Guerra, acuerdos, ignorancia, perversidad

Por: Manuel E Zavaleta

Hace unos años a raíz de los calificativos que se da a las generaciones “baby boom”, “millennial” y otras, jóvenes (menores de cuarenta años) inquirían, con cierta sorna, sobre cómo nos definíamos, por ello escribí:

«Que ¿quiénes somos?

Somos la infancia y la juventud a las que la guerra le explotó en la cara, que tuvo presente de muerte y futuro utópico.

Presente impuesto y futuro que cobraba con nuestras vidas; sí, nuestras vidas, porque los que caían asesinados, desaparecidos, secuestrados, torturados, encarcelados, también son nosotros, nuestra vida.

Morimos con ellos, y perviven en nosotros, sobrevivientes; porque eso somos, sobrevivientes intentando dejar de ser medio muertos, como bien nos identificó el Poeta, para ser vida plena.

Somos la realidad más intensa del siglo xx, la entrega total al compañero, a la amistad.

Somos, por excelencia, la generación del hacer.

Si bien no pudimos decidir sobre nuestra juventud, porque la represión, la persecución, la muerte no nos permitió ser sino carne de cañón, por mucho que nos duela, y no nos quedó otra alternativa que tomar conciencia de lo duro que es querer vivir. Creo que lo hemos hecho, esencialmente bien.

Somos los viejos, o casi viejos, que comenzamos a ver la vida desde la distancia, aunque si renunciar a ella; y sin pretender quedarnos anecdóticos, repasamos esa historia, tan larga, y tan cercana, que nos sigue marcando, que no se conoce en verdad, y menos, por los jóvenes que nos suceden. Pero seguimos siendo protagonistas.

Ya no tenemos el brío, pero tenemos la entereza; ya no somos inconscientemente conscientes, si me explico, que nos permitió lograr lo hecho, pero seguimos siendo duros en la crítica y autocrítica y amantes de la justicia, la verdad, el Pueblo, como decíamos, expresión que parece molesta aún.

En fin, somos resultado de la historia y pretensores de ser historia, difícil definirnos»

Ante la grotesca expresión de quien preside el Órgano Ejecutivo, amparándose en su investidura, agrego:

La guerra sucedió por la negación de toda posibilidad de ser y desarrollarnos como seres humanos, como salvadoreñidad; porque cerraron, los dueños del territorio y saqueadores de la riqueza, toda oportunidad de colmar las necesidades vitales de la masa popular hecha Pueblo.

La guerra sucedió porque las migajas a las que podíamos optar, aún ésas, se nos lanzaban con desprecio.

La guerra sucedió porque no había posibilidad de levantar la voz, de expresar la queja, de plantear la propuesta.

La guerra sucedió porque el testaferro oligárquico y burgués se ensañó con nosotros, inmisericorde: el ejército, creado, entrenado y utilizado para matar.

Afirmar que los acuerdos que finalizaron la guerra son una farsa es afirmar que lo vivido y sufrido por quienes nos vimos irremediablemente involucrados es una farsa. Afirmarlo, es decir que el terror vivido es una farsa. Decirlo, es pretender que la dictadura militar no existió.

Llamar farsa al cese de los espectáculos macabros que a diario presenciábamos en las calles, es negar el dolor del Pueblo.

Resulta fácil escudarse en la ignorancia de la historia para negar lo sucedido y no asumir la responsabilidad actual.

Solo la perversidad del cálculo electorero puede explicar tal actuación.

Así, es perverso confundir o pretender que se confunda al Pueblo armado con un partido político.

El cese de la dictadura militar fue el logro primordial de los acuerdos que finalizaron la guerra, unido al de institucionalizar la defensa de los derechos de las personas; afirmar que tales acuerdos son una farsa es justificar la barbarie militarista y negar la dignidad humana.

Solo la perversidad, con traje de ignorancia, hace posible que se afirme que los acuerdos que finalizaron la matanza son farsa.
El dieciséis de enero es la fecha en que reafirmamos que por irreconciliables que parezcan las posiciones, es posible, mediante la argumentación, llegar a acuerdos.

El dieciséis de enero es la fecha en la que reafirmamos que el ser humado es (debe ser) la razón del quehacer social.

El dieciséis de enero es la fecha en que reafirmamos que el militarismo nunca más. Callar los actuales desmanes del ejército, alentarlos brindándole innecesario protagonismo, utilizarlo para asentarse en el poder, es perverso.

Atacar sin razonamiento a la Institución defensora de los derechos humanos es ser cómplice de los asesinos revictimizando al Pueblo.

Los acuerdos que pusieron fin a la guerra, no son farsa, son reales.

Celebramos el fin de la guerra fratricida, por necesaria que haya sido. Conmemoramos a las víctimas, que somos los que vivimos y sufrimos las causas y consecuencias de la guerra: los muertos, los medio muertos.

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