La elección presidencial y parlamentaria del domingo 7 de febrero en Ecuador rebasa la impronta de una elección nacional. De su resultado dependerá un importante cambio en la relación de poder de América Latina y el Caribe, favorable, o no, a las fuerzas progresistas. Estados Unidos y sus achichincles locales lo comprenden muy bien: han hecho y están haciendo, sin miramientos, cuanto esté a su alcance por impedir la victoria de la opción progresista. Aunque existe un récord histórico de 16 binomios (candidatos a presidente y vice), los únicos y verdaderos contendientes en ella son el proyecto nacional, antineoliberal y de integración latinocaribeña, abanderado por Andrés Araúz y Carlos Rabascall, por la coalición Unidos por la Esperanza (el correísmo) –que puntea en todas las encuestas–, y la obsesión oligárquica de continuidad en el sometimiento del país al imperialismo y liquidación al mejor postor de lo que queda del Estado nacional y sus activos, después de su desmantelamiento por el traidor Lenín Moreno, quien apuñaló por la espalda a su mentor Rafael Correa y a sus electores para malbaratar en cuatro años la magna obra de desarrollo económico, social y cultural realizada por la revolución ciudadana en una década (2007-2017). Esa fuerza entreguista y reaccionaria en extremo, está representada por el voraz y reaccionario banquero Guillermo Lasso, quien unido a una derecha social cristiana, que es la antípoda de su nombre, ha estado usufructuando como propiedad privada el erario público en los cuatro años de Moreno. A escala ecuatoriana, son estas, en fin de cuentas, las fuerzas político históricas que, en una perspectiva regional, se disputan hoy el futuro de nuestra América. El gobierno de Lenín Moreno trasmutó horas después de su victoria electoral en empleado de los grandes grupos económicos, y puso todo el aparato y recursos gubernamentales a disposición de la embajada de Estados Unidos, los intereses antipopulares de la oligarquía y la banca local y trasnacional.
El traicionero personajillo, quien se hincó abiertamente ante el poder del imperio no más sentarse en la poltrona, no cumplió un solo punto del programa por el que lo votaron, una razón importante, junto al manejo criminal de la pandemia, por la que recibe el repudio casi unánime del electorado. Ya que con estos datos no podía ni soñar con relegirse, toda su actuación de aquí a que termine el mandato está dirigida a liquidar los activos nacionales restantes, acrecentar su fortuna fruto de la corrupción y asegurarse un refugio en Estados Unidos, a salvo de la justicia ecuatoriana, por si ganara la opción antineoliberal. Así quedan bien explicados los objetivos de su reciente viaje a Washington, donde fue recibido por el inefable Luis Almagro en la OEA, el ponsoñozo cubanoamericano Mauricio Claver Carone, director trumpista del Banco Interamericano de Desarrollo, y por directivos del Fondo Monetario Internacional, con quien deja endeudado al país hasta las orejas y comprometido a una importante regresión social. Suenan a broma macabra las acusaciones a Correa del traidorcete por supuestamente haber dejado endeudado al país.
En resumidas cuentas, la victoria del dúo Arauz-Rabascall eslabonaría, junto a Bolivia, Argentina, México, Venezuela, Nicaragua, Cuba y los estados del Caribe Oriental miembros del ALBA, un grupo importante de países soberanos y antineoliberales, capaces de convertirseen una influyente fuerza de concertación, paz y fraternidad a escala de nuestra región. Mucho más por el evidente fracaso histórico neoliberal y el consiguiente desprestigio, hasta límites asombrosos, de todos los gobiernos de derecha de nuestra región.
Contra Arauz-Rabascall se está desplegando en las últimas semanas una gran operación de lodo mediático, con intervención, entre otros, del inefable Clarín, de Buenos Aires y la bogotana revista Semana con risibles y nada originales guiones a cargo de los servicios de inteligencia gringos y colombianos, seguidos por todos los medios ecuatorianos. El propósito es ahuyentar de la opción patriótica a un gran número de indecisos que reflejan las encuestas. Tal vez esos indecisos no lo sean tanto y a la hora cero lo único que no harían es votar por un banquero y sí en muchos casos recordar que nunca estuvieron mejor que en la década correísta, cuando el país crecía a tasas asiáticas, con una inversión en salud pública de más de 700 por ciento, y en educación de 400 por ciento, mientras la pobreza se reducía a 7 por ciento y el país se ubicaba entre los menos desiguales de la región. Si pese al odio y la guerra sucia permanentes de estos cuatro años contra Correa y la revolución ciudadana, la gente recuerda, es muy probable que Andrés Arauz gane en primera vuelta y evite la trampa de un balotaje con los otros 15 binomios en su contra. Pero debemos estar alertas hasta que se cuente el último voto.
Twitter: @aguerraguerra
Fuente: La Jornada