Cualquier alimento o bebida, incluso aquellos cuyos beneficios escuchamos desde la infancia, pueden tener un efecto nocivo para el organismo si se lo consume en cantidades exageradas o haciendo caso omiso a las características individuales de cada persona, explicó la nutricionista Elena Solomatina.
«Los niños a veces tienen una intolerancia a la proteína de la leche y también existe una enfermedad llamada deficiencia de lactasa y el cuerpo no produce la enzima. Esta intolerancia puede ser hereditaria o formada», explicó la especialista.
También alertó que a menudo se ofrece en los anuncios yogures que mejoran la digestión, sabiendo que la lactosa del yogur está procesada y se digiere muy bien. En una entrevista con el medio ruso Vechernaya Moskva, la nutricionista explicó que el yogur suele tener un alto contenido de conservantes y colorantes, por lo que los lactobacilos en este producto están muertos y no aportan ningún beneficio. Al contrario, los productos químicos que contiene pueden perjudicar al organismo.
Se sabe que las propiedades que posee la carne son esenciales para la sangre y el funcionamiento normal del sistema nervioso. El hierro que contiene la carne roja ayuda a tener un funcionamiento normal en el metabolismo y los tejidos, pero al mismo tiempo, su consumo exagerado representa un riesgo de cáncer intestinal, ya que es un producto de larga digestión y sus toxinas pueden dañar el intestino.
«El pescado de mar contiene ácidos grasos omega-3. El salmón y la trucha también son alimentos saludables, pero se debe tomar en cuenta que estas especies suelen crecer en criaderos donde ganan peso rápidamente con químicos y se emplean antibióticos para prevenir enfermedades. Es así que el omega-3 de estos pescados no son más que perjudiciales si contienen demasiada química. Lo mismo ocurre con el atún que puede acumular mercurio con el tiempo», explicó.
Añadió que los pescados de agua dulce suelen contener parásitos, mientras que los pescados mal cocidos o secos son los más peligrosos, según ella, porque los parásitos que habitan en ellos pueden ingresar al organismo humano y continuar viviendo allí.