El racismo: una barbarie a erradicar

Lo importante es borrar el rumor pérfido del subconsciente donde se acuna el prejuicio racial. Foto: Ismael Batista Ramírez

«Para hacer esta muralla,
tráiganme todas las manos:
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos».

Nicolás Guillén

Por: Miguel Barnet

El racismo –ese mito bárbaro de nuestra época– subyace en el subconsciente por lo que es necesario eliminarlo totalmente. Él es hijo del prejuicio, otra costra de la especie humana que le hace tanto daño sicológico a la víctima como al victimario. El antropólogo Ashley Montagu, en una dramática aseveración, dijo: «La falacia de la raza es el mito más dañino del hombre». Y José Martí lo expresó con ingenio metafórico y profundidad ética: «En este mundo no hay más que una raza inferior, la de los que consultan ante todo su propio interés, ni hay más que una raza superior: la de los que consultan ante todo el interés humano».

Ya el Apóstol había sentenciado: «no hay odio de raza porque no hay razas». Aun así, lamentamos que hoy existan en nuestro país vestigios de un racismo absurdo que sabemos nació de mala cuna y ciegas codicias generadas por la trata de esclavos y el infame sistema ideológico que lo sustentó para intentar consolidar una suprema jerarquía social.

Fernando Ortiz entendió tempranamente que el racismo hacia el hombre y la mujer negros estaba consustancialmente relacionado con el colonialismo y la esclavitud. Descartó ver a África como un continente oscuro y dedicó casi toda su vida a revalorizar las diversas culturas africanas con el objetivo de aportar un conocimiento que contribuyera a la integración de la nación cubana y a la identidad de nuestro pueblo. Fue, sin dudas, un precursor como lo fueron también José Martí y Nicolás Guillén.

Erradicar el sentimiento racista hacia el negro no es labor solo de terapeutas. Es necesario indagar en las culturas de los pueblos africanos que legaron a Cuba un inmenso tesoro cosmogónico y artístico. Lo importante es borrar el rumor pérfido del subconsciente donde se acuna el prejuicio racial. Las flores del desierto hay que regarlas con arena. Solo así, podremos ver florecer una conciencia pura y transparente.

En la discriminación racial se expresan los más espurios sentimientos de la especie humana, pero ella tiene su sanción en las leyes, porque es un delito de lesa cultura. Es necesario cubrir con un paño toda pesadilla que conlleva a una violación. Dejar zonas oscuras del subconsciente equivale a no superarlas nunca, por el contrario, es tenerlas siempre presentes. Se hace necesario celebrar el triunfo de la razón y el alumbramiento de una civilización humanista. Es el camino que deseamos recorrer para llegar a la línea clara del horizonte.

Proclamar la existencia de las razas es tan absurdo como los empeños de los teólogos de la Edad Media en contar el número de ángeles que podían bailar en la punta de una aguja. La erradicación del racismo es hoy una prioridad en los programas educativos de las escuelas cubanas.

Y el énfasis en una cultura más inclusiva y desprejuiciada debe afianzarse también como objetivo principal en el proyecto social de nuestro país. «La cubanidad no está en la sangre, es principalmente, la peculiaridad de una cultura, la de Cuba», sentenció Fernando Ortiz.

«Todo lo que divide a los hombres, todo lo que lo especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad», escribió José Martí. Y desde luego, esta aseveración implica todo tipo de discriminación.

El racismo es una construcción cultural diabólica que no valida la naturaleza humana, y es incompatible con el socialismo. Fidel Castro lo hizo patente con su pensamiento martiano, maceísta, y con su acción emancipadora. Una vez más se adelantó a los designios de la historia.

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