izquierda capaz de seducir a las mayorías suficientes, lo que hoy por hoy no se tiene. Pero también hay que dejar de fantasear con sueños ilusorios y sin hacer de ella una quimera.
La izquierda debe tener cuidado de no seguirse mimetizando con la derecha tradicional para no dilapidar la posibilidad de volver a convertirse en una alternativa real. Muchas apuestas que se expresan en el ambiente actual como de izquierda no parecen ser de izquierda, o cuando menos, no es una izquierda que inspire confianza. Esa volatilidad ideológica está mostrando un precario equilibrio que no permite ver el rumbo claro que la gente espera. Tampoco se trata de impulsar una nueva izquierda oportunista, que abandone los principios y abandere argumentos débiles y ajenos, que desprecie sin vergüenza la degradación de la realidad social y económica mayoritaria.
La izquierda necesita reactivar la conciencia social de la injusticia y de la desigualdad, para recobrar un discurso, pero sobre todo una praxis que es suya, y así arrinconar a una cada vez desmejorada nueva opción que poco a poco va desmejorando de manera general las condiciones de la población.
El FMLN debe recobrar el rumbo, y debe iniciar con una potente contraprogramación desde la izquierda que le es consustancial solo a ella misma, que conquiste el corazón de antiguas y nuevas generaciones. Esas nuevas generaciones que se ven ahora seducidas por una nueva aventura, y hasta confundidos por lo difuso de su significado. La realidad le exige a la izquierda mucha paciencia, prudencia y pragmatismo para reparar las averías de un sistema que por ahora no parece que pueda ni sepa cómo reparar, sin antes resolver las averías propias.
Por: Saúl Baños. Director Ejecutivo de FESPAD