Por: Francisco Parada Walsh*
Cuando llegué a vivir al cantón Las Pilas platicaba con una nativa sobre las tierras ejidales y me decía que no habían cercos y que el ganado pastaba libremente; era hasta el cantón Río Chiquito que se encontraba el único cerco en la zona alta de Chalatenango. Las tierras ejidales fueron repartidas a un pequeño grupo de personas que de un plumazo se volvieron inmensamente ricos. Nada ha cambiado si comparamos al campesino al que se le arrebató su patrimonio con el profesional actual quien pasa más de la mitad de su vida abatido por las deudas, la pobreza y el sueño de un mundo mejor.
Cuando Alberto Masferrer escribe hace casi cien años este texto, jamás imaginó que su pensar sería una profecía y que al 2021 la situación del campesino es indescriptible y nada que envidiarle tiene ese estrato llamado clase media en el país; tienen acceso a créditos cual las casas de usura de esos tiempos, a creer que El editor de Patria replicaba sarcásticamente a la perogrullada de que las masas recibían la debida consideración: “Actualmente no hay miseria en El Salvador: La gente va descalza porque disfruta ir sin zapatos, acariciada por el aire fresco; la lavandera que gana cuatro colones a la semana puede ahorrar un cuarto de sus ganancias; y el niño que llega a la escuela sin haber desayunado está convencido de la virtud del ayuno”.
Tristemente se debe vivir en el área rural para conocer la verdadera pobreza, ver a aquellos niños con sus botas de hule (quien tiene la dicha de tener padres responsables), saber que el frijol es el alimento más consumido por el campesino y nuevamente no todos tienen acceso a dicho cereal y muchas familias se alimentan a base de montes que crecen en los cercos, no hay ninguna virtud en el ayuno sino que es un oprobio contra un pueblo hambriento eternamente.
Según Jorge Schlesinger, quien escribió en la década de 1950: Debe hacerse notar que por muchos años los descendientes de las familias ricas salvadoreñas se han casado con extranjeros, por lo que ellas han formado, gradualmente, una nueva especie, separada de los trabajadores no solamente por “diferencias sociales y prejuicios de clase” sino también por diferencias étnicas, que han creado un profundo cisma en la nación.
Hace unos cuarenta años muchas personas pertenecientes a la oligarquía preferían hablar en inglés frente a uno creyendo que no había acceso para muchos a dicha lengua y retomo lo que canta el gran Alberto Cortéz: “Pobrecito mi patrón piensa que el pobre soy yo”. Muchas de las familias ricas de El Salvador aún permanecen en la élite de la economía y algunos han reforzado sus lazos de sangre como sus capitales involucrándose en actividades más lucrativas que lo que fue el cultivo de café específicamente el manejo de fondo de pensiones, aviación, banca, el desarrollo urbanístico y otras más.
Se lee en la página 182 y 183 del libro “El Salvador de 1840 a 1935” algunos apellidos de grupos familiares que perduran a la fecha: Cuadro 2. La Elite Económica de El Salvador, ca. 1920: Álvarez, Dueñas, De Sola, Guirola, Hill, Regalado debiendo el lector revisar y leer El Bloque Hegemónico Empresarial para agregar a 23 familias de los cuales en su mayoría pertenecen a esa élite de 1920 y los nuevos miembros que amasan incalculables fortunas. Comparo al pobre campesino con el médico actual, quien dejó de ser una persona honorable en la sociedad para convertirse en un proletario intelectual que es sometido a las presiones que superan las que el campesino sufría; un médico actual vive y muere pobre (con excepciones) y lo que fueron las famosas fanegas de tierra que el campesino trabajaba arduamente para beneficio del propietario de la tierra dan paso a las tarjetas de crédito que día a día ahorcan al proletario intelectual.
Nada ha cambiado en forma profunda, se dejó un monocultivo para dedicarse a empresas más rentables y aun, a esa oligarquía cada vez más globalizada poco parece importar que lo que fuera la clase media no exista y solo haya quedado una clase asquerosamente alta y una triste clase baja. Hay canciones proféticas como “Las Casas de Cartón” donde gimen al mundo las diferencias económicas entre los ricos y los pobres y viene aquella acertada línea que dice: “Pero hay escuelas de perros y les dan educación”. Fanega: Equivalente a 833.33 metros.
*Médico salvadoreño