La dimensión de la crisis que parece corroer a Estados Unidos quedó expuesta en tres miércoles consecutivos de enero. El día 6, una movilización convocada por el presidente Donald Trump tomó el Capitolio, el 13 fue aprobado el segundo impeachment contra Trump en la cámara de Representantes, y el 20 ocurrió la toma de posesión del presidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris con un despliegue de 25 mil efectivos en la ciudad de Washington.
El país atraviesa una superposición de crisis que no logra ocultar. En el tiempo de un año se vio la incapacidad de enfrentar la pandemia, la violencia sistémica de las fuerzas policiales sobre la población afroamericana, los levantamientos y movilizaciones contra esa violencia, las respuestas aún más represivas, la acción de milicias armadas en su mayoría de supremacistas blancos, la defensa de esas organizaciones por parte de Trump, el desconocimiento de los resultados electorales de Trump y una mayoría de sus votantes, las falencias estructurales del sistema electoral, hasta los hechos de un enero que quedará en la historia.
Biden asumió en ese marco con un discurso de apelación a la unidad, la necesidad del reencuentro nacional, con un gabinete que, en términos de imagen, busca proyectarse como progresista: una mujer vicepresidenta, un afroamericano, Lloyd Austin, al frente de la secretaría de Defensa, una mujer indígena, Deb Haaland en la secretaría de Interior, un cubano-americano, Alejandro Mayorkas, en la Seguridad Nacional, una mujer transgénero, Rachel Levine, como asistente de salud.
Pero la multiculturalidad, el primer plano de las denominadas minorías en el gobierno, no indica cuáles serán las políticas, algo que no augura cambios progresistas en vista de los recorridos de hombres y mujeres que están en puestos claves de la nueva administración. Un repaso por las trayectorias de Biden, el secretario de Estado, Antony Blinken, la subsecretaria de Asuntos Políticos, Victoria Nuland, la directora de la USAID, Samantha Power, el secretario de la CIA, William Burns, y el mismo Austin -que proviene además de la contratista militar Raytheon- muestran una historia de realización directa o apoyo de acciones armadas abiertas o encubiertas en Iraq, Siria, Libia, Yemen y Ucrania, para mencionar algunos casos.
Biden se encuentra ante dos objetivos centrales. Por un lado, recomponer las crisis internas, en el orden de lo económico, sanitario, y la fractura social que con Trump -emergente de esa misma crisis- adquirió nuevas formas y radicalidades que, todo indica, continuarán. Y si el nuevo presidente apeló a la unidad, también volvió a referirse al concepto de “terroristas internos”, en un posible punto de inflexión en una política interna de criminalización y vigilancia que podrá extenderse hasta donde lo permita el término “terrorista”, es decir, hasta donde lo necesite la administración y los poderes generalmente invisibles que, en los últimos meses, emergieron por momentos a la luz.
Por otro lado, el nuevo gobierno está ante la necesidad de recomponer el frente externo, tanto en el regreso a multilateralidades abandonadas por Trump, como el Acuerdo Climático de París -reingreso ya decretado por Biden-, y la Organización Mundial de la Salud, como en la reconstrucción de la imagen y mitología internacional estadounidense que se encuentra en decaída internacional, buscando encabezar un autoproclamado eje democrático, así como la recuperación de espacios perdidos ante el crecimiento de potencias, como China y Rusia, que continuaron su avance durante el 2020 en varias partes del mapa, como en nuestro continente.
América Latina
Blinken, interrogado por Marco Rubio en el Senado, sostuvo la necesidad de “aumentar la presión sobre el régimen de Nicolás Maduro, en una audiencia en el Senado el día martes, en la cual expuso cuáles serán las líneas de política exterior. Las palabras de Blinken no fueron sorpresivas: se anticipa que la probabilidad más grande sea que la nueva administración no realice grandes cambios en su narrativa pública hacia Venezuela, y que el asunto no sea prioridad en medio del incendio estadounidense y asuntos exteriores prioritarios, como China, Rusia o Irán.
Sin embargo, tras el posible mantenimiento de un discurso similar ante el expediente Venezuela que ha sido bipartidista, también se anticipa que podrían ocurrir modificaciones en el abordaje, en el regreso de diálogos y, tal vez, de acuerdos. Uno de los hombres señalados como centrales esa nueva posibilidad es Gregory Meeks, nuevo presidente de Asuntos Exteriores de la cámara de Representantes, que fue parte de la fundación del Grupo de Boston, un grupo entre parlamentarios venezolanos y estadounidenses creado tras el golpe de Estado en abril del 2002. Meeks, quien estuvo en Caracas en el funeral de Hugo Chávez y luego dos veces más, aparece como un actor de la trama, casi siempre invisible, de acercamientos, intentos de diálogos y mediaciones, que suelen ocurrir entre ambos países.
Venezuela será uno de los temas centrales de América Latina, un continente bajo disputas e inestabilidades. La victoria de Biden representa una derrota de la apuesta política del presidente Jair Bolsonaro, quien manifestó una y otra vez su cercanía con Trump, así como del partido del gobierno de Colombia, el Centro Democrático, conducido por Álvaro Uribe, señalado de hacer campaña en el estado Florida a favor del ahora ex presidente. Este escenario, si bien anticipa posibles tensiones, las mismas, a menudo maximizadas mediática y políticamente, no deben hacer perder de vista que existen acuerdos políticos permanentes que no se modifican sustancialmente con cambios de administración en la Casa Blanca y la superficie del departamento de Estado.
El punto en el cual puede ocurrir un cambio significativo es en el caso Cuba, donde la diferencia entre la administración de Barack Obama, que abrió un acercamiento, y la de Trump, que redobló el bloqueo, fue significativa. El plan de Biden, según se anticipó, es el de regresar a las claves desarrolladas con la isla con el anterior gobierno demócrata, es decir cuando él era vicepresidente.
El nuevo gobierno estadounidense asume en medio de crisis extraordinaria y una geopolítica en reconfiguración y sin marcha atrás. La posibilidad de continuidades, de reproducción de mecanismos, como la infiltración en los poderes judiciales en América Latina para desarrollar el lawfare, con el objetivo de garantizar los intereses estadounidenses en nuestra región, parece más probable que un giro sorpresivo.
Fuente: Página/12