Por Rodolfo Cardenal
La propaganda electoral de los partidos tradicionales omite la identidad partidaria: los candidatos, excepto los cyan, piden el voto para ellos, no para el partido. Razón no les falta, dado el desprestigio de sus partidos. Sin embargo, sus candidaturas se la deben a ellos y, de ser electos diputados, quedarán obligados a su dirección. Uno de los casos más asombrosos es el del alcalde de Santa Tecla, que lleva el apellido del fundador de Arena. En el FMLN, hay candidaturas que coquetean con “la novedad”, al igual que el partido presidencial. Se presentan como una versión nueva, aun cuando algunas de las caras son tan antiguas como el partido mismo. El orgullo y la prepotencia de antaño han desaparecido. La vergüenza que ahora experimentan estas candidaturas revela la incapacidad de sus partidos para replantear el porqué y el para qué existen.
El pasado se les ha vuelto un lastre para lidiar exitosamente con el partido oficial. La incapacidad notoria para responder satisfactoriamente a las demandas ciudadanas ha facilitado el avance del oficialismo. Salvo contadas excepciones, la ignorancia, la indolencia y la corrupción los han perdido, al mismo tiempo que han legitimado el discurso presidencial. Están, pues, condenados a la irrelevancia. No serán ellos la oposición al partido oficial, sino los partidos de formación reciente, si crecen y se consolidan. Mientras ese momento llega, el escenario político pertenece al presidente Bukele.
GANA, una disidencia de Arena, encontró una salida inesperada, al ser el vehículo que llevó a Bukele al poder. Su origen viciado, su relación con numerosos actos de corrupción y su carencia de ideas no impidieron que Bukele utilizara sus servicios. GANA, por su lado, no tuvo reparos en dejar de lado su identidad —total, ya lo hizo antes— para adoptar el partido del presidente. Su sobrevivencia y sus ganancias están asociadas a dicho partido. Así, cobijado por las alas de la golondrina, GANA se augura un prometedor futuro.
Los candidatos de Nuevas Ideas también han hecho a un lado la identidad partidaria y han adoptado como divisa la “N” de Nayib. Una caución oportuna para que el elector despistado no se confunda y marque la golondrina de GANA. No sería raro que, a la vuelta de algunos años, estas candidaturas se avergüencen también de Nuevas Ideas y busque otro medio que les brinde la posibilidad de medrar en el Estado. Esto no es descabellado. ¿Quién iba a pensar en la década de 1970 que el PCN y el PDC serían insignificantes? Nadie en su sano juicio habría aventurado que en dos décadas Arena y el FMLN correrían la misma suerte. El partido del presidente repite cansinamente que no es como ellos. Una identidad negativa: no es lo que son los otros. Solo ofrece la “N” del presidente, asociada a un futuro vagamente próspero. Cuando el referente negativo se agote y la prosperidad no aparezca, el abismo volverá a ser visible.
Todavía hay quien pregunta por el programa de los candidatos, sin obtener otra cosa que vaguedades. Al menos en eso son honrados, pues saben bien que no pueden cumplir, ya sea porque lo prometido no les compete, ya sea porque, en definitiva, deben acatar las órdenes de la dirección del partido (en particular, los diputados). Los más desenfadados son los candidatos del presidente, que piden abiertamente el voto para él, el único proveedor. La mercadotecnia electoral ha hecho de los candidatos influencers y ha reducido el voto al clic de un like.
Una de las mayores debilidades de los partidos políticos es su incapacidad estructural para analizar el presente y planificar el futuro. Se contentan cómodamente con mantener aquello que, en su momento, les dio resultado. Arena, el FMLN y, en menor medida, los otros partidos siguen prisioneros de la guerra. Desconocen los desafíos de la posguerra y del capitalismo neoliberal, ignoran a las nuevas generaciones (ajenas al conflicto armado, con visiones y sentires muy diversos a los suyos) e insisten en prácticas reñidas con las expectativas ciudadanas, mientras caen en la insignificancia.
Estas carencias explican las posibilidades del partido oficial. Pero este pronto tendrá que formular una identidad positiva. La previsible derrota de los partidos de la guerra lo despojará de su identidad actual. Entonces, tendrá que declarar qué es y qué ofrece. Probablemente, invocar el nombre del presidente ya no bastará. Otro desafío que lo acecha a mediano plazo es la renovación de su actual liderazgo unipersonal. Cuando Bukele abandone la presidencia, el aura que la acompaña se esfumará o, al menos, perderá brillo. El vacío de liderazgo propiciará enconadas luchas de poder en su círculo cercano. Entre más centralización y sumisión, más peligrosa la transición. Varios aspirantes se disputarán la herencia sin que haya fuerza que lo impida. Luego, asoma la decadencia.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.